Los relatos en otoño se
encuentran atrapados por los recuerdos del verano. Intentan poseer los últimos
atardeceres plenos de luz y los felices momentos que engendran. Si nos
parásemos a mirarlos, veríamos que se asemejan a las hojas que yacen en el
suelo y que desprenden reflejos dorados cuando la última luz de la tarde trata
de iluminarlas. No nos damos cuenta, pero sus destellos están llenos de
sabiduría.
Los relatos en otoño buscan certezas en las que
ampararse, y así, sentirse seguros ante la próxima ausencia de vida. Lo malo de
encontrar es que hay que seguir buscando. Ellos lo saben muy bien, y por eso
anidan en nuestros recuerdos y se nos acercan cuando creemos que ya no nos
pertenecen. Vienen, se detienen y se van, dejándonos huérfanos de pasión.
Los relatos en otoño engendran encuentros huidizos y
contactos aletargados. Dentro de ellos, nuestros deseos apenas se entrecruzan y
huyen en busca de algo más verdadero y consistente. Sin embargo, no caen en el
desaliento y siguen buscándonos. Se empeñan en apoderarse de nuestro recuerdo
más íntimo, le acunan para que no se sienta solo y perdido; son tan generosos
que le nutren de esperanza.
Los
relatos en otoño expresan deseos que se harán realidad. Aletean sobre nuestras
vidas de una forma caprichosa; son como una espiral en el camino que siempre
terminan en un invierno frío; frío como el desamor.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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