A medio
camino entre un diario cibernético aderezado con tintes metálicos y un
manifiesto político contra la precariedad laboral, nos enfrentamos a la crónica
del fracaso y caída de los entusiastas (así denominados por la autora de este
ensayo). Y lo hacemos bajo la tenaz mirada de alguien que conoce muy bien el
terreno que pisa, pues con su acertada dialéctica, nos muestra una de las
cloacas del mundo en el que vivimos: la simbiosis perfecta que conforma la precariedad
y el trabajo creativo de la era digital. Remedios Zafra (ganadora
por este libro del Premio Anagrama de Ensayo 2017) vuelca su mirada sobre un
mundo altamente tecnificado como es el actual, y lo hace, avanzando sobre él
con la potencia de un lenguaje material y matérico que nos posibilita tocar las
palabras con las que escribe, pues se trata de un lenguaje repleto de términos
que se refieren a máquinas y conceptos que sintetizan la arqueología digital en
la que nos desenvolvemos y nos deposita en esa dicotomía que nos fracciona
entre usar frente a ser usados. De tal forma lo consigue que, la licuosidad de
las emociones observadas y experimentadas a través de las pantallas de nuestros
artilugios informáticos, no nos libra de los males presentes en nuestras vidas por
mucho que estemos altamente tecnificados. Zafra nos apunta que: «hoy el tiempo
es un bien escaso, tan repleto de trabajos y tareas burocráticas y tecnológicas
que apenas aparece a pequeños intervalos pequeños, difíciles para la
concentración que precisa ejercitar, formar y practicar eso que punza.» Esa
falta de tiempo para poder pensar y repensarnos es una de las causas y de las
cadenas a las que estamos encadenados en el siglo XXI, donde todavía más si
cabe, somos prisioneros de los grandes números, quizá, porque esa es una de las
premisas del mundo hiperconectado en el que vivimos; unos grandes números que
son con los que se alimentan las grandes empresas que delinean nuestras vidas a
través de las pantallas de una forma aséptica y purificada sin que lleguemos a ser
conscientes de los niveles de penetración que las mismas procesan en nuestras
conciencias, cada vez más transitadas por imágenes que por palabras. Como nos
recalca la autora de El entusiasmo: «lo mucho prevalece sobre lo
poco» y en esa necesidad de la urgencia lo más palpable es que la atención está
en riesgo. Cuanto menos atención le prestemos a los mensajes que nos son
enviados hasta el infinito más fácilmente seremos manipulados, pues nuestros
estímulos se mostrarán más placenteros a la hora de ser inducidos hacia ese
punto de no retorno que se producirá bajo la cúpula de la soledad e íntima
oscuridad que nos acoge cuando creemos observar el mundo a través de una
pantalla sin ser conscientes de que sólo somos un peón de la gran partida de ajedrez
que se juega más allá de nuestros dominios. Nunca el ser humano ha sido menos
dueño de sí mismo y sus acciones que en la actualidad, cuando sin embargo todos
creemos justo lo contrario, pues nos vemos como dominadores de esa parcela
internáutica de la que somos un protagonista más. Película masiva y universal
que, por no ser, no es ni material sino ciber-real. Como muy bien nos apunta en
este sentido Remedios Zafra: «… la vida pública nunca dice la
verdad y las personas se esconden necesariamente detrás de su perfiles, que
suelen resaltar los pequeños éxitos». Esa ávida necesidad de la MENTIRA nos
permite subvencionar una parte de nuestra cruda realidad con unas dosis de
ficción con las que nos auto engañamos al creernos que no dejan huellas más
allá de nuestro micro-ciber-espacio.
El
entusiasmo de Remedios Zafra, entre
otras muchas consideraciones, es la crónica íntima y personal de Sibila
(un personaje con el que la autora proporciona a su obra de unas mayores dosis
de realidad y cercanía a sus ideas). La crónica del fracaso y caída de los
entusiastas a los que se alude en este ensayo de una forma permanente, como si
ese concepto fuera el leitmotiv que camina por una cuerda floja entre la
realidad y el deseo, es el testimonio mudo y el reflejo de una época: la
digital. Una época que condena al individuo frente a la máquina y le aleja de
sí mismo. No vivimos en soledad sino en sociedad, y explorar esa frontera es
una de las propuestas que surgen a lo largo de las páginas de este ensayo que
lucha por encontrar una luz que nos proporcione la esperanza suficiente para
seguir nuestro camino. ¿Qué es mejor ser frutera o filósofa?, se pregunta Remedios
Zafra. ¿Existe la posibilidad de fusionar ambas? Quizá sí, si llamamos
Filosofía a nuestra frutería e insertamos citas que nos hagan pensar entre los
kilos de fruta que sirvamos a nuestros potenciales clientes. Así, la lucha por
salir hacia adelante, lleva a la autora a formular no sin razón y con unas
buenas dosis de crítica, su atención hacia ese hombre fotocopiado al que se
refiere cuando critica la zafiedad académica presente en la universidad
española. Tanto es así que la autora nos plantea la imposibilidad del cambio:
«… los cambios precisan transformaciones de los agentes que hacen la academia o
de sus maneras de pensar. Y no es fácil cambiar para quienes ostentan el poder
porque ya lo tienen.» A lo que nos contrapone un rayo de luz: «El poder del
arte radica en el poder de movilizar “íntimamente” nuestra imaginación y
nuestros deseos». Imaginación y deseos que también aborda cuando explora su
incidencia en la vida digital de los entusiastas, esos seres recluidos en
pequeñas habitaciones alejadas de la realidad material del otro y de su cuerpo,
de la cercanía y el roce, y que se encuentran esclavizadas por la eterna espera
por mucho que el amor cibernético sea vivido con la misma intensidad que el
carnal. Todo es aparentemente material en la vida del entusiasta, salvo la
posibilidad de disfrutar de un simple abrazo.
Remedios
Zafra no se arremeda frente al mundo y
lanza sus ideas sobre la precariedad del trabajo creativo en la era digital a
la que hace referencia en el título de este ensayo, y se muestra más
beligerante, si cabe, a la hora de hacerlo desde un punto de vista feminista con
el que trata de romper ese visible cordón umbilical que une a las mujeres con
una cultura feminizada por el escaso valor del empleo y su precariedad.
Ángel Silvelo Gabriel.
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