miércoles, 30 de marzo de 2022

VICENTE VALERO, EXPERIENCIA Y POBREZA (WALTER BENJAMIN EN IBIZA): ÚLTIMOS DÍAS AL SOL DEL MEDITERRÁNEO

 


¿Cuándo empieza la decadencia de una persona? ¿Cuál es el motivo de la misma? ¿Son la soledad y la pobreza las consecuencias que nos llevan al abismo?, y sobre todo, ¿hay algo más significativo que ser vencido por el sol del Mediterráneo? En el fondo, quizá solo seamos una especie de dioses perdidos en un olimpo que no existe salvo en nuestra imaginación. Terca. Inaccesible. Y oscura. La vida y el destino que la engendra, son los elementos básicos que determinan nuestro final. La primera porque se apaga o la apagamos de un zarpazo. Y el segundo porque ejerce de juez, muchas veces, injusto y cruel, pero juez al fin y al cabo de las últimas consecuencias de aquello que nos hacen llegar al final. Vicente Valero, en este ensayo a medio camino entre un libro de viajes y una biografía titulado Experiencia y pobreza, Walter Benjamin en Ibiza, ejerce, con la solemnidad que se merece, de voz universal sobre los últimos días al sol del Mediterráneo del filósofo alemán. Alma perdida la suya que, durante sus dos estancias en la isla, ejerció de muchas cosas, pero sobre todo de caminante, como nos recuerda Valero: «En “Al sol”, Benjamin camina y se detiene una y otra vez para contemplar el paisaje, para coger y comer almendras, para elegir un nuevo sendero, para observar desde lejos los islotes. A un observador tan sagaz como era Benjamin no se le podían escapar algunos detalles muy concretos, detalles que al lector pueden resultarle bastante curiosos. Por ejemplo, el hecho de que la tierra le pareciera que sonaba a hueco». Esa metafórica oquedad fue la que le marcó los últimos años de su vida. Viajero errante o refugiado sin patria, Benjamin da plena vigencia al relato vital que en este ensayo biográfico representa la senda de la vida, en la que disfrutaremos de buenos y grandes momentos, como los que pasaremos tumbados al sol y al lado de las personas que acompañan, pero también de la parte más oscura que nos lleva al silencio. Este viaje no programático del filósofo alemán es un estadío de silencios provocados por ese aislamiento que muchas veces precede a la muerte. No hace falta dejar de estar vivo para no pertenecer al mundo que habitamos, y en este sentido, Benjamin parece retroceder sobre lo andado para no reflexionar sobre su futuro. Aquí es donde surge «el camino como espacio para la revelación y el caminante como especial receptor de la esencia de las cosas». Una esencia que Valero sabe descifrar muy bien, y además, mostrarnos con inteligencia mediante una prosa ordenada, limpia y siempre iluminadora de esos rasgos y detalles que no están al alcance de todos los escritores. Como gran observador que es, nos permite poner sus ojos sobre el último tramo de la vida de Benjamin de una forma abrumadora y esclarecedora a la vez, como si esa parte oscura y silenciosa del ser humano fuese una de las partes de su faceta como escritor, porque, sin duda, este libro es el inicio de lo que vendrá a posteriori en la literatura y la escritura de Valero: la recuperación de las vidas perdidas en un pasado oscuro y anónimo, que en sus palabras se transforma en un elemento más que revelador de esa parte de la historia de la humanidad del siglo XX que ha abordado en sus últimos libros publicados en la editorial Periférica. Y todo ello, desde la isla de Ibiza, que aquí se comporta como un faro universal capaz de iluminar la oscuridad que gobierna el mundo. 

