1.- FLEUR JAEGGY, PROLETERKA:
EL SUICIDIO DE LOS RECUERDOS
La desnudez de
los sentimientos expresados de forma parca, árida y, sobre todo, poética y
sobrecogedora. Proleterka, en este
caso, es el nombre de un navío que surca los mares oscuros de los recuerdos y
la vida; una vida donde la única frontera a salvar es la distancia que reina en
el silencio de las emociones; emociones de personajes sin nombre, emociones
extremas que surgen como un iceberg en un océano frío y desolador donde el
único refugio es la palabra convertida en poesía. Escritura de paredes vacías
exentas de libros, paredes blancas como símbolos de un alivio necesario para
continuar en mitad de la tempestad…, en el suicidio de los recuerdos. Fleur
Jaeggy de nuevo se aísla en su propia partitura y nos ofrece un nuevo tour de forcé de la vida hecha
literatura con mayúsculas. Nada falta y nada sobra en la bella pulcritud de su
escritura. Leer a Jaeggy es dedicarle nuestro tiempo al virtuosismo que se
esconde detrás de cada palabra, una especie de contraseña que nos lleva a los
territorios en los que no podemos pedir auxilio. Ella nos propone la zozobra y
a nosotros no nos queda más que seguir escuchando las teclas de ese piano que
no dejan de tocar y, con ellas, desembarcar en esas otras Venecias sumergidas bajo las aguas, donde lo único que tenemos que
haces es dejarnos llevar por la belleza. Proleterka nos narra la historia de
un padre y una hija a través de los recuerdos; recuerdos de la vida sin
palabras que les acoge, y la distancia que enmarca a esos silencios; unos silencios
que son como el largo preludio de los recuerdos y más tarde la muerte. Hay
muchos presagios en esta novela iniciática que navega sin pudor sobre la vida,
los sentimientos, la familia o el sexo; y también muchos silencios que se
coronan como la única verdad al alcance de unos personajes que sólo buscan
pasar de perfil por todo aquello que no les gusta y, sobre todo, sin dar
explicaciones. Los mundos interiores que recogen las vidas de Johannnes y su hija son la expresión de
una desnudez existencial que se ancla una y otra vez en la imposibilidad de las
palabras; palabras proscritas, porque son meras explicaciones de aquello que no
se quiere vivir, de ahí que el silencio sea como un suicidio libremente
elegido, donde lo único importante es uno mismo, por más que nuestra vida sea
la intrahistoria de un naufragio.
2.- ALBERT CAMUS, EL PRIMER
HOMBRE: LA SOLEDAD QUE ACOMPAÑA A LA DIGNIDAD DE LA POBREZA
La soledad de un padre en el que
fijarse, de una madre a la que mostrarle el cariño que se escondía tras sus
silencios, de una abuela que no entendía ni la vitalidad ni la necesidad de
crearse un mundo ajeno a la miseria y la pobreza que le rodeaba; un mundo que
lo era todo con muy poco: la luz del sol, los juegos con sus amigos y la
libertad de sentir el aire argelino en la cara y el agua del Mar Mediterráneo
en la piel. Así fue cómo Camus encontró la solución a esa
soledad que acompaña a la dignidad de la pobreza. El primer hombre que
representa Camus la encontró ahí y en sí mismo, en esa fosa oscura cargada
del orgullo de un espíritu libre que, sin embargo, todavía no conocía la
libertad individual que acompañaba al nihilismo. Orgullo, dignidad, mar y sol
fueron los elementos con los que Camus creó el universo de su
infancia: estrecha en lo económico e infinita en la fuerza de los sueños. En El
primer hombre, Camus se enfrenta a sí mismo, a sus
raíces y al encuentro de su padre desde la convicción de que ese primer hombre
que no llegó a ser su progenitor es él, cuando delante de su tumba piensa que
el hombre enterrado que yace bajo tierra era más joven que él: «Y la ola de ternura
y compasión de golpe que le colmó el corazón no era el movimiento del ánimo que
lleva al hijo a recordar al padre desconocido, sino la piedad conmovida que un
hombre formado siente ante el niño injustamente asesinado». Es en esa infinita
soledad en la que Camus se pierde, a la vez, en los confines del tiempo y en la
barbarie de los hombres. Ahí, una vez más, Camus está solo junto a sus temores
