Refugiado en la soledad de su
habitación, rodeado apenas por una cama, un armario, una silla y una mesa en la
que escribía noche sí noche también, y justo a su lado, su famoso arcón, donde
iba a parar todo aquello que su mente transcribía en un papel. Así transcurría
aquella noche del 8 de marzo de 1914 en Lisboa, una fecha que para la historia
de la literatura estará unida al nacimiento de Alberto Caeiro, el origen
de los heterónimos de Fernando Pessoa https://es.wikipedia.org/wiki/Fernando_Pessoa
o la epifanía de su drama em gente,
tal y como nos apunta Carlos Clementson en la antología
poética de Fernando Pessoa titulada, Los
dioses perdidos, y que el propio antólogo y traductor nos narra así: «Un
día, cuando finalmente ya había desistido —fue el 8 de marzo de 1914— me
acerqué a una cómoda alta y, tomando unos cuantos papeles, comencé a escribir
de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas
seguidos, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no podía definir. Fue el
día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro igual. Comencé con un título
“El guardián de rebaños”. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, al
que de inmediato llamé Alberto Caeiro».
Éste, que transcribo a continuación, es
uno de esos poemas, en concreto, el número treinta y nueve:
XXXIX
El misterio de las cosas,
¿dónde está?
¿Dónde está que no aparece
por lo menos para
mostrarnos que se trata de un misterio?
¿Qué sabe el río de eso y
qué sabe el árbol?
Y yo, que no soy más que
ellos, qué sé de todo eso?
Siempre que miro a las
cosas y pienso en lo que los hombre piensan de ellas,
me río como un arroyo que
resuena fresco entre las piedras.
Porque el único sentido
oculto de las cosas
es que no tienen ningún
sentido oculto.
Y más extraño que todas las
extrañezas
y que los sueños de todos
los poetas
y los pensamientos de todos
los filósofos,
es que las cosas sean
realmente lo que parecen ser
Y no haya nada que
comprender en ellas.
Sí, he aquí lo que mis
sentidos aprendieron solos:
las cosas no tienen
significación, tienen existencia.
Las cosas son el único
sentido oculto de las cosas.
Poema de Alberto Caeiro traducido por
Carlos Clementson
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