Experiencia y pobreza, Walter Benjamin en Ibiza es un extraordinario estudio del escritor alemán a través de la profusa documentación que nos aporta Valero acerca de las personas que conoció y con las que se trató. Este semblante del filósofo está basado en las cartas que envía y recibe, los artículos y relatos que escribe y publica, los recuerdos de su vida e infancia, de su país, de la situación política que le ha tocado vivir, pero sobre todo, de la experiencia vital que le proporciona Ibiza. Todo ello nos lo traslada Valero hasta que conseguimos construir en nuestra mente la figura de un Walter Benjamin perdido dentro de sí mismo y alejado de un mundo que cada vez más no es el suyo, aunque todavía tardara un tiempo en darse cuenta de ello. Justo hasta la noche del 26 de septiembre de 1940 en la que se quitó la vida. En todo este minucioso y pormenorizado estudio de las dos estancias de Benjamin en Ibiza a lo largo de los años 1932 y 1933, donde la isla todavía era un paradigma del primitivismo cultural y etnológico hay, si cabe, una última jugada maestra de Valero, que no es otra que la magnífica cláusula de cierre de esta historia donde da carpetazo a la vida de todos aquellos que acompañaron a Walter Bernjamin en Ibiza, porque de algún modo nos ayuda también a cerrar la del propio protagonista de este ensayo biográfico, dado que representan la luz que el paso del tiempo derrama sobre nuestras vidas como si fuera un relámpago justiciero y a la vez iluminador de un futuro que ya no es, porque con el paso de los días solo se convirtió en pasado. Un pasado que ya no mueve montañas pero sí conciencias, las de todos aquellos que se acerquen a este magnífico trabajo de Vicente Valero; una extraordinaria oda a los últimos días al sol del Mediterráneo del filósofo alemán Walter Benjamin. 

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 28 de marzo de 2022

PASAJERO, X ANIVERSARIO DE SU PRIMER DISCO RADIOGRAFÍAS: CELEBRACIONES QUE TIENEN UN SENTIDO MÁS QUE JUSTIFICADO

 


«Pasajero nos invitan a subir a un tren cuyo único plan de viaje es detener el tiempo para plasmarlo en placas con forma de radiografías. Esas fotos fijas (a modo de claroscuros), de las que están hechas nuestras vidas, son también los contrastes que nos muestran esa otra materia que nos pertenece y que aquí aparece representada como fugaces suspiros. ¿Hay una entelequia mayor que la de parar el tiempo? Pasajero son capaces de eso y mucho más, porque nos colapsan el corazón con las canciones que han compuesto para este Radiografías; temas que nos narran la armonía de los sueños en una sucesión de historias que van desde la fuerza más arrolladora del rock experimental al pop más electrizante, pasando por sonidos netamente indies. Fuerza, garra y destellos de genialidad son solo algunos de los adjetivos que caben emplear para definir uno de los mejores trabajos del año en el panorama musical español». 

Este párrafo, con el que hace diez años iniciaba la reseña de Radiografias, está plenamente en vigor a día de hoy, porque el tamiz del paso del tiempo no ha hecho sino engrandecer unas canciones que en sí mismas ya estaban tocadas por la barita mágica de la genialidad —canciones con alma—. Una esencia que se dispersa no solo por las melodías de sus pentagramas, sino que también lo hacen a lo largo de unas letras que nos hablan del amor, del tiempo y de esa agonía existencial que nos acompaña a lo largo de la vida, pero a la que sin duda Pasajero dota de momentos brillantes, tan brillantes como este Radiografías y sus doce canciones. Envolventes. Poderosas. Electrizantes. Y únicas, que se funden con la magnitud que representa una celebración que tiene un sentido más que justificado. El tiempo y sus trampas en esta ocasión se posicionaron como el tiempo y el valor de la justicia. Como nos decía Daniel Arias casi al inicio del concierto, después de una pandemia, una guerra en curso, una erupción volcánica, y una lluvia roja que cae sobre la ciudad como una maldición divina, ¡qué más nos queda sino reivindicar que aún seguimos vivos! Sí, vivitos y coleando, podemos añadir, pues a pesar de todos esos contratiempos Pasajero nos anunciaron que están de vuelta con canciones preparadas de lo que será su nuevo larga duración, pero que no nos mostraron en los dos conciertos que ofrecieron el pasado fin de semana en la Sala Siroco de Madrid por no estar terminadas al cien por cien. Un concierto que tuvo que ser ampliado a dos —por la amplia demanda de entradas— para celebrar el X aniversario de su primer y más que prometedor primer disco, Radiografías. Y, con ese contraluz que nos muestra aquello que somos, el grupo nos recordó por qué estábamos allí: un regreso —ya desligados de Ernie Producciones— con celebración incluida, y con un sentido —en cuanto a sonido— muy bien ajustado a las dimensiones del local; un sonido que siempre se mostró progresivo en intensidad y calidad, y con el que la banda fue desgranando las canciones de su primer trabajo desde la veteranía y la perspectiva que da el paso del tiempo, y la visión sobre aquello que en su día fue el principio de todo. El aplomo del grupo sobre el escenario, unido a las ganas de volver a enfrentarse al público en sus directos, nos regalaron hora y media de un espectáculo sonoro que nos devolvió a esas canciones que narran la armonía de los sueños, como ya titulé en la reseña que hice hace diez años de este Radiografías. Pasajero se mostraron atribulados por la serenidad que te da la firmeza que te proporciona la seguridad depositada en tu trabajo; una serenidad cargada de energía que tuvo momentos más que brillantes como cuando atacaron Volverme a preguntar o Autoconversación, a los que había que añadir en el bis: En la mitad, Hombres tristes, o Borro mi nombre —todo un himno del grupo con el que terminaron su actuación—, y solo por poner algunos ejemplos de un concierto brillante y vital lleno de momentos para recordar. 

