La, a priori, complacencia de un
taller de escritura durante el verano en una pequeña población como La Ciotat
—una pequeña localidad cercana a Marsella—, no parece ser el escenario más
propicio para confrontar una parte de los problemas a los que se enfrenta la
juventud de hoy: ese hastío existencial del que nos daba buena cuenta Fernando
Pessoa en El libro del
desasosiego y que, en la película de Laurent Cantet, podríamos denominar
como de desidia vital. Si Pessoa se valía de poesía, los
aforismos y la filosofía, los protagonistas de El taller de escritura echan
mano de la creación de una novela negra o policiaca en la que volcar sus
expectativas, miedos o intenciones más personales. Partiendo del principio que
la misma debe transcurrir en la localidad portuaria en la que viven, no tardarán,
sin embargo, en llevar su nihilismo juvenil más allá de ese constreñido marco
geográfico para situarse en la cúspide que siempre corona a la colisión entre
realidad y ficción. Cuando en la actualidad se aborda, en un gran número de
ocasiones, el estado actual de la novela como la meta proyección o mezcla entre
datos autobiográficos del autor mezclados con hechos históricos más o menos
cercanos al mismo o su familia, en El taller de escritura, esa
simbiosis se aborda desde el magma que se produce cuando realidad y ficción se
entrecruzan. La tan aludida falta de espíritu crítico de la juventud actual
estalla en el film de una forma un tanto aparatosa, pues deviene en la estela
que nos lleva hasta el choque entre religiones, nacionalismos o ese no saber
enfrentarse a los diferentes. Una vertiente que, Olivia, una famosa novelista interpretada por Marina Foïs, experimentará
de una forma que nunca pensaría que haría. La expiación de la violencia y sus
límites a la hora de establecer donde empieza y donde acaba lo políticamente
correcto, ataca en esta ocasión nuestros planteamientos más convencionales para
situarnos en determinadas ocasiones frente a ese Mersault al que Camus dio vida en El extranjero, y que aquí viene de la
mano de un joven Antoine, un lobo
solitario que navega sin miedo por las peligrosas aguas de la violencia, la
extrema derecha y la necesidad de una libertad que en muchas ocasiones sólo
alcanza a través de la soledad y el silencio. Algo que sale muy bien
representado en la secuencia en la que apunta a la luna llena en plena noche,
como símbolo de la soledad del hombre frente a sí mismo y el universo que le
rodea. Antoine es interpretado por un
neófito y más que solvente Matthieu Lucci; un perfecto
contrapunto para la sólida y comedida profesora Olivia; una Marina Foïs que refuerza su
interpretación en la profundidad y serenidad de su mirada. Una calma que, sin
embargo, no le sirve de amparo para salir del estancamiento de su última novela;
un bloqueo que intentará solventar a través de Antoine sin ser consciente en ningún momento de adonde le llevará
al final.
El taller de escritura se
desarrolla de una forma lenta y titubeante al principio, en ese espacio de
búsqueda o tanteo de aquello que se nos plantea, pero que no llega a definirse
hasta que el guion detiene su mirada en Antoine,
sus baños, sus momentos de soledad, sus videojuegos y en esa intimidad que
gobiernan sus silencios; silencios expectantes más que proactivos, lo que le
permiten dar un punto de vista a la historia que se desarrolla en el taller de
escritura, diferente y, sin duda, de mayor valor literario que las del resto de
sus compañeros, atemorizados todavía porque la ficción le gane la partida a la
realidad. En ese juego, poco profundizado en el film, es donde éste cojea, como
si Cantet
no se atreviese a darle el verdadero valor a la imaginación que no se ve
sepultada por la vida cotidiana. No obstante, el valor intrínseco de El
taller de escritura está ahí, porque nos hace plantearnos esa visión
alejada que tenemos sobre la juventud, muchas veces perdida en las telarañas de
la ciber existencia y que, en esta ocasión, de la mano de Laurent Cantet se abre
camino por sí misma, aunque sea a través de la confusión que crea la colisión
entre realidad y ficción.
Ángel
Silvelo Gabriel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario