Julian Opie es de los que piensan que el arte no se limita a los márgenes de un cuadro, para este artista inglés el arte no tiene límites como muy bien plasma en su exposición de Valencia, y no sólo eso, sino que parte del axioma que el arte forma parte de nuestras vidas, sobre todo, Opie nos intenta llamar la atención sobre lo cotidiano del ser humano y su traslación al mundo de la creación.
En la exposición que ha permanecido en el IVAM hasta el pasado 18 de julio (ante la gran afluencia de público se ha prorrogado hasta el 22 de agosto) y que él ha dividido en tres partes: caminar, relatos y baile (o capítulos como él los llama) es un estudio sobre el movimiento. Un recorrido al que cada uno puede darle un significado, pero al que Julian Opie ha dedicado mucho tiempo, porque piensa que nuestras vidas se componen en gran parte de movimientos de los seres anónimos que cada uno representamos, y esta fijación es la que le ha servido a Opie para llamar nuestra atención sobre su arte y composición.
Pero en este caso, la exposición empieza mucho antes de la sala de exposiciones, y como premisa del arte total, un gran vinilo de perfiles cortados en negro imprimen de un bello y distinguido carácter a esta muestra, a medio camino entre la pintura y la escultura de límites y trazos definidos y de led de personas en movimiento.
A las figuras de seres humanos sin facciones en el rostro y de colores definidos en sus prendas y vestidos, Opie las colocan en el epicentro de la sociedad industrial, y anónima por definción, en la que nos desenvolvemos, lo que nos les exime de unos rasgos amables y unos colores alegres que se contrarrestan con la gruesa línea negra que marca los límites de sus personajes con el exterior, una barrera fronteriza que parecen destinados a no poder traspasar.
En cuanto a los retratos, éstos casi siempre se conforman de personas cercanas a Opie, a las que él dota de una visión muy personal, cercana y libre, donde destaca la sencillez del gesto o la mirada, y que se compaginan a la perfección con grandes dosis del dominio del color, pues con una paleta de colores muy básica, consigue resaltar lo esencial de aquello que quiere representar a través de un simple gesto.
Por último, el gran acierto de los bailarines, se encuentra en su disposición en la sala elegida para su exposición, así como, la elección de la disposición de las distintas figuras, que te llevan a imaginar la coreografía que Opie ha intentado mostrarnos, un baile en estado puro, aunque esta vez es ejecutado por seres anónimos sin rostro, pero cargados de una ilimitada alma danzarina.
Julian Opie es una experienca viva del arte en movimiento.
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