viernes, 24 de junio de 2022

LA BODEGUITA DE SAN SEGUNDO (ÁVILA) RINDE HOMENAJE AL POETA JOSÉ HIERRO EN SU COLECCIÓN, LA CRÁTERA DE BACO —ORO DE VID—, QUE RECOGE LOS MICROS SELECCIONADOS EN SU SEGUNDO PREMIO DE MICRORRELATOS 2022

 


Siempre nos dicen que un microrrelato se debe parecer mucho a un poema. Por lo que no muestra y sugiere. Por su intensidad. Por su economía verbal. Por el final sorprendente que le da un sentido único al mismo. Sin embargo, lo que casi nadie nos cuenta es la importancia del título, porque aunque éste no salga a lo largo del microrrelato, sí propicia la primera pista y la cláusula de cierre de la historia que se nos trata de contar. Algo de todo esto estuvo presente en la gala de entrega de premios que, de una forma excepcional se celebró en El Episcopio de Ávila bajo el auspicio de Emilio Rufes y Paquita Garzón, propietarios de La Bodeguita de San Segundo de la ciudad amurallada y, que con la excusa de amadrinar la literatura y el vino, convocan su Concurso Bienal de Microrrelatos al que se ha unido en esta edición el de Fotografía. Esa magnífica excusa que fusiona la cultura literaria y vinícola reunió ayer en Ávila a un centenar de personas que, de primera mano, escucharon la lectura de una parte de los microrrelatos seleccionados en la magnífica edición que se ha publicado con mucho mimo, y a los que acompañan, las fotografías premiadas y las que para esta edición ha realizado Tomás Hernández Sánchez. Un libro que tiene forma poética desde su portada y su contra, y que tiene a José Hierro como protagonista en el centenario de su nacimiento. La acuarela que ilustra la portada de la publicación, de una forma caprichosa, nos lleva hasta esa finca de la provincia de Guadalajara donde, como nos dijo Jesús Marchamalo en la presentación de Hierro fumando —el último libro editado de la colección que junto a las ilustraciones de Antonio Santos publica Nórdica Libros—. En ese terreno casi onírico hoy en día, es donde José Hierro plantaba, entre otras cosas, sus vides, y donde también fabricaba su propio vino que luego se bebía con sus amigos. Tierra errática y pedregosa que, sin embargo, se abre camino para ofrecernos una naturaleza distinta como es la del vino. En la contraportada de la misma, con mucho acierto, han recogido su poema Vino de crianza. 

Dejadme que repose aquí, en mi cuna,

de roble o de cristal, estoy cansado.

Para llegar hasta donde he llegado

sudé de sol a sol, de luna a luna.

 

Robé la claridad sumido en una

raíz de sombra. “El robo que he robado”

lo hice oro y sudé, transfigurado

por la sabiduría y la Fortuna.

 

Terminé mi tarea. Ahora descansa

en la sombra mi cuerpo, en ella amansa

el hervor jovencísimo de antaño.

 

Pero los dioses nunca mueren, juro

que respiro. Y espero muy seguro

de mi resurrección al tercer año. 

Para mi finalizar dejo por aquí mi contribución a esta magnífica publicación con la que conseguí el Tercer Premio  del Concurso de Microrrelatos de La Bodeguita de San Segundo. Se titula, El abrebotellas. 

Tras tu inesperada revelación te miré sin saber qué hacer. Y, tampoco, cómo actuaría a la hora de cumplir nuestras funestas promesas. Admito que tu profesión de sommelier me tenía obnubilada, igual que la forma en la que descorchaste aquella botella de vino en la taberna en la que conocimos. Desde aquel día permanecí hipnotizada por la singularidad del artilugio que inventaste. Es infalible, me dijiste, mientras nos amábamos y jurábamos cumplir nuestras funestas promesas. Funestas promesas que ya no esperan una recompensa a mi singular forma de demostrarte mi amor, como tú sí hacías cuando jugabas con tu arma asesina por todo mi cuerpo. La diferencia estriba en que tú, entonces, solo deseabas prolongar mi placer, y yo ahora, solo espero a que te mueras, porque esa es la única forma a mi alcance de extraerte el abrebotellas que tú concebiste para excitarme y, con el que yo, sin embargo, cumplí la otra parte de nuestras funestas promesas. 

