El cuerpo y el alma, el ser y el deber
ser, la razón y el corazón…, como metáforas del esfuerzo inútil del hombre a la
hora de buscar el valor de la vida, de sí mismo, y de la felicidad… ¿Cuánto
pesa el alma?, ¿qué provecho tiene una vida vivida sin la esperanza del amor?...
Si lo que en verdad amamos no pesa y no se puede tocar, porque sólo se
encuentra en nuestros más profundos anhelos, qué importancia tiene todo aquello
que en verdad no nos deja ser libres por mucho que se cotice al alza en la vida
real. Esa búsqueda de la otra vida, ésa que tanto añoramos y que apenas
calmamos en la mayoría de nuestros sueños, es la que transita por El
negro y la gata, la historia de unos personajes que, de una u otra
forma, son el vivo ejemplo del desarraigo existencial que anida en nuestra
sociedad, y que además, representan el dibujo de unas vidas que van a contracorriente,
y no por ello, son insustanciales. Siempre nos recalcan que el retrato del
perdedor es el que mejor encaja en la literatura, y en esta novela hay unos
cuantos que, por una u otra razón, se encuentran en ese abismo que acoge a los
inadaptados, pues no hay nada más absurdo que buscar el verdadero valor de la
vida más allá de lo evidente, lo material, la necesidad del cuerpo, el deber
ser o la razón. En este sentido, Camus nos planteaba en su filosofía del absurdo que nuestras vidas
son insignificantes y no tienen más valor que el de lo que creamos, y ahí
incide Anton Arriola, y lo hace en un ejercicio de rebeldía contra
todo lo impuesto, pues indaga en las grietas del alma de su protagonista, el
párroco Azurmendi, un cura que ha
perdido la fe, pero que no por ello deja de pensar en el gran valor que su labor
tiene entre sus feligreses. Sin embargo, esta crisis de fe no es el tema
principal de esta obra que, en clave de novela negra o de misterio, nos proporciona
la posibilidad de alejarnos del mero entretenimiento para acercarnos a un tipo
de ficción que busca plantearnos aquellos interrogantes que de una u otra forma
nos asaltan a lo largo de nuestras vidas. En este sentido, el autor nos propone
desde el principio el valor y la incertidumbre acerca de dos conceptos: el peso
y la levedad. Y ya en la cita de Milan Kundera, que abre la novela, uno
y otro en cierto modo quedan acotados, para a partir de ahí, ser desarrollarlos
por el autor a lo largo de trescientas páginas en las que se dan cita: el amor
y el odio, la amistad y el amor, la religión y el vudú, en una suerte de
narración que, aparte de misterio, busca el sosiego de la conversación y el
discernimiento de unas ideas a las que, por ejemplo, el padre Azurmendi y su amigo Kundera, se someten el uno al otro.
No obstante, El negro y la gata es
también la posibilidad de explorar la libertad a través del mar que le acoge a su
protagonista (un rasgo muy presente en las novelas del s. XIX y principios del
s. XX escritas por mujeres), y con ello, asistir a las bellas descripciones de
la costa vasca, y de sus olas, y de sus acantilados, y de sus nubes…, que al
unísono, nos ayudan a descubrir y describir el carácter y las costumbres de sus
gentes, entre las que destaca, sin duda, el padre Azurmendi, pues aparte de ser el hilo conductor de toda la historia
que se nos narra, es un gran ejemplo de cómo se debe crear un personaje, pues
nadie como él expresa ese sentido que tienen el peso y la levedad, y que de
algún modo, ya están implícitos en la cita de Milan Kundera que abre la
novela: «El peso es la búsqueda de una continuidad…», y en cuanto a la levedad
nos dice: «…es la experiencia mágica y siempre efímera de la pura belleza, del
puro amor». Un anclaje, el de la magia, la belleza y el amor, que Anton
Arriola explora junto a sus palabras, intentando, en cada momento,
definirse como un escritor que necesita del peso de la reflexión, pero también
de la belleza del amor.
En definitiva, El negro y la gata de
Anton Arriola es el reflejo de la incoherencia que cada uno de nosotros
arrastramos a lo largo de nuestras vidas. Una incoherencia que nos lleva a
replantearnos, una y otra vez, ese «ess
muss sein –tiene que ser—» al que el autor nos alude a lo largo dela novela
y que, sin duda, representa la última noción de nuestro destino, siempre
atribulado por el peso de la levedad.
Ángel Silvelo Gabriel.
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