y sus interrogantes y a su necesidad de saber y a sus recuerdos, que se
enfrentan a su propia simbiosis entre alma y corazón. Porque el primer hombre,
tal y como se nos apunta en la contraportada de la novela, debería ser el padre
del niño, pero sin embargo es él, Jacques
Cormery, álter ego de Camus y protagonista de esta
historia que busca en el estímulo de la superación algo de luz. Él, sin duda,
en su infancia la encontró en el cielo de Argel, en la compañía de sus amigos,
y en la complicidad de sus profesores. No obstante, el narrador de esta
historia nos recuerda que: «La miseria es una fortaleza sin puente levadizo»,
es decir, Jacques Cormery, —el propio
Albert
Camus—; o también que: «la guerra no es buena, porque vencer a un
hombre es tan amargo como ser vencido por él». En ese vaivén, que busca en el
estímulo de la convulsa contradicción de la supervivencia, es en la que se
mueve Camus en El primer hombre. Una novela que él
deseaba que fuese el reencuentro del hombre con el escritor, para de esa forma
dejar atrás la época de sequía que le perseguía como una maldición y, de ahí,
su aislamiento lejos de París y del mundo, porque él creía que así podría
escarbar mejor con el corazón dentro de sus entrañas.
3.- STEFAN ZWEIG, LA
DESINTOXICACIÓN MORAL DE EUROPA: LA DEVASTADORA IRRACIONALIDAD QUE LOS
NACIONALISMOS EJERCIERON SOBRE EUROPA
La lucha del individuo frente al
Estado adquiere en estos artículos, el estigma de la lucha de David contra
Goliat; una insalvable diferencia a la que sin embargo Zweig aporta
el don de la inteligencia y el análisis para darnos la oportunidad de salvarnos
de ese yugo perenne y acosador que nos persigue a lo largo de los días. Él,
tras la llegada del nazismo y la persecución que el régimen de Hitler llevó a
cabo sobre los judíos, ya nos advirtió del mal que nos acechaba y, de ahí, que
propusiera a Europa como el último baluarte del individualismo. Sin embargo, la
solución que aportó fue la que finalmente se aplicó a sí mismo y a su mujer: la
huida hacia nosotros mismos. Pues ni el todopoderoso presidente norteamericano
Wilson después de la finalización de la Gran Guerra, ni la existencia de una
Sociedad de Naciones fueron capaces de imprimir a los dirigentes europeos de
unos instrumentos que les llevaran a plantear la paz como una forma de
inclusión de los pueblos de Europa, y no como un simple resarcimiento militar,
económico y territorial de los vencedores sobre los vencidos. Años más tarde,
cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, Zweig ya no pudo ver y
conocer la victoria de los aliados sobre Alemania y, mucho menos, la creación
de CE y, su posterior transformación en la UE. Un cambio de las políticas de
los dirigentes europeos que, sin llegar a ser de ningún modo la panacea del
modelo con el que soñaba Zweig, sí que han servido para cambiar
el panorama político del continente y adoptar parte de sus propuestas y
pensamientos. Proyectos, todos ellos, cargados de una palabra en desuso en la
actualidad: generosidad, pues no en vano, él sacrificó su vida en pos de su
pensamiento.
4.- JAMES SALTER, EL ARTE DE
LA FICCIÓN: EL MINUCIOSO JUEGO DEL AZAR AL SERVICIO DE LA LITERATURA
James
Salter no iba para escritor y, sin embargo, fue una víctima más del
minucioso juego del azar al servicio de la literatura. Salter
vivía apartado del mundo literario, y su ámbito creativo se circunscribía a la
escritura de sus diarios o a la composición del primer relato que, una vez
acabado, enseñó a unos amigos a los que no les gustó. A los veintiún años, Salter
era piloto de caza de las Fuerzas Aéreas Norteamericanas; una especie de Saint-Exupéry
moderno, pero sin Principito. Entonces, ¿para qué escribir?, ¿por qué
escribir?, ¿para quién escribir?, ¿qué sentido tiene el hecho en sí de la
escritura? Si nos atenemos a las conferencias sobre el arte de la ficción que James
Salter dio en la Universidad de Virginia en 2014 podríamos apostillar
tal y como hace el autor de la magistral Todo lo que hay (su última
novela) que, en el oficio de escribir: «Has de dar mucho para recibir algo.
