La tarde se presentaba calurosa, tanto,
que a uno se le antojó que la presentación de Los últimos pasos de John Keats,
era algo parecido al combate entre toro y torero que no lejos de allí, en la
Plaza de Toros de Las Ventas, también comenzaría a celebrarse a la misma hora,
las siete de la tarde. Las prisas finales, con la entrega en la caseta número
cuarenta de un cartel anunciando la firma, no hicieron sino difuminar (para mí)
en una histérica nebulosa el entreacto. Gracias a la asistencia de mi hermana África
que, entre otras cosas, preparó con mimo las vasijas de cristal con las
margaritas, y al personal de la Biblioteca del Ayuntamiento de Madrid, con Susana
Lado y Monserrat Cillero a la cabeza, que hicieron que todo estuviese
en su sitio: el booktrailer funcionando, los atriles con los ejemplares bien
colocados en la mesa, los carteles con los nombres de los intervinientes, el
cartel exterior que anunciaba el acto... llegamos a las siete de la tarde con
todo listo. Y en un lugar preferente, los invitados, que para mí, ese día se
transformaron en futuros lectores de mi novela, de ahí, que por un momento me
olvidara del significado que todos tenían como personas en sí mismas. Algo que,
por cierto, luego no fue capaz de superar.
Lorenzo Silva, mi padrino
literario, llegó con unos minutos de antelación al acto, acompañado de Antón Arriola que, entre otras cosas, ya me habló bien de la novela. La
conversación de una forma casual, o no, se escoró hacia la belleza (tan
presente en la novela), pero en este caso, referida a la película La
grande bellezza que, a Lorenzo, tanto le gusta. A nuestro lado, estaba
la editora de esta novela Anamaría Trillo que, entre otras muchas
cosas, ha ejercido todos estos días más que, como mi fiel escudera, de soporte
en el que volcar mis nervios e incertidumbres. Como digo, todo estaba en su
sitio, y tal y como al día siguiente me comentaron muchas personas, en el salón
de actos (que estaba lleno, excepto una silla) se respiraba un ambiente
cordial, positivo, de esos de se concitan muy de vez en cuando acerca de
alguien o algo. Ese positivismo, sin duda, hizo que la tarde no fuera
inolvidable solo para mí, como muchos de los asistentes me han transmitido, es
decir, tuvimos de nuestro lado la suerte del principiante.
Abrió el acto Susana
Lado por parte de las Biblioteca Públicas del Ayuntamiento de Madrid
para dar las gracias a los asistentes y expresar su gratitud a Playa de Ákaba
por querer presentar esta novela en el marco de la Feria del Libro de Madrid, a
la que la Biblioteca, en su escaso tiempo de vida, ya está íntimamente unida,
por la cantidad de actos que se han celebrado, y que se van a celebrar,
directamente relacionados con la Feria. Después tomó la palabra África
Silvelo que, en un tono muy sobrio y conciso nos habló, entre otras
cosas, de la importancia del esfuerzo y de la constancia en todo aquello que
iniciamos en la vida, pues esta novela era un sueño hecho realidad que comenzó
cuando el autor cumplió los veinte años. Una circunstancia que África
también aprovechó para ensalzar la labor de Anamaría Trillo como editing de esta novela. A lo que siguió
el recuerdo para la editora de Playa de Ákaba, Noemí Trujillo, muy
presente toda la tarde en las palabras de los intervinientes.
