Un redondel de arena que tapa y
cierra todos los deseos; anhelos huérfanos de la semilla sobre la que crecer. En
ese instante donde el tiempo se detiene, Yerma
emula la transición hacia la desdicha que acabará en tragedia. Luz, oscuridad,
luz. Baile, danza, miedo, con una luna por testigo. Luna blanca con forma de
mujer que se transforma en la perenne vigía de una desgracia. Sí, porque Yerma
es la claustrofobia de un deseo. Errática alma de mujer que busca en el lugar
equivocado. Las tradiciones, los sueños, la empatía por ser como los demás y la
imposibilidad de llegar a serlo llevan a Yerma
por otro sendero. Camino plagado de piedras y rutas sin explorar por donde, con
el paso del tiempo, nada tiene sentido. Aquí, la desdicha se torna en
infortunio, la esterilidad en tragedia y la impotencia en noche oscura. Noche a
la que no salva ni una majestuosa luna blanca vestida de mujer. Luna como
símbolo de un universo, el de Yerma; luna vigilante y oscura sobre
la que se proyectan las sombras de unos personajes que más que bailar, danzan;
y que, además, se yuxtaponen y se dicen y se maldicen. Todo al servicio de una
causa: la llegada del no nacido; y de una tragedia encerrada por los muros de
la tierra de la que nada nace, pues no tiene con qué nacer. Encerrados en las
sombras que nos mueven el alma, los personajes de Yerma se ven y se tocan,
y lo hacen en la medida que, la barrera de las costumbres se lo permiten, pero
también se repelen, porque la realidad es muy distinta al deseo.
Ishtar Teatro, bajo la dirección
de Gladys
Balaguer, ha concebido la obra de Lorca conjugando los grandes
elementos de su teatro: la pasión, la sangre y la tierra. Elementos primarios
que se entremezclan con el folclore, la música y la geometría de los deseos.
Atravesar ese círculo (en el que se mueven los personajes a lo largo de toda la
obra), es como querer traspasar la línea del horizonte, pero también es
circunscribir el mundo a un elemento reducido a un estrecho redondel. Un espacio
en el que se desarrolla toda una vida y toda una concatenación de espacios a
los que cuesta ponerles un nombre. Ese círculo, y el mundo, no paran de
moverse, y dan vueltas y vueltas, como los pensamientos y los sentidos de una Yerma luchadora y perdida, anhelante de
los movimientos y miradas ajenas, y deseosa de una maternidad que no llega. No
atiende a nadie, ni a aquellos que le dicen que no se desespere ni tampoco a
los otros que le recomiendan una vida sin hijos. La maternidad, el deseo, la
lucha interior por cumplir los sueños son innegociables para ella. Y así Yerma, y su capacidad para amar o para buscar
el amor las dirige hacia las entrañas que la mueven el alma. Pozo oscuro y luz
infinita que se dan la mano en la representación a través de Blanca
Rivera que, en el papel de Yerma,
luce con luz propia. Diligente, atenta, perdida, intensa y hasta insoportablemente
hiriente en la búsqueda de las rendijas por donde alcanzar su deseo, es capaz
de mostrarnos, de una forma muy acertada, el mito de la búsqueda de lo
imposible. La sociedad actual está seca de este tipo de exploraciones, y en
este sentido, Yerma deviene en una
especie de heroína sobre el escenario. Frente a ella, la solidez interpretativa
de un David García genial en el papel de Juan (el marido de Yerma).
Siempre acertado y con esos destellos de gran actor que lleva dentro, sus
suspiros, sus lamentos, y la grave impotencia de aquel que no consigue lo que
más anhela, están plenamente visionados a través de su trabajo. Además, si por
algo destaca esta versión de Yerma de Isthar Teatro es por la
solidez de su reparto: Elvira Arce Chus Pereiro, Raquel Leiva,
Silvia García, Juan Dávila y Gladys Balaguer salen airosos de sus
interpretaciones, y vinculan el universo onírico y rural de Lorca
a nuestro imaginario colectivo, de una forma muy natural, pues lo hacen bailando,
danzando, apretando dientes, contando chismes, acompañando a la muerte…, para
que no se nos olvide que, entre otras muchas cosas, Yerma es la claustrofobia
de un deseo.
Ángel Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario