A la novela
como al teatro siempre le han asaltado los temores de la crisis continua que,
sin embargo, nunca terminan de rematarla. Muchos son los que vaticinaron el fin
de la novela tal y como la conocemos hoy, pero ese formato, con su capacidad de
metamorfosis a lo largo del tiempo, ha pervivido a todas los malos augurios
hasta el momento, así como, a modas, mensajes mesiánicos y detractores de uno y
otro bando de dicha contienda. No es de extrañar, por tanto, que que Leonardo
Valencia en su ensayo literario acerca de la novela y la crítica
titulado, Moneda al aire (sobre la novela y la crítica), nos la
muestre como una suerte de suertes, es decir, como si el corpus de la novela en
sí mismo fuese el resultado de un azar. Azar caprichoso y pendenciero —como se
nos apunta— a la vez que que temporal y rupturista. La novela y su desarrollo a
lo largo del tiempo le llevan a Valencia a formularse, al menos, estas
preguntas: «¿Cómo se lee una novela? Y ¿Es necesario justificar el disfrute de
una novela? Es más: ¿La manera de leer novelas depende de cómo se disfrutan?»
Y, para ello, al autor inicia su relato con Stevens, el protagonista de Los
restos del día de Kazuo Ishiguro y su reticencias hacia que
la señorita Kenton averigüe que novela lee, sin por ello, inferir en por
qué lo hace. Esa necesidad de intimidad entre lector y novela, y cuáles son los
impulsos que llevan a cada persona a elegir uno u otro autor o una u otra
novela, están presentes desde el inicio de las narraciones en sí, cuando una
vez superados los muros de los conventos y monasterios llegan al resto de la
sociedad. Una vez superado este escollo, la novela se sitúa como un objeto
dañino que proporciona malos pensamientos y deseos como nos apunta Leonardo
Valencia y, así, nos lleva a plantearnos su diferencia entre frívola y
perniciosa. Matices aparte, el interés inherente a este ensayo literario reside
en la minuciosa argumentación plagada de ejemplos y conceptos inherentes a la
novela y a los diferentes avatares a la que la misma se ha ido enfrentando en
el transcurrir de los años: desde Cervantes, pasando por los
autores románticos alemanes, y acabar en el siglo XX con Milan Kundera o
Haruki Murakami. En este sentido, Leonardo Valencia nos
resalta la prevalencia de la novela y su capacidad de influir en la sociedad a
través no sólo de los autores, sino también de la otra pieza angular de la
misma: los lectores, por mucho que la misma no sea un todo en el sentido de que
no pueda ser abarcada en una lectura por su dimensión, lo que más allá de
disminuirla, la acrecienta, al conseguir con ello traspasar la barrera de la
temporalidad diaria para situárnosla en en el día a día de la vida y la multiplicidad
de los matices que los lectores sostienen con sus propias experiencias vitales,
lo que la convierten no en un espejo, sino en un perfecto caleidoscopio que nos
permite tener múltiples interpretaciones, lo que nos conduce a su
enriquecimiento como tal.
El otro lado que se nos presenta,
o se nos hace posible a la hora de lanzar esa moneda al aire, es el de los
críticos. Una cara o una cruz, según se mire en la que Leonardo Valencia
también se fija en este ensayo a través de la forma de ver y ser vista la
novela por los profesionales de la crítica cultural. Con valentía, el autor nos
presenta alguno de los males que acechan a los periodistas culturales que,
sobre todo, en los últimos tiempos, han convertido al objeto de la crítica en
algo subjetivo, impersonal y muy superficial, en detrimento del análisis
profundo y comparativo de aquello que se lee y, que permita acercar a los
lectores, una visión más rigurosa de la novela analizada. Este campo de minas
en el que prolifera el buenismo sin más, es el principal culpable del
descrédito actual de una profesión más preocupada de su sempiterna presencia en
las redes sociales; un nuevo espacio que se distingue por su capacidad de
acaparar el instante a través de la polémica, y alejado del análisis certero y veraz
de aquello sobre lo que se opina. No en vano, tal y como nos apunta Leonardo
Valencia al final de este ensayo: «Los grandes críticos destacan los
elementos diferenciales en una obra más que eliminarlos para someterla a una
línea de sentido global. Evitan así la instrumentalización que procede como
barrido excluyente o poda para no tener que decirle al lector: usted tiene que
elegir entre cara o cruz.
Lo
importante no es elegir un lado u otro», quizá, porque no hay una única
solución o planteamiento que nos induzca a pensar en cuál es la mejor cara de
la misma moneda o, que todo, está presente en la temporalidad y ruptura de la
novela, los críticos y sus discapacidades.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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