Cuando apenas faltan dos días para la celebración de la I Jornada Carboneras Literaria os adelanto el preámbulo a mis intervenciones sobre John Keats y Roma y Fernando Pessoa y Lisboa.
LA NECESIDAD DEL HÉROE EN LA
LITERATURA
«La
vida es un reflejo», pienso. Sin embargo, nunca intentamos asir ese efímero
destello, sino que más bien nos comportamos como si nuestra existencia se
quedara prisionera dentro de la imagen del cristal que solo vemos. Ese es
nuestro gran error, porque la verdadera vida huye en apenas un instante, justo
el que dura ese centelleo en el que casi nunca reparamos.
Este es un fragmento de la primera página de la novela Los últimos pasos de John Keats, y si lo
he traído aquí, es porque quiero que todos reflexionemos acerca de una idea que
lleva tiempo rondándome la cabeza. Esta idea no es otra que LA NECESIDAD DEL
HÉROE EN LA LITERATURA y que, entre otros, Lionel Trilling ya utilizó en 1974
en su libro titulado, El yo antagónico
(publicado en España por Taurus ediciones), donde aborda este concepto en el
apartado «El poeta como héroe: Keats en
sus cartas, donde nos dice lo siguiente: "El doctor Leavis dijo que, al pensar en Keats como poeta, tenemos
que comprender que los documentos importantes son sus poemas, no sus cartas.
Nadie lo pone en duda. Cuando pensamos sobre Keats como poeta, sus cartas son
por supuesto, iluminadoras y sugestivas, pero en relación con Keats como poeta
no son primarias, sino secundarias; solo son iluminadoras y sugestivas. Sin
embargo, el hecho es que a causa de las cartas es imposible pensar en Keats
solo como poeta; inevitablemente, pensamos en él como en algo más interesante
que un poeta, pensamos en él como en un hombre, más aún, como en una cierta
clase de hombre: el héroe.»
Si
trasladamos esta idea del hombre como héroe a este arranque del siglo XXI, nos
encontramos que en esencia poco o nada ha cambiado, pues estos catorce años y
medio que llevamos del presente siglo, aparte de los múltiples avances
tecnológicos, también nos han traído el retroceso del ser humano en la conquista
y consolidación de más libertades individuales y colectivas. Este retroceso
antinatural tiene muchos protagonistas, donde el poder económico y su falta de
escrúpulos sin duda es uno de ellos, pero al que también hay que unir, la
ausencia de unos líderes políticos a los que los ciudadanos de a pie puedan
confiar su voto en aras de que, además de representarles, defiendan sus
intereses, tanto individuales como colectivos. Esa ausencia de liderazgo que se
extiende desde los niveles más bajos de la Administración a los más altos
puestos de responsabilidad nacional e internacional, conlleva que los
individuos sientan la necesidad de asociarse fuera de los partidos políticos
que ya no les representan. Un mundo sin líderes, capaces y honestos, es un
mundo que carece de los mínimos principios de convivencia y lealtad, lo que
desarrolla de una forma alarmante movimientos violentos fuera de las leyes y
estallidos bélicos a las puertas de las sedes parlamentarias de los países del
primer mundo.
Todo
ello, en su conjunto, es un magnífico caldo de cultivo a la hora de buscar
respuestas más allá de los cauces normales establecidos, ya sean estos los
medios de comunicación o los líderes políticos; cauces que muy bien podrían
buscarse en la literatura, por ser este un campo donde siempre podemos
encontrar claros ejemplos de personas ancladas en la honesta obligación de
erigirse en difusores de la cultura y el pensamiento sin más, lo que siempre
conlleva unas mayores dosis de libertad, tanto personal como colectiva; es
decir, que estas personas tienen esa cualidad innata, y ausente en otras muchas
áreas de la sociedad, para llegar a convertirse en los verdaderos héroes de
nuestro tiempo.
Es
una obviedad decir que leer alimenta el espíritu, o que la lectura nos proporciona
una visión más rica de la vida, pues nos transmite ideas y vivencias que por
nosotros mismos no conoceríamos, pero no por ello es menos cierto decir que, el
amor a la lectura, aparte de ser un instrumento de primer orden a la hora de
instruirnos en aquello que nos acerca a la libertad, es hoy un bien común que se
hace más necesario, si cabe, en aras de reivindicar su importancia y su trascendencia
en nuestras vidas, pues como he dicho antes nos hace más libres. Ahora, que parece
que todo se dirime en las redes sociales, estas nos recuerdan casi a diario eso
de que: el que lee vive más, a lo que
podríamos añadir, que el que lee es más feliz.