Recibes sólo un poco, pero es algo. No hay valores establecidos; das mucho a
cambio de nada; haces todo a cambio de apenas nada […] ¿por qué se escribe? Ahí
está la esencia. Entonces, ¿por qué? […] Sería más honesto decir que he escrito
para que otros me admiren, para que me quieran, para ser elogiado, reconocido.
A fin de cuentas, ésa es la única razón». Sin embargo, ese camino hacia el
beneplácito de la gloria, Salter no lo encontró sino tras la
publicación de su última novela, poco tiempo antes de morir, justo, cuando ya
no le interesaban esas muestras de cercanía y admiración de los medios hacia su
obra, porque su relato vital, aquel que marchó pegado a la literatura, estuvo
marcado por la soledad más absoluta.
5.- PATRICK MODIANO, RECUERDOS
DURMIENTES: LAS CARRETERAS SECUNDARIAS DE LA MEMORIA
¿Cuántas vidas vivimos, sólo la
que nos perfila el viento en el rostro cada día o esa otra que imaginamos y
perseguimos en nuestros sueños? A los escritores, quizá, les queda aún una más:
aquella que reinventan en sus novelas. En este sentido, Recuerdos durmientes es
un magnífico ejercicio literario que se mueve entre la realidad y la ficción,
los recuerdos y la memoria, París y el misterio. Y lo hace a través de
historias entrecortadas por el paso del tiempo donde los recuerdos son los
verdaderos testigos de ese movimiento temporal del día a día, tal y como nos
dice el propio autor: «los mismos gestos bajo el mismo sol». La cualidad de ese
calor de agosto, de las caras ya sin rostro que sólo son nombres anotados en
viejas libretas o papeles marchitos, así como ese sol que persiste en iluminar
una parte de nuestros recuerdos, se comportan como la fuerza motriz de aquello
que nos queda de lo que vivimos, y lo hacen de tal modo que son el rastro de
toda una existencia, porque son los elementos que han sobrevivido al olvido. La
esencia de Patrick Modiano y su escritura están presentes en esta novela
corta donde hace un ajuste de cuentas con el tiempo a través de unos personajes
que se le aparecen como fantasmas en apuntes perdidos en carpetas amarillentas
o guías de teléfonos. El protagonista, junto a ellos, lucha contra ese olvido
de sí mismo y de su vida con la fugacidad presente en la intensidad que se
esconde tras esa imagen o esa sensación que nunca se nos borra de la memoria
por mucho tiempo que pase. Modiano, a través de seis mujeres
enigmáticas y sus encuentros fugaces, juega no sólo consigo mismo y su memoria,
sino también con el lector, al que invita a adentrarse en la singladura de unas
historias y unos personajes cargados de misterio y, también, de los recuerdos
del frío parisino de los sesenta, o de esos domingos de agosto antes de que
tuviera que volver al internado, o de las conexiones del metro de París con sus
lucecitas de colores que se iluminaban cuando las apretabas. Entre calle y
calle, café y café, paseo y paseo, descubrimos ese París imaginado por el
protagonista, en una singladura que, a veces, se comporta como la pérdida de la
inocencia de aquel joven que ya no lo es.
