París. El Sena. Notre Dame y,
enfrente, el Barrio Latino: ruidoso, cercano, caótico. Dentro de esa pequeña
isla la librería Shakespeare and Company —kilómetro cero de París— y, dentro de
ella, libros, camas, espejos, un pequeño escritorio y más libros; de viejo
—herrumbrosos junto a los pilares de madera—, actuales —pendientes de ser elegidos
por la multitud de turistas y lectores que por allí se dejan ver— y, de poesía, perdidos en una estancia intermedia del primer piso. Libros si acaso olvidados o, al
menos, no tan solicitados. Entre esas limitadas estanterías un poco inclinadas
por el paso del tiempo John Keats y, a su lado, Fanny Brawne. Juntos y en
silencio. Imperturbables al bullicio y al paso del tiempo. Dejando huellas de
la perpetuidad de su amor. Más allá, el mundo; un mundo lleno de aristas y
sombras, un mundo feroz y ajetreado que ha hecho un pacto con el diablo, pues
cada día está más perdido en lo que menos importa.
«To see those eyes I prize above
mine own
Dart favors on another —
And those sweet lips (yielding
inmortal néctar)
Be gently press’d by any but
myself —
Think, think Francesca, what a
cursed thing
It were betond expression!
J.»
Ángel
Silvelo Gabriel.
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