Sin
embargo, jugar con las palabras no es nada gratificante cuando se empieza, pues
como en todas las facetas de la vida, la falta de conocimiento nos embrutece el
espíritu, aunque este también sea el mejor acicate para combatir la ignorancia en
aquellos que de verdad quieren saber. Es verdad, todo comienza a ir bien cuando
somos conscientes que una palabra puede ser el inicio de un sueño, o el
comienzo de una utopía a la que adornamos de adjetivos, que también son
palabras, pero que necesitan de los verbos para ganar en consistencia. La
literatura y sus actores son un todo que engendra ideas y sus sueños capaces de
transformar la realidad. Sí, porque de lo que deberíamos ser conscientes desde
el principio es que, si algo queda después de intentar unir una palabra tras
otra, es esa sensación de transformación, que a veces logra llegar a lo más
alto y a lo más profundo del ser humano. La palabra en sí misma es un camino; una vía alternativa a ese
inframundo en el que unos y otros nos han metido, pero también, en el que unos
y otros nos hemos metido. No se me ocurre mejor estandarte, que este, a la hora
de plantearnos una nueva senda por la que transitar. A buen seguro, que cada
uno de vosotros tenéis vuestros propios héroes literarios, ya estén estos vivos
o muertos. Yo, por supuesto, también tengo los míos, e incluso en alguna
ocasión ya los he nombrado, pero hoy quiero ir más allá y recordaros solo a dos
de ellos; dos que antes no estaban en esa relación mágica que todos agrandamos
a través de nuestras lecturas. Como imagino que ya habréis adivinado, hoy
quiero nombrar a John Keats y Fernando Pessoa como fieles representantes del
poder intrínseco de la palabra.
John
Keats murió joven, enfermo, pobre y olvidado, y sobre todo, lejos de la tierra que le vio nacer y
de su familia y amigos, si exceptuamos al bueno de Joseph Severn que le
acompañó a Roma. Sin embargo, a día de hoy está considerado uno de los grandes
poetas ingleses de todos los tiempos, tanto por sus famosas odas como por
alguno de sus poemas, justo aquellos que compuso antes de dejar Inglaterra.
John Keats es uno de los pocos que puede decir que ha vencido al paso del tiempo, pues su figura se ha ido
levantando de las cenizas del olvido hasta llegar a sobreponerse al paso de los
años. La figura del poeta romántico representa, como quizá pocas cosas hoy en
día lo pueden hacer, el ansia de libertad que se transforma en una nueva visión
sobre la vida y en una nueva forma de vivirla. Una particularidad que, en el
caso de Keats, se convierte en el más puro estandarte del cambio y de la
transformación al alcance del ser humano, lo que sin duda, le convierten en uno
de los mejores ejemplos de la necesidad del héroe en la literatura.
Algo parecido le ocurrió a Pessoa, aislado de una forma
voluntaria del mundo exterior donde le tocó vivir, para entregarse, como él
mismo decía, a la noble tarea de la literatura. Abandonó los estudios, dejó a
su amada y solo se permitió trabajar dos días a la semana para tener lo mínimo
indispensable para vivir y no dejar de lado esas voces que, en forma de
heterónimos, le llenaban sus pensamientos. Pessoa solo publicó un poemario en
vida, Mensagem, y algunos artículos
en revistas culturales de las que muchas veces formaba parte, sin embargo, hoy
está considerado un héroe nacional y el mejor de los reclamos de cualquier
marca comercial que quiera exportar al resto del mundo la imagen de una orgullosa
Portugal. Tampoco podemos obviar que, Pessoa, que en un principio fue enterrado
en el cementerio Dos Prazeres de Lisboa, ahora ya descansa en el Monasterio de
Los Jerónimos de Belém, junto a los más grandes portugueses de todos los
tiempos, como Vasco de Gama o Luis de Camoes, y en donde en uno de los
laterales del monumento funerario que le hicieron al efecto, se puede leer ese
poema que, en la voz del heterónimo Ricardo Reis, nos lo dice todo: "Para ser grande, sé entero: nada/ tuyo
exageres o excluyas./ Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres/ en lo mínimo que
hagas./ Así la luna entera en cada lago/ brilla, porque alta vive".
Este breve esbozo de ambos escritores nos viene a decir que,
por encima del caprichoso destino y de los avatares que uno y otro tuvieron que
sufrir a lo largo de sus vidas, ellos le ganaron la batalla a través de la
palabra. De ahí que, como ya he dicho en otras ocasiones, no haya nada más
sublime que levantarse de las cenizas de una vida que mediante el intrínseco
poder de la palabra, pues como nos dice Lionel Trilling en el libro
anteriormente mencionado: "... parte de su efecto proviene de Keats de vivir
la vida al estilo heroico... lo que no se trataba, por supuesto, de una fórmula
ni de algo racional, sino más bien de un modo de ser y obrar"; una
cualidad kantiana que, sin duda, hoy está en desuso y que también podría
extenderse a Pessoa.
Ángel Silvelo Gabriel
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