Para estos dos directos Pasajero han contado con la inclusión de Juanjo Rey a la guitarra, y la colaboración especial de Javier Couceiro (Havalina) en la interpretación del tema Autoconversación, como ya hiciera en el disco. Un bolo que comenzó con El pozo y el péndulo, una canción con la que comenzamos a vibrar y que nos devolvió a esa otra actuación en la Sala Joy Eslava, donde rodeados de amigos —Pucho, entre otros—, nos brindaron otro magnífico directo para celebrar el alumbramiento de su segundo trabajo, Parque de atraccciones, —que en este concierto de 2022 fue la parte principal del bis con el que acabó el concierto—, y que ese día nos sirvió para confirmarnos que estábamos delante de uno de esos grupos que venían para quedarse. El pasado viernes, Daniel Arias (voz, bajo, guitarra), Josechu Gómez (batería, percusión), Eduardo Martín (guitarra, coros) y Javier García (sintetizadores, pianos, coros) volvieron a vibrar sobre el escenario y nos demostraron lo cierto que hay en el axioma del que hacen gala: «hacemos música para (sobre)vivir», y con el que celebraron un más que justificado regreso, porque quizá, diez años no son nada, y menos aún si nos sirven para darnos cuenta de la materia de la que estamos hechos. 

Ángel Silvelo Gabriel.

jueves, 24 de marzo de 2022

JESÚS MARCHAMALO, HIERRO FUMANDO, ILUSTRADO POR ANTONIO SANTOS: «DESPUÉS DE TANTO, TODO PARA NADA»

 


