Ese maldito
escalón fue el culpable de su cojera, por eso no le extrañó que, cuando por fin
llegó adonde habían quedado, ella no estuviera esperándole. Él intentó
convencerla de que su tardanza estaba más que justificada, pero ella hizo oídos sordos a sus
alegaciones. «Falso cojo y mal abogado eres tú, que argumentas tu infinita ausencia
por un maldito escalón», le espetó ella en la cara. A lo que añadió: «como
mujer versada en leyes que soy no me creo los planteamientos de tu autoproclamado derecho de réplica y rectificación, porque tú eres tan vulgar como
todos aquellos letrados que hacen desaparecer fortunas en los paraísos
fiscales. Enclaves en los que tú te has creído el Ulises de las leyes, a pesar de que ni
fuiste Rey ni propietario de isla alguna. Eso sí, en algo te pareces a él, porque
a pesar de que yo no sea Penélope te di un hijo al que llamé Telémaco».
Microrrelato de Ángel Silvelo
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