Ángel Silvelo Gabriel.

martes, 21 de junio de 2022

GIORGIO BASSANI, EL JARDÍN DE LOS FINZI-CONTINI: LA DEMOLEDORA MIRADA HACIA UN DULCE Y PÍO PASADO

 


Una de las virtudes presentes en la literatura es la de viajar. Conocer otras vidas y otros mundos. Y, también, hacerlo al pasado. A nuestro pasado. A veces voluminoso, como la mayor de las fortalezas; y otras, efímero como un soplo de nuestro aliento. Viajar, además, nos puede servir para extraernos del alma aquello que se nos quedó clavado en el corazón y la memoria, como pro ejemplo, pueden ser: el poder de una mirada; o en la forma de expresarse de una persona. Aquella a la que amamos una vez; que de alguna manera seguimos amando a lo largo del tiempo y los recuerdos. Giorgio Bassani explora los límites del pasado y del tiempo en su aclamada novela El jardín de los Finzi- Contini, el tercer libro de su serie de novelas sobre Ferrara, y, que en el año 1962, fue premiada con el prestigioso galardón Viareggio. 

La naturaleza de esta novela se incardina en la demoledora mirada hacia un dulce y pío pasado, en el que el protagonista anónimo de la misma revisa su primer amor fallido de juventud. En esa sensación de pérdida y decadencia de la burguesía judía italiana que va dando pasos silenciosos hacia su exterminio sin apenas hacer ruido, es donde Bassani recrea su hacer literario impregnado de notables descripciones del entorno o las discusiones —muchas veces políticas— de sus personajes. Unos personajes que andan perdidos entre el amor frustrado del protagonista, y la sensación de soledad y engaño que el distanciamiento de la realidad que, casi todos ellos profesan por mucho que se alcen como defensores del comunismo o de unan postura más moderada como el socialismo, manifiestan. De ahí, que a lo largo de sus páginas vayamos desgranando ese universo convulso que tiene algunas semejanzas con la novela de Arthur R. G. Solmssen, Una princesa en Berlín; lo que nos ayuda a visualizar, que no a comprender, el horror hacia el que se encaminaba el mundo tras la finalización del Primera Gran Guerra. A pesar del trasfondo en el que se desarrolla, estamos ante una novela iniciática y de aprendizaje, donde de alguna manera trata de imponerse el espíritu del artista que se vislumbra en el protagonista y su necesidad de búsqueda a través del arte, la literatura, y cómo no, la poesía. En ese recorrido, Bassani nos deja muchas muestras de la semblanza artística presente en Italia a principios del siglo XX. Una visión del arte que fija su objetivo en la soledad e incomprensión que su protagonista manifiesta contra sí mismo y contra las corrientes antisemitas bajo el telón del fondo de fascismo y el nazismo, que él, contrarrestará, a través de la necesidad de búsqueda de una libertad completa que vaya más allá de las arcaicas estructuras en las que vive y siente. Romper ese cascarón será, sin duda, su meta. Un camino vital que recorrerá de una forma lenta, pero al final segura, tras ir consumiendo las etapas presentes en el desamor y en su afán a la hora de enfrentarse al mundo lejos de su entorno. 

El jardín de los Finzi-Contini se inicia con un prólogo que es un magnífico retrato de aquello que representan y significan el poder de los recuerdos cuando al atraerlos hacia nosotros de una forma casual rescatamos aquello que fuimos desde lo que somos. Una fórmula o un juego no deseado que, en este caso, nos permitir contemplar un cuadro del final de una época, y la abrupta irrupción de un mundo que lo cambiará todo, desde la percepción de la verdad hasta la funesta manipulación de los más incorruptibles principios. Lealtades y sus espejismos que también se derrumban en la acción de esta novela que, transita de una forma lenta sobre todo al principio, y que en ocasiones se nos muestra dispersa por los múltiples caminos que su autor nos quiere mostrar a la hora de narrarnos una de las partes más convulsas de la historia reciente de Europa y del resto del mundo. En este juego de artificios sin balas ni sangre, sin embargo se adivina esa parte oscura que no parece afectar a sus personajes —imbuidos en sus propias vida—, y que a pesar de todo, los encamina hacia su destrucción vital de una forma cruel y trágica. Ese determinismo de la historia se desarrolla de una forma magistral en la última parte de esta novela, donde aparte de un ajuste de cuentas generacional, se reinterpretan los avatares de la vida de una manera determinante, sobre todo, aquello que en verdad importa: el amor y la vida. Una vida marcada por la demoledora mirada hacia un dulce y pío pasado. 

Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 15 de junio de 2022

THE CHAMELEONS, SCRIPT OF THE BRIDGE (1983): EL ECO DE LA NOSTALGIA

 


Atrapados por el eco de la nostalgia caminamos a lo largo de puentes que no tienen un fin y se convierten en pasarelas infinitas que nos siguen marcando el ritmo de los latidos del corazón. Infinitos. Incansables. Indescifrables. Nos remueven el pasado para mostrarnos aquello que fuimos antes de convertirnos en lo que somos. Caídas en la ciénaga del paso del tiempo que nos manchan la mirada con la nebulosa de unos deseos todavía por cumplir. «No caigas, no caigas», como nos recuerdan The Chameleons en su flamante disco de debut, Script of the bridge del año 1983. A veces, el paso del tiempo parece no existir y la música de este grupo inglés así nos lo atestigua, porque su sonoridad, su eco, su prevalencia de ritmos, guitarras y hechizos así nos lo atestiguan. Canciones que los convirtieron en influyentes a lo largo de los años, y que hicieron de ellos un grupo de culto. Cómo no acordarse de la electricidad apabullante de Don’t fall, una canción única por lo provocativa y novedosa que nos sigue pareciendo casi cuarenta años después, y por la cantidad de grupos que aún siguen imitando el sonido de unas guitarras únicas. Estos herederos del post-punk más electrizante que en su día fueron comparados con grupos como Joy Divison, en la actualidad siguen contando con alumnos aventajados como Interpol o Editors. Secuelas de unas vibraciones que arremeten contra el mundo desde el eco de la nostalgia, y la melancolía que trata de sobreponerse al fin del mundo. Aquel que provocamos con nuestros actos y miradas. Actos sin repercusión alguna y miradas perdidas que, sin embargo, concentran toda su intensidad en pequeñas dosis de genialidad y que, en el caso de The Chameleons, podrían llevar el nombre de canciones como Second Skin y su aterciopelados teclados que tiñen de bruma y pura esencia psicodélica las notas de una canción que se sumerge en la infinitud de la perseverancia de lo intangible, donde la resonancia de la batería es toda una demostración de principios. Ritmos hipnotizantes que se tiñen de oscuro en la cadenas de Pleasure and pain como inicio de un duelo de guitarras que recorre miles de millas de distancia bajo la batuta de Dave Fielding y Reg Smithies, y bajo la atenta voz de Mark Burgess. 

El devenir del grupo estuvo marcado por los diferentes conflictos que mantuvieron con los sellos discográficos y entre ellos, pero antes de que la irracionalidad de los irrenunciables principios hicieran explotar al grupo, Los Camaleones compusieron piezas únicas de música a principios de los años ochenta. Siendo sus señas de identidad las letras de Burgess y su aire entre melancólico y onírico, a lo que habría que unir el afán acústico de sus dos guitarras. Devotos de la evanescencia más atroz, y la rigurosidad mística, elaboraron temas como Less than human, donde las proporciones de sus propuestas se elevan hasta cotas insospechadas. Su sinergia es la del comodín que aparece en la última jugada de la partida, donde la sorpresa hace de relámpago que deslumbra y te infiere grandes dosis de ensoñación y gloria, elementos que sin duda alcanza su hit más épico, su clásico Subiendo por la escalera mecánica de bajada (UP the down scalator), donde el sonido se transforma en un elemento tan compacto que te impide parar de escucharla; tema atrayente como pocos, embrujado bajo la intensidad de unos teclados que se convierten en indispensables y que hacen de la canción una conjunción perfecta de fuerza, ritmo y entusiasmo no exentos de la épica que la erigen en bandera de un disco que, sin embargo, tiene su obra maestra en el tema final: View front a hill  (Vista frente a la colina), en el que la sonoridad de las guitarras nos transporta a ese inicio que nos obliga a repetir: «de nuevo, de nuevo», como si nada de lo que nos ocurrió tras aquella primera experiencia mística de luz y gloria nada más nos hubiese forjado la vida; una experiencia que nos retrotrae al pasado. Una experiencia en forma de historia teñida por los recuerdos que vuelven a nosotros una y otra vez sin pedírselo, igual que la imagen de todas las personas a las que hemos querido, porque su poder está inscrito en el eco de la nostalgia. 

