Enigma y deseo, expresividad y
sutileza, arraigo y poder se mezclan como estados en los que la luz, poco a
poco, se transforma de luminosa a opaca en su virtud de dar vida a aquello que
ilumina. Así lo hace Lorenzo Lotto sobre cada uno de sus
retratados y, de ese modo, les proporciona una parte de la calma que sólo
proporciona la inmortalidad, y que ellos consiguieron a través del primer
retratista moderno que, lejos de limitarse a pintarlos, consiguió arribarlos en
las playas de sus respectivas almas a golpe de pincel y color. La expresividad
de los ojos presente en sus retratos sólo es el primer detonante de unas
pinturas que explotan la potencialidad de lo retratado como instrumento
narrativo, pues tras esas miradas, somos capaces de perdernos y jugar a
imaginar la vida de aquel, aquella o aquellos que miramos con la ingenuidad del
que sólo sueña. Esa visualización exenta de prejuicios se convierte en una
ventana indiscreta de la naturaleza humana que siempre necesita rodearse de
esos objetos que nos definen a lo largo de la vida y que, en este caso, son la
facción del simbolismo que representa la profundidad psicológica del personaje
que nos ayuda a completar su carácter. Las pinturas de esta exposición que el
Museo del Prado le dedica a Lorenzo Lotto, son una gran muestra
de caracteres que reflejan una expectativa por parte del autor de iniciar un
diálogo con el espectador, que va desde el audaz movimiento de los ojos a la
sutil expresividad de las manos, consiguiendo que lo allí representado vuelque
sobre nosotros el verdadero valor del arte: la inmortalidad.
Lotto, conocedor de
la orfandad de su arte, repartido entre ciudades como Venecia, Treviso o
Bérgamo, introdujo en su pintura ese afán intrínseco al artista de querer
traspasar la barrera del tiempo en el que vive. Su método fue el de la pureza
de la que se impregna cada una de sus obras, pues cada una de ellas, por sí
solas, son capaces de arrastrarnos a una época plagada de cambios, en la que el
hombre quería ser el centro del universo. La textura de sus telas así lo
atestiguan, y lo hacen mediante una amalgama cromática que va desde la
transparencia de los rostros a la oscura opacidad de las vestimentas que, en
ocasiones, se rodean de valiosas joyas que resaltan su valor a través del
impacto colorido de sus destellos. Siendo ésta otra característica de las obras
de Lorenzo Lotto conocida como criptorretratos: «una técnica que
cultivó durante toda su carrera y que consistía en presentar a los efigiados
con los atributos de los personajes con los que se identificaban, ya fuera una
deidad clásica como Venus, una heroína clásica o un santo de su especial
devoción. Particularmente abundantes fueron los retratos de dominicos con los
atributos de santos de su orden, y la exposición incluye ejemplos de frailes
como santo Tomás de Aquino o san Pedro Mártir. Es muy probable que los
encargaran sus comunidades como “espejos de virtud” para sus miembros, pero lo
cierto es que, a menudo, Lotto logró tal identificación entre efigiado y santo
que resultan peligrosamente ambiguos.» Sea como fuere, el artista, una vez más,
se impone a la época que le tocó vivir y transita por la peligrosa frontera que
divide al pasado del futuro, en una muestra más de la potencialidad de lo
retratado como instrumento narrativo.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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