Tras leer el texto de Jesús Marchamalo resulta muy fácil imaginarnos al poeta rodeado del ruido del que se hacía acompañar mientras extraía palabras de su cabeza. Palabras que más tarde se convertirían en poemas. Dicho así, José Hierro practicaba un oficio más cercano a la forja y el yunque que a la lírica, como diría Aleixandre. Sin embargo, con sus palabras atravesaba la densa niebla del cigarrillo que siempre llevaba pegado a su boca. Palabras incandescentes que se citaban en papeles llenos de tachaduras y borrones. Multitud de palabras escritas antes de que llegara a decir: «Después de tanto, todo para nada». Una nada que lo es todo o un todo que no es nada, parafraseando al poeta, y que nos ilumina el recuerdo de Keats y el eco de sus versos: «Nada fui, nada soy y nada seré más allá de mis versos…» Axiomas establecidos en forma de sentencias iluminadoras de un final colectivo que, sin embargo, nunca sabemos cuándo nos llegará. Incertidumbres existenciales aparte, una vez más el escritor y periodista Jesús Marchamalo acompañado del pintor e ilustrador Antonio Santos, dan a luz un nuevo marchamalín —como ha bautizado Luis Landero a estos pequeños libros—, un libro cuya esencia es capaz de perdurar a lo largo del tiempo. Una esencia lírica y brumosa. Apasionante y locuaz. Distendida y profunda. Una esencia en la que, Marchamalo, a medida que avanza esta colección de Nórdica Libros, nos sorprende con su innata capacidad a la hora de buscar aquellos detalles que hacen única su narración. Como única es su literatura grácil y severa, rítmica y luminosa, y magistralmente adjetivada y puntuada, consiguiendo de este modo que su ritmo y su prosa hagan de cada librito algo distinto y único. Una virtud que de una forma personal y contundente remata Antonio Santos con unas ilustraciones que nos hablan por sí solas de los personajes que retrata, en este caso, de un José Hierro joven con flequillo, y mayor con su calva prominente y su bigote en ristre. Retratos de momentos dulces y complicados, como los que cualquier biografía que se precie debe contener. Y de ahí sale este Hierro fumando, trufado de imágenes que se nos instalan en la imaginación de una manera indeleble. Hierro fumando. Hierro tocando el acordeón. Hierro contemplando el mar. Hierro escribiendo en la barra de un bar. Hierro… y solamente Hierro. 

Y, tras su figura y su obra, el mar. El mar y sus olas siempre en movimiento, acunando y empujando ideas. En busca de esa condenada palabra que, en ocasiones, tardará años en llegar, o que será la culpable de que el verso se quede sin publicar. Palabras que huyen del mundo, pero no del universo del poeta. ¿De qué está hecha la destreza del poeta sino de la búsqueda de lo imposible? De ese vocablo que todavía no existe y espera a que el trovador le dé luz. Luz que, por arte de magia, se transforma en poesía. Luz trabajada en compañía de las tinieblas que se proyectan sobre nuestros miedos. Luz poderosa que se abre paso a lo largo de los años en la oscuridad de nuestra existencia. Luz divina que nos anuncia al fin: «Después de tanto, todo para nada». Una nada donde el poema es la señal y la mano es la que recuerda...  

 

«La mano es la que recuerda...

 

La mano es la que recuerda

Viaja a través de los años,

desemboca en el presente

siempre recordando.

 

Apunta, nerviosamente,

lo que vivía olvidado.

la mano de la memoria,

siempre rescatándolo.

 

Las fantasmales imágenes

se irán solidificando,

irán diciendo quién eran,

por qué regresaron.

 

Por qué eran carne de sueño,

puro material nostálgico.

La mano va rescatándolas

de su limbo mágico.» 

De "Cuaderno de Nueva York" 1998. 

Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 23 de marzo de 2022

NINA LYKKE, NO Y MIL VECES NO: LA EXPIACIÓN DEL DEBER, LA CULPA Y SU INSOPORTABLE NARCISISMO

 


