miércoles, 11 de noviembre de 2015

YERMA, DIRIGIDA POR GLADYS BALAGUER EN LA SALA TRIBUEÑE DE MADRID: LA CLAUSTROFOBIA DE UN DESEO


Un redondel de arena que tapa y cierra todos los deseos; anhelos huérfanos de la semilla sobre la que crecer. En ese instante donde el tiempo se detiene, Yerma emula la transición hacia la desdicha que acabará en tragedia. Luz, oscuridad, luz. Baile, danza, miedo, con una luna por testigo. Luna blanca con forma de mujer que se transforma en la perenne vigía de una desgracia. Sí, porque Yerma es la claustrofobia de un deseo. Errática alma de mujer que busca en el lugar equivocado. Las tradiciones, los sueños, la empatía por ser como los demás y la imposibilidad de llegar a serlo llevan a Yerma por otro sendero. Camino plagado de piedras y rutas sin explorar por donde, con el paso del tiempo, nada tiene sentido. Aquí, la desdicha se torna en infortunio, la esterilidad en tragedia y la impotencia en noche oscura. Noche a la que no salva ni una majestuosa luna blanca vestida de mujer. Luna como símbolo de un universo, el de Yerma; luna vigilante y oscura sobre la que se proyectan las sombras de unos personajes que más que bailar, danzan; y que, además, se yuxtaponen y se dicen y se maldicen. Todo al servicio de una causa: la llegada del no nacido; y de una tragedia encerrada por los muros de la tierra de la que nada nace, pues no tiene con qué nacer. Encerrados en las sombras que nos mueven el alma, los personajes de Yerma se ven y se tocan, y lo hacen en la medida que, la barrera de las costumbres se lo permiten, pero también se repelen, porque la realidad es muy distinta al deseo.
 

Ishtar Teatro, bajo la dirección de Gladys Balaguer, ha concebido la obra de Lorca conjugando los grandes elementos de su teatro: la pasión, la sangre y la tierra. Elementos primarios que se entremezclan con el folclore, la música y la geometría de los deseos. Atravesar ese círculo (en el que se mueven los personajes a lo largo de toda la obra), es como querer traspasar la línea del horizonte, pero también es circunscribir el mundo a un elemento reducido a un estrecho redondel. Un espacio en el que se desarrolla toda una vida y toda una concatenación de espacios a los que cuesta ponerles un nombre. Ese círculo, y el mundo, no paran de moverse, y dan vueltas y vueltas, como los pensamientos y los sentidos de una Yerma luchadora y perdida, anhelante de los movimientos y miradas ajenas, y deseosa de una maternidad que no llega. No atiende a nadie, ni a aquellos que le dicen que no se desespere ni tampoco a los otros que le recomiendan una vida sin hijos. La maternidad, el deseo, la lucha interior por cumplir los sueños son innegociables para ella. Y así Yerma, y su capacidad para amar o para buscar el amor las dirige hacia las entrañas que la mueven el alma. Pozo oscuro y luz infinita que se dan la mano en la representación a través de Blanca Rivera que, en el papel de Yerma, luce con luz propia. Diligente, atenta, perdida, intensa y hasta insoportablemente hiriente en la búsqueda de las rendijas por donde alcanzar su deseo, es capaz de mostrarnos, de una forma muy acertada, el mito de la búsqueda de lo imposible. La sociedad actual está seca de este tipo de exploraciones, y en este sentido, Yerma deviene en una especie de heroína sobre el escenario. Frente a ella, la solidez interpretativa de un David García genial en el papel de Juan (el marido de Yerma). Siempre acertado y con esos destellos de gran actor que lleva dentro, sus suspiros, sus lamentos, y la grave impotencia de aquel que no consigue lo que más anhela, están plenamente visionados a través de su trabajo. Además, si por algo destaca esta versión de Yerma de Isthar Teatro es por la solidez de su reparto: Elvira Arce Chus Pereiro, Raquel Leiva, Silvia García, Juan Dávila y Gladys Balaguer salen airosos de sus interpretaciones, y vinculan el universo onírico y rural de Lorca a nuestro imaginario colectivo, de una forma muy natural, pues lo hacen bailando, danzando, apretando dientes, contando chismes, acompañando a la muerte…, para que no se nos olvide que, entre otras muchas cosas, Yerma es la claustrofobia de un deseo. 
 

Ángel Silvelo Gabriel.

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