6.- GABRIELE D’ANNUNZIO, EL
PLACER: LA DECADENTE Y SENSUAL BÚSQUEDA DE LA BELLEZA
La oscuridad que persigue al
deseo sólo es comparable a luz que descubre el éxtasis. La búsqueda de ese
placer sin medida es la narración de un tránsito oscuro, plagado de temores,
miedos, sinsabores y la kinesia de un alma que busca desprenderse del cuerpo
que la amordaza. Baste decir que: «El decadentismo se interesó por plasmar en
la obra literaria una suprarrealidad por vía de la introspección y el
escudriñamiento de un más allá por medio de los sueños y las sensaciones que
dicta el inconsciente». Y ese viaje sin límites y sin final es el que nos narra
de una forma voluptuosa, metafórica y culturalista Gabriele D’Anunnzio
en El placer, una novela que representa como pocas la decadente y
sensual búsqueda de la belleza. Atrapado en esa cárcel de hedonismo que sólo
respira a través de unos sentidos desmedidos y enfermizos D’Annunzio
crea a un seductor —y álter ego de sí mismo—, Andrea Sperelli, que sigue
la estela de otros grandes conquistadores de la historia de la literatura como
el Don Juan Tenorio de Zorrilla o Giacomo Casanova,
sin olvidarnos, por supuesto, de la efigie erótica y sexual de los personajes
más libérrimos del Marqués de Sade, o más recientemente, de la
ironía del decadente Jep Gambardella en La grande bellezza.
E igual que sucede en la película de Paolo Sorrentino, tras este
entramado de deseos, luces y sombras se extiende Roma, y lo hace como ese tapiz
que lo cubre y lo contempla todo. Roma es la escena, el atrezo, la vida y el
aire de El placer. Sus diferentes y exquisitos cielos, sus celebérrimas
fuentes, sus calles adoquinadas, sus carruajes de caballos o esa pastoril
escena de rebaños cruzando sus inmortales vías, son el contrapunto más sereno
por el que Andrea Sperelli sueña y se desespera junto a sus dos amadas: Elena
Muti y Maria Ferres. El amor que manifiesta Sperelli es un éxtasis
cercano al misticismo; un misticismo al que dota de un lenguaje recargado de
largas y minuciosas descripciones, —propias de otros tiempos—, y que siempre
van acompañadas de un exquisito dominio del mundo del arte en sus diferentes
manifestaciones. En El placer, el arte es la herramienta con la
que el narrador explora la vida interior de su protagonista y el alma femenina,
a la que narcotiza con el don de las palabras. Palabras bellas en sí mismas:
insinuantes, acertadas, liberadoras, pasionales y, cuya melodía, es una nueva
manifestación de esa otra partitura superior que es el placer sin más. Sperelli
habla, escribe, pinta y tiene el criterio de aquellos de derrumban voluntades
con el aura que desprenden. Sabe esperar y atormentarse, pues en esa espera y
en ese tormento también está el premio que oculta el éxtasis del placer,
incólume a la virginidad del alma: «Engañar a una mujer constante y fiel,
calentarse con una gran llama suscitada por un deslumbramiento falaz, dominar a
un alma con el artificio, poseerla toda y hacerla vibrar como un instrumento, habere
non haberi, puede ser un gran
deleite. Pero engañar sabiendo que se es engañado es un estúpido y estéril
trabajo, es un juego aburrido e inútil.»