Anamaría Trillo, por su
parte, alabó la labor de todos aquellos que habían participado en la gestación
de la novela, con una mención especial al maravilloso trabajo de Enerio
Polanco, pues solo hay que ver la portada y la contraportada del libro
para darnos cuenta del acierto a la hora de diseñar la parte externa de la
novela. La portada de Los últimos pasos de John Keats,
como ya he podido comprobar en más de una ocasión, no pasa desapercibida y,
sobre todo, gusta, pues es bella en sí misma. Anamaría, como buena
editora que es, resaltó las propiedades de los libros: su olor, su tacto, las
sensaciones que transmiten a las personas cuando los tienen entre sus manos. De
las muchas cosas que dijo acerca de la novela, uno y perdonad por mi falta de
memoria, se quedó con la de que esta, era una novela diferente, y de que el
autor, había conseguido fundirse de tal forma con el personaje que no se nos
distinguía. Yo, por mi parte, desde aquí quiere agradecerle tanto sus palabras como
su trabajo hacia este texto que, en muy poco tiempo, ella ha mimado y le ha sacado
el mayor brillo de los posibles, tal y como alguna vez me ha comentado para
definir su labor.
Lorenzo Silva, baqueteado
en mil y una batallas parecidas, hizo de magnífico encantador de serpientes,
pues si todo el mundo me ha hablado muy bien de Susana, África y Anamaría,
el señor Lorenzo Silva se lleva la palma en el apartado de los halagos.
Uno, que solo le ha escuchado dos o tres veces, se da cuenta del poso cultural
e intelectual que maneja como escritor, periodista y persona atenta a todo
aquello que le rodea. Mencionó a Epicuro (disculpar que no transcriba
la cita), y más adelante habló sobre la belleza del famoso epitafio de John
Keats, para él, el más bello de la historia de la literatura, deleitándonos
con la lectura en inglés del epitafio completo y su traducción posterior al
castellano (un texto que, por cierto, yo utilicé en la novela). Y con la
belleza como compañera de viaje, nos llevó hasta unos versos de Rilke
que nos tradujo directamente del inglés, transmitiéndonos con su lectura, ese
aura de las personas que conocen y saben cómo iluminar al resto a través de la
palabra. La lectura de unos versos de Keats, y un extracto de la novela que, imagino
que eligió de una forma no casual, pues nos leyó el pasaje donde el personaje
contrapone la finitud de la política y los políticos contra la infinitud del
artista y del arte, fueron el colofón perfecto a su magnífica intervención. Yo
solo puedo manifestar desde aquí mi más sincero agradecimiento hacia su presencia
y sus palabras.
Por mi parte, y dado que era mi
bautismo literario a todos los efecto, hice una larga glosa de agradecimientos,
solo interrumpida por la emoción cuan me referí a Manuela, una anécdota que, al contrario de lo que yo pensaba,
fue muy bien acogida por todos, pues de una forma muy cariñosa me recordaron
que les había emocionado, quizá al final va sea cierto eso de que pasamos la
mayoría de nuestras vidas evitando las emociones, y cuando somos testigos de una
de ellas, que tildamos como de sincera, nos unimos a ese barco sin miedo,
aunque sea una nave cargada de incertidumbre.
Más allá de mis palabras de agradecimiento
y sobre la novela, quiero trasladar aquí, mi más profundo gratitud a todos los
asistentes que, aparte de familiares, amigos y compañeros de trabajo, van a ser
mis primeros lectores, porque tal y como dije el pasado martes, una novela o un
trabajo literario que no se lee o no dispone de lectores, por mucho que nos
pese, no existe, ya que se convierte en algo parecido a un eco mudo, o se
transforma en ese anonimato universal en el que la mayoría de nosotros nos
desenvolvemos habitualmente. De ahí, la importancia que para mí n los lectores
como trasmisores de todo aquello que uno ha querido expresar a lo largo de la
novela.
Como punto final de esta crónica,
quiero hacer mención a Noemí Trujillo, mi editora, pues sin
ella, nada de esto hubiese sido posible, y remarcar que aunque no estuvo
físicamente presente ese día, su aura recorrió el salón de actos en cada instante
que permanecimos allí. Para ella y para todos, termino con lo que está siendo
la frase estrella de mis dedicatorias y del libro: "la belleza es verdad; la verdad, belleza -Todo eso y nada más habéis
de saber en la tierra." (John Keats
en Oda a una urna griega)
¡Felices lecturas!
Ángel Silvelo Gabriel.
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