Hay libros que por sí solos
buscan un lugar en nuestras vidas sin nosotros saberlo. Las casualidades, el
día a día, o simplemente ese destino caprichoso que en ciertas ocasiones parece
perseguirnos enviándonos señales que nosotros no vemos (hasta que por fin somos
capaces de captarlas), se revelan como una luz divina que es capaz de hacernos
entrar en razón y caer en la cuenta que un simple objeto inanimado, como es un
libro no leído, busca un lugar en nuestro currículum de lectores anónimos. Más
allá de esa sinergia caprichosa, a mí se me cruzó este libro en mi vida cada
vez que, como un escritor novato, iba a cerciorarme que mi última novela estaba
presente en la librería o gran almacén de turno, es decir, en su sitio, y vez
por vez que hacía este viaje, allí me encontraba con esta Historia de una piltrafa y otros cuentos crueles, como si de una
invitación a leerlo se tratara. El tamaño, el color y una posterior lectura de
la contraportada del mismo (donde se nos anunciaba, se me anunciaba), que entre
sus pastas de colores llamativos se encontraban los tres relatos inéditos que
constituyen la ópera prima del joven autor de los mismos, hicieron el resto,
pues mi imaginación de narrador de historias comenzó a entablar puntos de
conexión entre esta ópera prima y la mía. El resto ya quedará dentro de mi
acervo más íntimo y poca o nula importancia tiene en el resto de esta reseña que
uno ha titulado como tres relatos breves que nos invitan a seguir los pasos del
escritor, pero que muy bien podría subtitularse Tras los pasos de Lorenzo Silva, que queda como más literario y con
un matiz muy de suspense, como este conjunto de relatos.
Todo en este conjunto de relatos
rezuma verdad, una verdad que ya está muy presente en el prólogo titulado Retrato del artista en 1986 (muerte de un
poeta), donde uno siente, en más de una ocasión, el reflejo de ciertos
pasajes de su propia vida: el extrarradio de Madrid o la mili son solo dos
ejemplos. De ahí, que desde esas páginas iniciales, cuyo título a uno también le
recuerdan y le retrotraen a James Joyce y su Retrato de un artista adolescente, no es
sino el mejor planteamiento inicial para acertar en la apuesta. Una apuesta de
la que el propio autor, Lorenzo Silva, debía y debe estar
algo más que seguro para hacerla llegar a su gran masa de lectores, de ahí que
no sorprenda el nivel y el alcance de cada uno de los relatos aquí recopilados.
También es verdad, que la crueldad puede ser la característica que aúna a cada
uno de ellos con el resto, pero no es menos cierto que los gustos literarios
del autor ya quedan plasmados y muy bien definidos en estos relatos, a lo que
sin duda habría que añadir un puro y certero ejercicio de estilo, sobre todo en
el primer cuento y en el tercero. Historia
de una piltrafa es algo más que la demostración de lo equivocado que puede
estar la frase de Tao Te King que lo abre, pues este relato, sin ninguna duda,
admite muchas y variadas lecturas. En un primer momento, uno puede pensar en la
influencia de Kafka y su relato Metamorfosis,
pero a medida que avanza la acción del mismo, uno cae en la cuenta de su
errónea e inicial apreciación, pues por encima de esos juegos donde el absurdo
y el existencialismo se dan la mano, el relato en sí mismo es una gran muestra
de un depurado estilo narrativo, en el que la inacción del protagonista no es
óbice para que este llegue a buen término y mantenga intacta la atención de
lector a lo largo de sus setenta páginas. Esa introspección que parece
llevarnos hacia la nada, también es un magnífico ejemplo de la barbarie impune
de los otros sobre las decisiones libremente adoptadas por el protagonista. Ese
ejercicio de máxima libertad, nihilista es verdad, es sin duda, uno de los
estímulos trascendentes que marchan sumergidos y van de la mano de la
narración. Nadie deberíamos apartarnos de nuestros propios errores si estos
están tomados libremente, aunque la inacción por la inacción irremediablemente
nos lleve a la muerte. Sin duda, un espléndido relato teñido de poderosas gotas
de crueldad.
Noche de verbena es quizá ese punto de inflexión entre la realidad
y el deseo, los sueños de uno y los desasosiegos del otro. Aquí la manifiesta
crueldad es la necesidad que todos tenemos, sobre todo en nuestra juventud, de
ser y parecer diferentes a los demás, aunque esta diferencia sea la mayor
muestra de negación de uno mismo. Hay una cierta ingenuidad en los personajes, reconvertida
en una esperanza que nunca se llega a culminar, como si nuestros miedos por fin
salieran victoriosos en esa oscuridad bajo la que siempre necesitan cobijarse.
El paseo desde Atocha al Retiro, para todos aquellos que lo hayan hecho alguna
vez en una noche cerrada, es un símbolo en sí mismo de ese nihilismo incandescente
de la juventud. Sí, el de la necesidad de explorar, que empleando el título de la
novela de Céline es como un Viaje al
final de la noche, donde uno mismo, a poco que se deje llevar, puede
perderse para no volver a reencontrarse.
Y Calor de amigo, el relato que cierra esta recopilación, es otra
muestra de los diferentes planteamientos que un autor puede explora a la hora
de escudriñar en su universo literario. Es quizá el más gamberro de los tres, y
con cierto tintes surrealistas, que por su terminología, a veces nos hace
llegar ecos de autores latinoamericanos, pero que deviene en crueldad extrema
bajo los parabienes de la poesía. Lo que no hace sino mostrarnos a un narrador
que ya está listo para todo lo que ha llegado después, ya que estos tres
relatos no hacen sino invitarnos a seguir los pasos del escritor que más tarde
todos conoceremos, y que se llama Lorenzo Silva.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario