En ciertas ocasiones la vida se
comporta como un manto invisible que nos aísla de los demás, y nuestra única
salida es la del héroe anónimo e invisible que lucha contra ese persistente
elemento del que no sabemos zafarnos. Sin embargo, lo que desconocemos, es que ese
gesto de heroicidad también es anónimo e invisible, porque la lucha no es solo
contra el elemento persistente que nos aísla, sino también contra nosotros
mismos, pues en nuestras coordenadas biológicas tenemos remarcada (en un fuerte
color rojo) la invisibilidad del anonimato universal. En esta novela, las
raíces de la verdad sobre la vida se dan la mano con el daño universal que
impregna a la dureza, el hambre, la resistencia y el dolor en cada uno de los
actos biográficos de Stoner; un protagonista que representa como nadie la
figura del antihéroe, pero que, como todo gran personaje literario que se
precie, sale triunfal en su lucha por la supervivencia. No hay nada más bello,
que sostener la propia existencia bajo el signo de aquellos valores que nos
hacen ser mejores cada día; esos valores tan profundamente olvidados por la
sociedad actual. En este sentido, el trabajo, el sacrificio y la renuncia, son algunos
de los principios que impregnan el carácter de un hombre que, para salvarse a
sí mismo, y a los que conviven con él, se refugia en la literatura. Aquí, una
vez más, la literatura es un bálsamo con el que intentar curar las heridas de
una cotidianeidad árida y cruel para, entre otros, con el más puro de los
sentimientos humanos: el amor.
No hay batalla sin bajas, y las
que Stoner va a acumulando a lo largo de su existencia se nos presentan como un
símbolo más de su inalterable carácter, y de esa necesidad intrínseca que pocos
como él poseen, tanto de la verdadera y única trascendencia como de la
seguridad muda que tiene a la hora de afrontar las soledad del hombre frente al
mundo. Este silencio es tan sublime que nos conmueve a través de una descarnada
sencillez que nos deja sin otro argumento que el de reclamar la heroicidad de
las pequeñas cosas; esas que nos cambian el rumbo de nuestro día a día. La
búsqueda de la belleza, el encuentro con el verdadero amor (puro, excitante y
sensual a la vez) y ese encomiable y firme saber estar ante las más grandes
adversidades de la vida, convierten a Stoner en un caballero medieval en busca
de su prometida o en un trovador mudo que intenta declamar sus versos a los
cuatro vientos, aunque lo haga desde el mutismo de un carácter prisionero de su
falta de voz frente al mundo. Todos ellos, conforman la otra vida; la vida
soñada que, en esta ocasión, es la vida interior, porque Stoner es una novela de
grandes vías interiores que cada una de ellas representa a todos aquellos héroes
anónimos que transitan a nuestro alrededor. En este sentido, la prosa de John
Williams es impecablemente limpia, certera y sencilla, como el devenir
de su personaje, aunque en ocasiones, nos deje muestras de una majestuosa
intensidad poética que la convierten en sublime. Pocas veces puede uno llegar a
emocionarse con tan escasos elementos, pero Williams nos los presenta
tan bien que, cuando estamos delante de ellos, nos enamoramos de ese pulcro
reflejo con el que el autor nos ilumina.
¿Qué es lo verdaderamente importante?
John
Williams lo sabe muy bien, y por eso nos ha narrado toda un vida, la de
Stoner, como excusa para mostrarnos a un hombre atrapado en un manto invisible,
al que enseguida eximimos de su pecado original y de las adversidades que este
le conllevan, pues todas ellas no hacen sino honrarle por esa sabia
interpretación (a través de una serenidad estoica) de los que saben dónde se
encuentran las raíces de la verdad sobre la vida; una vida que busca una luz o
un cabo donde agarrarse en la literatura. En Stoner, la magia de la
literatura se produce en forma de alumbramiento bíblico apadrinado por Shakespeare
y auspiciado por un raro profesor universitario, en cuyo auxilio, acude un rayo
de luz que desde la ventana incide en nuestro protagonista. Desde ese día, Stoner
cambia el rumbo de su estancia en el mundo, pero lo hace, sin saber que su
pecado original es el de haber nacido, sin más.
Ángel Silvelo Gabriel.
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