Igual que animales salvajes
encerrados en una jaula, los personajes de Tres anuncios en las fueras dan
vueltas sobre sí mismos en una especie de aislamiento circense marcado por la
ira. Los habitantes de Ebbing, la pequeña localidad del Estado de Misuri donde Martin
McDonagh ha situado su última película, son un buen ejemplo del distanciamiento
físico y existencial en el que nos desenvolvemos, y la manifestación más clara
de la perversa silueta de la ira que, en este caso, nos es mostrada en clave
tragicómica y con claros tintes teatrales. En Ebbing no existe la empatía, sino
que más bien todo se limita a un soliloquio entre sordos, lo que nos traslada a
una cenagosa península donde reina el egoísmo, la incomprensión y, como no, la
ira. Es en este pecado capital sobre el que McDonagh (que también es
el autor del guion) nos quiere llamar la atención, para de alguna forma
avisarnos de nuestro gran error. Y su gran acierto es que no lo hace desde la
moral más restrictiva, sino desde la ironía que se entremezcla con el drama y
con la propia vida, dándole un punto de vista muy personal tanto al desarrollo
de la historia como a su desenlace, sin duda, uno de los puntos fuertes del
film, porque nos lleva a replantearnos desde otro punto de vista todo lo que se
nos ha narrado.
En este drama de odios y heridas destacan
tanto el reparto coral (magníficos todos ellos) como los magníficos diálogos de
los personajes, aunque en ocasiones pequen de estar demasiado elaborados, lo
que no es óbice para que en la mayoría de las veces funcionen a la perfección,
pues no en vano el director es también dramaturgo y eso se nota, desde la
concepción de la trama de la historia hasta su desenvolvimiento, pasando por
los encuadres de las cámaras y la elección de algunas escenas que nos hacen
sentir que estamos cerca de un obra dramática teatralizada y de una película de
autor que intenta dejar su sello personal y alejarse de los estrictamente
comercial. A todo ello, McDonagh lo envuelve con un
majestuoso entorno de árboles y montañas de verdes intensos que hacen el papel
de un personaje más, pues son el perfecto contraste entre, la solemnidad de una
naturaleza que asiste con gravedad y silencio a aquello que se desarrolla sobre
su piel, y las disputas de los hombres y mujeres de la pequeña localidad a los
que da cobijo.
Martin McDonagh en Tres
anuncios en las afueras ha querido mostrarnos que la ira sólo engendra
más ira, como dice uno de los personajes del film, pero también, le ha querido
dar una vuelta de tuerca a ese sinsentido en el que nos desenvolvemos, para
hacernos ver lo equivocados que estamos, pues nos comportamos como autómatas que
no conocen la cualidad de la empatía. Esa falta de diálogo, sin embargo, es resuelta
de una manera magistral por el director angloirlandés, pues igual que al soltar
un muelle éste regresa a su posición natural, los personajes de esta película
regresan a ese punto de partida en el que todavía no estaban prisioneros en sus
propias jaulas, por mucho que se encuentren perdidos en Ebbing, Misuri, un
lugar propicio para tomarse la justicia por su mano como hace una memorable Frances
MacDormand ante la ausencia de respuestas convincentes por parte de la
policía local. En este sentido, McDonagh juega con nosotros al
plantearnos desde el inicio que, situaciones aparentemente exentas de violencia,
pueden llevarnos hasta la perversa y, en su caso, tragicómica postura de una
ira que no conoce más límite que el de la muerte. No obstante, los muertos de
la película son otros, a pesar de la violencia que exhalan muchas de sus
escenas, porque, en el fondo, el ser humano necesita del otro y de su empatía
ante el dolor, la pérdida y la ausencia por muy atrapados que estén, como en
esta película, en un pueblo de mala muerte de Misuri.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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