miércoles, 21 de diciembre de 2016

ANTON ARRIOLA, EL NEGRO Y LA GATA: EL PESO DE LA LEVEDAD



El cuerpo y el alma, el ser y el deber ser, la razón y el corazón…, como metáforas del esfuerzo inútil del hombre a la hora de buscar el valor de la vida, de sí mismo, y de la felicidad… ¿Cuánto pesa el alma?, ¿qué provecho tiene una vida vivida sin la esperanza del amor?... Si lo que en verdad amamos no pesa y no se puede tocar, porque sólo se encuentra en nuestros más profundos anhelos, qué importancia tiene todo aquello que en verdad no nos deja ser libres por mucho que se cotice al alza en la vida real. Esa búsqueda de la otra vida, ésa que tanto añoramos y que apenas calmamos en la mayoría de nuestros sueños, es la que transita por El negro y la gata, la historia de unos personajes que, de una u otra forma, son el vivo ejemplo del desarraigo existencial que anida en nuestra sociedad, y que además, representan el dibujo de unas vidas que van a contracorriente, y no por ello, son insustanciales. Siempre nos recalcan que el retrato del perdedor es el que mejor encaja en la literatura, y en esta novela hay unos cuantos que, por una u otra razón, se encuentran en ese abismo que acoge a los inadaptados, pues no hay nada más absurdo que buscar el verdadero valor de la vida más allá de lo evidente, lo material, la necesidad del cuerpo, el deber ser o la razón. En este sentido, Camus nos planteaba en su filosofía del absurdo que nuestras vidas son insignificantes y no tienen más valor que el de lo que creamos, y ahí incide Anton Arriola, y lo hace en un ejercicio de rebeldía contra todo lo impuesto, pues indaga en las grietas del alma de su protagonista, el párroco Azurmendi, un cura que ha perdido la fe, pero que no por ello deja de pensar en el gran valor que su labor tiene entre sus feligreses. Sin embargo, esta crisis de fe no es el tema principal de esta obra que, en clave de novela negra o de misterio, nos proporciona la posibilidad de alejarnos del mero entretenimiento para acercarnos a un tipo de ficción que busca plantearnos aquellos interrogantes que de una u otra forma nos asaltan a lo largo de nuestras vidas. En este sentido, el autor nos propone desde el principio el valor y la incertidumbre acerca de dos conceptos: el peso y la levedad. Y ya en la cita de Milan Kundera, que abre la novela, uno y otro en cierto modo quedan acotados, para a partir de ahí, ser desarrollarlos por el autor a lo largo de trescientas páginas en las que se dan cita: el amor y el odio, la amistad y el amor, la religión y el vudú, en una suerte de narración que, aparte de misterio, busca el sosiego de la conversación y el discernimiento de unas ideas a las que, por ejemplo, el padre Azurmendi y su amigo Kundera, se someten el uno al otro.

No obstante, El negro y la gata es también la posibilidad de explorar la libertad a través del mar que le acoge a su protagonista (un rasgo muy presente en las novelas del s. XIX y principios del s. XX escritas por mujeres), y con ello, asistir a las bellas descripciones de la costa vasca, y de sus olas, y de sus acantilados, y de sus nubes…, que al unísono, nos ayudan a descubrir y describir el carácter y las costumbres de sus gentes, entre las que destaca, sin duda, el padre Azurmendi, pues aparte de ser el hilo conductor de toda la historia que se nos narra, es un gran ejemplo de cómo se debe crear un personaje, pues nadie como él expresa ese sentido que tienen el peso y la levedad, y que de algún modo, ya están implícitos en la cita de Milan Kundera que abre la novela: «El peso es la búsqueda de una continuidad…», y en cuanto a la levedad nos dice: «…es la experiencia mágica y siempre efímera de la pura belleza, del puro amor». Un anclaje, el de la magia, la belleza y el amor, que Anton Arriola explora junto a sus palabras, intentando, en cada momento, definirse como un escritor que necesita del peso de la reflexión, pero también de la belleza del amor.

En definitiva, El negro y la gata de Anton Arriola es el reflejo de la incoherencia que cada uno de nosotros arrastramos a lo largo de nuestras vidas. Una incoherencia que nos lleva a replantearnos, una y otra vez, ese «ess muss sein –tiene que ser—» al que el autor nos alude a lo largo dela novela y que, sin duda, representa la última noción de nuestro destino, siempre atribulado por el peso de la levedad.

Ángel Silvelo Gabriel.

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