Un lugar con nieve es
como un deseo que surca los parámetros del tiempo para buscar cobijo en un
hueco de nuestras entrañas; un lugar, mágico, donde estar a salvo del rastro de
las pisadas del miedo, ese que nos impidió una vez decirnos te quiero; ese
lugar donde las palabras dibujan los reflejos de un alma perdida, y lo hacen
solas, en la inmensidad de una niebla infinita, allí donde el amor se
transforma en un efímero instante en el que la pasión ilumina una nueva vida. Un
lugar con nieve es también el ámbito donde los copos imaginados se
funden con el contacto de los deseos. Deseos, deseos, deseos…, con los que
apoderarnos de la persona amada: «Me quemo por ti,/ me quemo por dentro./ Mi
mano ahuyenta soledades./ Mis piernas tiemblan,/ tapadas con tu sombra. Me
llena una ausencia de hambre/ y un dulce calor de saliva. Te llamo y no
vienes».
Ángel Silvelo Gabriel
Tierra de invierno es
como ese camino que se abre paso a través de las entrañas del páramo, agrietado
y duro por la omnipresencia de una escarcha milenaria e infinita, que cual
plaga bíblica, no despega su maldición del suelo. En esa tierra dura es donde
se rompen los terrones a golpe de maza mientras el zurrón y la bota de vino
esperan su turno, justo cuando el cigarro apagado se caiga de los labios
amarillentos por el humo del día a día que, como una hoguera sin leña, surca
los límites del horizonte. Ahí es donde esta tierra de invierno se detendrá
mientras que observa el castillo que domina la única loma; una fortaleza que
nadie habita y a la que nadie quiere conquistar, porque el destino de esta
nueva ruta de pasos perdidos es otro. En el silencio del páramo aún nos quedará
tiempo para regresar a ese bosque que nos llevará hasta nuestra verdadera casa.
Justo a ese lugar donde los leños se estremecen por el calor de un fuego
milenario e infinito y en el que esperamos reencontrarnos con quien fuimos a
buscar: «Y cuando vuelvo, yo/ solo veo un único paisaje. Me acuerdo de mi
madre».
Ángel Silvelo Gabriel.
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