7.- VICENTE VALERO, DUELO DE
ALFILES: EL AJEDREZ COMO EXCUSA PARA VIAJAR A LAS ENTRAÑAS DE LA LITERATURA
El poder de la ficción reside,
entre otras muchas circunstancias, en la sensación del descubrimiento que
conlleva. Leer es vivir otras vidas, pero también afianzar aquello en lo que
uno cree, con el agravante —en este caso— de que uno no llega a ser consciente
de sus infinitos límites a la hora de explorar el alma humana. Límites que no
sólo nos proporcionan la literatura en sí, sino que se reafirman en el viaje,
la metaliteratura, la fusión entre realidad y ficción, y esa sana curiosidad
que nos lleva a meternos en aquellas vidas y lugares que nunca antes nadie
reparó en ellas. De ahí, que la literatura y su capacidad de descubrimiento,
sean en sí mismas una especie de alumbramiento. Y luz es lo que cada vez más
necesitamos en los territorios de tinieblas en los que nos desenvolvemos. En
este sentido, tanto la luz como la libertad que le proporciona al escritor el
innato poder que representan los recuerdos sobre su obra, están muy presentes
en este Duelo de alfiles, una novela que su autor, Vicente Valero, define
como de viajes. No obstante, no debemos confundir tal definición como novela de
aventuras o de periodista viajero, porque nada más lejos de esa realidad se
encuentra el gran encomio y acierto de la última novela del escritor ibicenco,
que se sirve de una de sus pasiones, el ajedrez, para mostrarnos a cinco
grandes escritores de finales del siglo XIX y principios del XX en pequeños
avatares de sus vidas que, sin embargo, para su autor tuvieron gran
trascendencia, tanto en sus vidas como en sus obras. Por tanto, en Duelo
de alfiles estamos ante el ajedrez como excusa para viajar a las
entrañas de la literatura. Como ya hizo en Los extraños o El arte de la fuga, Vicente
Valero se cuela por la rendija que nadie antes ha penetrado, para
darnos una gran lección de las relaciones y dimensiones que existen en el
espacio exterior e interior de los escritores y su trascendencia. Hay en cada
uno de estos cuatros retratos (Bertolt Brecht, Frank Kafka, Nietzsche y
Rilke), cinco si añadimos a Walter Benjamin, esa necesidad de
búsqueda de la luz y la superación de la frustración creativa a la que todo
artista se enfrenta. Y Valero nos la muestra en cuatro
capítulos que podrían representar cuatro partidas de ajedrez con sus diferentes
aperturas y finales; unas partidas donde siempre subyace la casualidad que
existe tras cada viaje. Gracias a esa capacidad de narrar, Valero apoya sus relatos
en anécdotas que, en principio, no parecen trascendentales, pero que nos hacen
un dibujo certero y único de los episodios vitales de los escritores que
retrata. Y que como buen pintor de semblanzas que es, nos disecciona en unas no
menos interesantes disquisiciones filosóficas y literarias sus accidentadas
vidas entreguerras, lo que nos traslada a ese otro complicado territorio de las
comparaciones y las confrontaciones. No es una casualidad, en este caso, los
lugares comunes que recorren los cinco autores ni su presencia en un mismo
lugar un mismo día sin que ellos sean conscientes de esa cercanía; una cercanía
anónima en ese instante, pero relevante y trascendente en el devenir de los tiempos.
Esa, sin duda, es otra de las grandes labores de orfebrería literaria que ha
llevado a cabo Valero a la hora de darle a este novela metaliteraria el dogma
de referencial a pesar de su corta extensión en el número de páginas. Nada
falta y nada sobra en esta obra narrativa; una obra dotada con los elementos
suficientes para hacerla única y especial.
8.- ANTÓNIO LOBO ANTUNES,
MEMORIA DE ELEFANTE: EL TRÁNSITO POR EL REINO DE LA SOLEDAD SIN NOMBRE A TRAVÉS
DE LA NOCHE MÁS OSCURA
Tocar fondo para así poder
desarrollar nuestro propio trabalenguas; soñar con aquello que no fuimos o ni
tan siquiera intentamos ser; o ver el abismo con la indiferencia del que conoce
el vacío que existe tras la gloria. Así se comporta el protagonista de esta
novela de metáforas pictóricas, poesías sin rima y sonoridades húmedas como el
sexo que nos visita a destiempo. Y, también, acurrucado en esa bola de erizo
que nadie osa tocar y desde la que se obstina en buscar su ritmo —aunque éste
sea lento—, o una salida a su hastío o desasosiego como diría Pessoa
—por más que António Lobo Antunes reniegue del poeta portugués y
su obra—, porque existe ese punto de unión entre ambos: la necesidad de
búsqueda más allá de lo que la vida les proporciona y, es ahí, también, donde
uno y otro han forjado su leyenda, más oscura o sucia si se quiere en Antunes,
por mor del sexo, la guerra o los muertos que los conflictos bélicos propician
y, que en el caso del escritor portugués del barrio de Benfica, vivió en
primera persona en Angola. Pero fuera de ahí ambos se comportan como titanes a
la hora de arremeter contra ese hastío del día a día que es infinito e
invencible. La escritura intensa, poética, repleta de referencias pictóricas o
musicales, como expresión de la sublimación del arte sin más, son las
coordenadas con las que António Lobo Antunes dota a su estilo
narrativo, y lo hace de una forma portentosa y nada fácil en su estructura o
argumentario. En este sentido, leyendo Memoria de elefante, en
algunas ocasiones, se nos han hecho presentes imágenes e intenciones de la
narrativa de Ernesto Sábato, sobre todo, de su novela Sobre
héroes y tumbas, pues lo que nos narran ambas, es la redención de una vida
a un sueño: el de la libertad. Decía Scott Fitzgerald que: «en la
noche más oscura del alma son siempre las tres de la mañana»; una frase que Lobo
Antunes también emplea en Memoria de elefante, y que
podríamos decir que hace suya, pues en esta novela navega por las más turbias aguas
de la soledad que, poco a poco, le llevan por un viaje de un día y una noche
por su barrio de Benfica —olvidado de la gloria como tantos otros— y por esos
otros lugares poco frecuentados de la capital lisboeta que le sirven al
novelista de asideros de la desesperación ilustrada y casi muda que nos muestra
en la cercanía y la lejanía, pues esta novela está repleta de diálogos
interiores que se mueven de la primera a la tercera persona respectivamente,
con una soltura admirable.
9.- REMEDIOS
ZAFRA, EL ENTUSIASMO: CRÓNICA DEL FRACASO Y CAÍDA DE LOS ENTUSIASTAS
A medio
camino entre un diario cibernético aderezado con tintes metálicos y un
manifiesto político contra la precariedad laboral, nos enfrentamos a la crónica
del fracaso y caída de los entusiastas (así denominados por la autora de este
ensayo). Y lo hacemos bajo la tenaz mirada de alguien que conoce muy bien el
terreno que pisa, pues con su acertada dialéctica, nos muestra una de las
cloacas del mundo en el que vivimos: la simbiosis perfecta que conforma la
precariedad y el trabajo creativo de la era digital. Remedios Zafra
(ganadora por este libro del Premio Anagrama de Ensayo 2017) vuelca su mirada
sobre un mundo altamente tecnificado como es el actual, y lo hace, avanzando
sobre él con la potencia de un lenguaje material y matérico que nos posibilita
tocar las palabras con las que escribe, pues se trata de un lenguaje repleto de
términos que se refieren a máquinas y conceptos que sintetizan la arqueología
digital en la que nos desenvolvemos y nos deposita en esa dicotomía que nos
fracciona entre usar frente a ser usados. De tal forma lo consigue que, la
licuosidad de las emociones observadas y experimentadas a través de las
pantallas de nuestros artilugios informáticos, no nos libra de los males
presentes en nuestras vidas por mucho que estemos altamente tecnificados. Zafra
nos apunta que: «hoy el tiempo es un bien escaso, tan repleto de trabajos y
tareas burocráticas y tecnológicas que apenas aparece a pequeños intervalos
pequeños, difíciles para la concentración que precisa ejercitar, formar y
practicar eso que punza.» Esa falta de tiempo para poder pensar y repensarnos
es una de las causas y de las cadenas a las que estamos encadenados en el siglo
XXI, donde todavía más si cabe, somos prisioneros de los grandes números,
quizá, porque esa es una de las premisas del mundo hiperconectado en el que
vivimos; unos grandes números que son con los que se alimentan las grandes
empresas que delinean nuestras vidas a través de las pantallas de una forma
aséptica y purificada sin que lleguemos a ser conscientes de los niveles de
penetración que las mismas procesan en nuestras conciencias, cada vez más
transitadas por imágenes que por palabras. Como nos recalca la autora de El
entusiasmo: «lo mucho prevalece sobre lo poco» y en esa necesidad de la
urgencia lo más palpable es que la atención está en riesgo. Cuanto menos
atención le prestemos a los mensajes que nos son enviados hasta el infinito más
fácilmente seremos manipulados, pues nuestros estímulos se mostrarán más
placenteros a la hora de ser inducidos hacia ese punto de no retorno que se
producirá bajo la cúpula de la soledad e íntima oscuridad que nos acoge cuando
creemos observar el mundo a través de una pantalla sin ser conscientes de que
sólo somos un peón de la gran partida de ajedrez que se juega más allá de
nuestros dominios. Nunca el ser humano ha sido menos dueño de sí mismo y sus
acciones que en la actualidad, cuando sin embargo todos creemos justo lo
contrario, pues nos vemos como dominadores de esa parcela internáutica de la
que somos un protagonista más. Película masiva y universal que, por no ser, no
es ni material sino ciber-real. Como muy bien nos apunta en este sentido Remedios
Zafra: «… la vida pública nunca dice la verdad y las personas se
esconden necesariamente detrás de su perfiles, que suelen resaltar los pequeños
éxitos». Esa ávida necesidad de la MENTIRA nos permite subvencionar una parte
de nuestra cruda realidad con unas dosis de ficción con las que nos auto
engañamos al creernos que no dejan huellas más allá de nuestro
micro-ciber-espacio.