Ángel Silvelo Gabriel.

miércoles, 1 de junio de 2022

MOHAMED MRABET, EL LIMÓN: LA LIBERTAD Y SU BÚSQUEDA


 

La oralidad y la lucha que supone en la mezcolanza entre culturas, ritos y tradiciones. La oralidad y su choque directo con los recuerdos. De ahí nacen las palabras de Mrabet y la vida que él recupera a través de la palabra y las señas de identidad que se transfieren al otro como protagonistas sensoriales de vivencias y sentimientos. Lo enigmático y lo sórdido de la cultura marroquí, sus rituales religiosos y cotidianos —con el kif muchas veces de fondo—, y la violencia que transita por sus calles y familias hacen de El limón un testigo directo de una época y de unas vidas que transcurren sin matices entre un límite y su opuesto. Una lucha entre culturas, la europea y la magrebí, que desemboca, en el caso de El limón, en una violencia que nace del desconocimiento y de la falta de respeto hacia el otro. Una cultura, la marroquí, que hipnotizó a muchos artistas e intelectuales occidentales que vieron en ella una oportunidad para la libertad; un territorio donde la ausencia de normas era la excusa perfecta para vivir. Unas normas que, sin embargo, sí existían y ellos obviaron a la hora de residir en su particular paraíso de sexo, alcohol y drogas que se adelantó a su posterior implantación en Europa. Unos tiempos de decadencia, guerras y huidas que produjeron obras literarias, casi siempre enigmáticas y convulsas, como El almuerzo desnudo de William Burroughs, o los relatos cortos de Paul Bowles que, junto a su mujer Jane Bowles —Cabeza de gardenia como la llamaba Truman Capote—, y de la mano entre otros de Emilio Sainz de Soto-Lyons, hicieron de sus calles, medinas y mezquitas un mapa geográfico distinto y lejano de todo aquello que los oprimía. En este sentido, la libertad y su búsqueda en El limón de Mohamed Mrabet, forman parte de un cuento largo al modo de Las mil y una noches que el músico y escritor norteamericano Paul Bowles transcribió de lenguaje dialectal de Mrabet al inglés, convirtiéndolo en una sucesión de imágenes, aventuras y sucesos de un niño de 12 años, Abdeslam, que en principio rechaza la violencia y que luego encuentra en ella la única vía de salida hacia aquello que le oprime. Narrado en un estilo directo donde Bowles hace de narrador omnisciente para darle sentido a aquello que escucha grabado en una cinta, El limón nos da una visión más de la vida inherente a todos aquellos libros de iniciación y, que en el caso que nos ocupa, también podríamos añadir de viajes, como en su día lo fueron La carretera de Jack Kerouac, las novelas de John Fante o las de Bukowski. ¿Entonces, cuál es la diferencia entre unos y otros?, pues que en El limón, el protagonista solo es un niño. Y su devenir existencial destila, por una parte, la inocencia de la infancia, y por otro, la necesidad de vivir lo más intensamente posible, lo que convierte a esta narración, también, en un libro confesional. De todo ello, nos habla un Mohamed Mrabet que ya deleitó a multitud de lectores con su primer libro, Amor por un puñado de pelos, que sigue el mismo entramado de oralidad y transcripción por parte de Paul Bowles. Gracias a esa colaboración nos ha quedado una huella literaria de aquel Marruecos oscuro y distinto, y que alcanzó su máximo esplendor en la ciudad de Tánger, donde unos y otros pusieron todo lo mejor y lo peor de sí mismos a la hora de marcar una época: la de la libertad y su búsqueda. 

Una época, y su sentido, que quedan perfectamente retratados en el Poema Casi nada que Paul Bowles escribió a Jane, cuando ésta falleció en Málaga el 4 de mayo de 1973: «Al principio había barro, y el sonido de la respiración, Y nadie sabía dónde estábamos. Cuando lo averiguamos, era demasiado tarde. Nada puede ocurrir ya salvo como ha de ocurrir. Y además, estaba solo y no importaba. Sólo porque entonces nada podía importar. *** Creíamos que había otros caminos. La oscuridad quedaba fuera. Nosotros no somos eso, decíamos. No está en nosotros (…) *** Hubo un tiempo en que la vida era más alegre. Bebíamos aún el agua del lago, El cubo salía fresco y fragante con el olor a agua profunda. La canción se oía en todas partes aquel año, un absurdo estribillo: Parece tanto tiempo, y no lo es. Parecen tantos años, y tal vez sea uno. Cuando los árboles estaban allí me preocupaba que estuvieran allí, y ahora han desaparecido. Para salir tomamos la senda que rodea el pantano. Cuando emprendimos el viaje de regreso la marea había subido. Había otro camino pero quedaba muy arriba y era difícil llegar. Así que esperamos aquí, y todo sigue igual. *** Había muchas cosas que quería decirte antes de que te fueras, y ya nunca te las diré. Aunque el sol inunda la terraza formando las mismas sombras en los mismos sitios, sólo lo veo yo, sólo yo oigo el viento y es demasiado fuerte. El mundo hierve de palabras. Perdóname… 

Ángel Silvelo Gabriel.