El eco de la culpa que nos consume. El eco de la culpa que obviamos nada más girar nuestra cabeza hacia el deseo. Hacia esa incontrolable necesidad de satisfacer nuestras más primarias necesidades. Una culpa que se expía desde el deber y desde el insoportable narcisismo al que el estado del bienestar nos ha llevado como una bola de nieve que va engordando a medida que cae por la ladera de la montaña. Un bienestar tan gordo como las grasas saturadas que se encuentran pegadas a nuestro abdomen y a nuestro egoísmo sin límites a la hora de explorar aquello que deseamos. Si cumplimos con nuestros deberes de ciudadanos, también podremos saltarnos de vez en cuando nuestras obligaciones como tales. Una propuesta con la que Nina Lykke en, No y mil veces no, nos transporta a esa cápsula esterilizada en la que se desenvuelven una buena parte de las vidas de los hombres y mujeres de una sociedad occidental que poco a poco se fagocita a sí misma. Sin una capacidad medianamente solvente para afrontar los nuevos retos a los que deberemos enfrentarnos en un próximo futuro, la única idea con la que los abordamos es la de mirarnos el ombligo, un objetivo donde lo nuestro y solo lo nuestro es lo más importante sin necesidad de replantearnos que le sucede al prójimo. En este sentido, resulta estremecedor cuando la autora hace referencia a los hijos de la pareja protagonista de la novela, Ingrid y Jan: «Los hijos viven en casa sin aportar nada, y sin embargo invierten en acciones», lo que sin duda nos traslada a ese fracaso colectivo en el que distintas generaciones de europeos y occidentales se sumergen en las aguas de un hedonismo sin medida. Un hedonismo propiciado por el derecho a pedir sin dar nada a cambio. Un axioma tan rotundo que nos lleva a una única salida: la anestesia generalizada. De ello, podemos inferir que, la dificultad que demostramos para poder gritar o protestar y hacernos visibles en la diferencia, nos convierte en meros estorbos de una mayoría agonizante, silenciosa y anodina que se conforma con el anonimato y el orden de sus aburridas vidas. Nada es tangible, o tan siquiera real, hasta que la propia realidad se nos planta delante de nuestras narices. En ese arribismo de lo evidente es donde por unas u otras razones nadan los protagonistas de esta historia, en principio incómoda, pero que sin embargo deriva hacia una propuesta en la que todo parece acabar en una multitudinaria balsa de aceite en la que cada cual es feliz, o no, con su nueva situación.

La parte más interesante de esta novela, es sin duda, la voz de Ingrid y su nivel de disciplina y auto-exigencia que nace de un estado del bienestar entendido como fórmula mágica de reparto de la riqueza y la responsabilidad, lo que sin embargo más tarde le llevará a comprender que ese planteamiento es una pura falacia. Ingrid es especialmente agresiva contra los hijos, los bebés, y todo aquello que nace o procede de la naturaleza humana y de su capacidad de supervivencia. En este sentido, su ira contra el mundo no tiene límites, más si cabe, cuando aborda ese reflejo que acaba en el ecologismo y la supervivencia del planeta Tierra que, en el fondo, para ella y otros muchos se convierte (y ha convertido) en una nueva religión, tan nociva como cualquier otro credo monoteísta, pues su anhelado objetivo solo los ha convertido en meros agentes de un utilitarismo sin alma, vacíos de sentimientos y llenos de un bienestar que solo produce seres humanos profundamente egoístas.

Lykke parece decirnos que tan nocivo es hundirse en las reglas (Ingrid) como saltárselas buscando la aprobación de los demás (Jan). Siendo esa ausencia de arrepentimiento otro signo del buenismo que nos atenaza cada día más. Nadie quiere ser responsable de sus actos, y mucho menos de las consecuencias que éstos producen. La consecuencia de todo ello, parece ser la búsqueda de una catástrofe existencial que redima a nuestras anodinas vidas, pues éstas se han ido desarrollándose extramuros de la desgracia, y quizá, esa sea una de las consecuencias del estado del bienestar surgido tras la IIGM, que nos ha dejado sin las guerras y sus consecuencias a varias generaciones de europeos, que necesitan, eso sí, crearse sus propios conflictos. Unos conflictos que necesitan por encima de cualquier otra cosa la aceptación por parte del otro, por más grave que sea el error o la injusticia que éste haya causado.

No hay lirismo en esta novela, pero sí una gran fuerza de auto introspección donde la expiación del deber y de la culpa nos hace infelices cuando nos queremos comportar como meros dioses mundanos que todo lo pueden sin ser conscientes de los límites que nuestros cuerpos y conciencias tienen a la hora de soportar el narcisismo ajeno. De tal modo, que nada está a salvo de esta agonizante historia que proyecta sobre nuestras vidas una sombra de dudas y desesperación que por momentos aún nos hace gritar: ¡No y mil veces no! Una forma de protestar que, sin duda, nos alejará de la insoportable autofilia que el estado del bienestar ha traído a nuestras vidas. Una circunstancia que, a algunos, todavía nos lleva a preguntarnos: ¿Quién se ha llevado mi queso?