10.- ANDRÉS ORTIZ TAFUR,
MENSAJES EN UNA BOTELLA QUE ESTOY ACABANDO: UN VIAJE HACIA EL ECO DEL PASADO
Atrapar el tiempo y volver a
vivirlo desde el futuro. Reescribir las directrices de una vida que nunca es
como la pensamos, igual que ese balcón al que ya nadie se asoma y en el que
buscamos denodadamente algo que nos lleve de nuevo a él en un viaje hacia el
eco del pasado. Un eco que, sin embargo, se ha perdido en la estepa del
silencio. Allá donde nunca más regresará. El infinito, a veces, adopta la forma
de vacío; un vacío sin colores ni ruidos ni sentimientos, pues todos ellos
yacen en una fosa distinta, paralela y de la que no existen ni mapas ni coordenadas:
«Esa persona apareció/ y con la tierra que tomó para cubrir la zanja/ abrió
otra zanja,/ si cabe más profunda» . Mensajes en una botella que estoy acabando
se asemeja a ese último trago de la noche que no sacia nuestra sed, pero nos
hace creer todavía que, de alguna forma, seguimos vivos. La virtud de las
palabras aquí se convierte en fe de un testamento vital estrujado por la
soledad de aquel que no escucha su voz en la profundidad del bosque. Andrés
Ortiz Tafur, tildado como el nuevo Thoreau de las letras españolas por Sergio
del Molino, dibuja en este, su primer poemario, una suerte de caminos
que buscan una respuesta desde las grietas del pasado, para de ese modo,
encontrar un nuevo horizonte a todas las preguntas. Preguntas que adoptan la
forma, en ocasiones, de poemas narrativos siempre punzantes, como la forma de
la bala que preside la salida de la botella de la portada: puntiaguda, pero sin
pistola. El escritor jienense sigue buscando, como ya hiciera en sus tres
libros de relatos anteriores, un punto de cordura en un universo inspirado en
la vasta locura de aquel que no se conforma con lo que tiene o experimenta, de
ahí que dedique su vida a la eterna búsqueda. Explorador de esos territorios
que ahora encuentran su razón de ser en la Sierra de Segura, deambula entre
arroyos y árboles, montañas y monte al encuentro de un yo que da vueltas alrededor del viento que le acoge en cada salida;
unas salidas que cada día se enfrentan a ese infinito que ni la vista alcanza.
De tal modo lo hace que, la majestuosidad de esa naturaleza, le atrapa en sus
letras y le obliga a seguir buscando caminos y, surcar con sus poemas, en este
caso, los límites de la razón pura de una locura que sólo es capaz de mover la
ruleta de la pasión que tiene parada y fonda en las entrañas del corazón. Este
conjunto de poemas son una travesía a corazón abierto por una vida sin
posibilidad de transfusión. Ortiz Tafur se ha dado cuenta de que
la derrota también es cosa de valientes que saben esperar su oportunidad, como
las moscas de su Colecciono moscas:
«¿Te das cuenta? Esos insectos guardan en sus pequeñas panzas el futuro que tú
rompiste...»
Ángel Silvelo Gabriel