Ángel Silvelo Gabriel.

lunes, 21 de marzo de 2022

FERNANDO PESSOA Y SU ATRACCIÓN POR LISBOA: «LISBOA Y SUS CASAS DE VARIOS COLORES…/ A FUERZA DE MONOTONÍA ES DIFERENTE»

 


«Lisboa con sus casas de varios colores…». Lisboa como decía Álvaro de Campos: «A fuerza de monotonía es diferente». Lisboa, en su aislamiento, expresa muy bien la multiplicidad del mundo y de la vida del poeta. Lisboa es también la marca de las huellas de sus zapatos. Huellas dispersas por sus aceras. Reunidas en el encontronazo que surge entre la realidad y el silencio. Calladas en sus noches de escritura y pesadillas. Aisladas por el miedo del que sabe que la verdad se encuentra más allá de su conocimiento. Allí donde el poeta es un fingidor sin más… 

Hay un poema de Álvaro de Campos (uno de sus heterónimos), Lisbon rivisited, que define muy bien su atracción hacia Lisboa, pues representa aquello que en verdad amó, aquello que si le hubiese faltado le habría causado su muerte. Lisboa, para Pessoa, es como la necesidad del aire para el ahogado, o de la palabra para el poeta. 

«Otra vez vuelvo a verte,
pavorosamente perdida ciudad de mi infancia…
Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí…
¿Yo? ¿Pero soy el mismo que aquí viví y volví,
sí, y que aquí volví a volver y volver,
y que volví a volver aquí aún, todavía?
¿Somos quizá esos Yo que estuve aquí o estuvieron,
serie de cuentas -entes enlazadas por un hilo- memoria,
serie de sueños míos de alguien que me es externo?

Otra vez vuelvo a verte,
El corazón un poco más remoto y el alma menos mía.

Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-,
inútil transeúnte que soy de ti y de mí,
aquí extranjero como en todas partes,
casual en la vida al igual que en el alma,
fantasma errando por salas de recuerdos,
al rumor de ratones y de tablas que crujen
en el maldito castillo de tener que vivir…

Otra vez vuelvo a verte,
a ti, sombra que pasa entre sombras, y brilla
un momento, a una luz desconocida y fúnebre,
y penetra en la noche cual la estela de un barco se pierde
en el agua y se deja de pronto de oír…

¡Otra vez vuelvo a verte,
pero, ay, ya no me veo!
Quebró el mágico espejo en que me volvía a ver idéntico,
y en cada fatídico fragmento veo ya, solamente, solo un poco de mí,
¡tan solo un poco, sí, de ti y de mí!....»

Ángel Silvelo Gabriel. 

viernes, 18 de marzo de 2022

UN JARDÍN JUNTO AL MAR. MICRORRELATO DE ÁNGEL SILVELO

 


UN JARDÍN JUNTO AL MAR

Insisto en explorar odas y sonetos. Allí donde pueda hallar la rima perfecta. El verso imborrable. El poema que todo lo abarca y posee. Iluso de mí hasta ahora lo busqué en infinidad de libros que no me dijeron nada. También lo hice en los escaparates de algunas librerías. Y en las estanterías de las bibliotecas. Mi búsqueda, sin embargo, fue en balde. Ya no sé dónde anidan los poemas sublimes ni las metáforas imposibles, eso es todo. No obstante, insisto. Insisto, porque soy víctima de mis deseos imposibles. De mis noches sin luna. De mis días sin sosiego… Hasta que, casi sin querer, me tropiezo con mi anhelo al otro lado de un escaparate. Es un libro de Machado. Un libro que contiene un poema que casi había olvidado. Un libro que me hace andar por un jardín de cristales rotos, igual que si caminara sobre un mar que se rompe con el deshielo. «Érase de un marinero/ que hizo un jardín junto al mar…», leo al fin. Y no entiendo nada, porque al tocarlo, tengo mis manos llenas de sangre.