NOTA DE PRENSA
Torrelaguna (Madrid), 10 de noviembre de 2018
El jurado del IX Certamen Literario Taurino Internacional “Peña Taurina Manuel Vidrié”, reunido en sesión extraordinaria el viernes 9 de noviembre de 2018 a las 19:00 horas, ha fallado que la obra ganadora del citado certamen es “El mayor de los milagros” firmada con el seudónimo “Nicolasa Escamilla” y cuyo autor es D. Ángel Silvelo Gabriel, de Madrid. El premio está dotado de 500 € más trofeo.
El jurado deja desierta la categoría “Juvenil” para menores de dieciocho años.
La entrega del galardón tendrá lugar el próximo sábado 24 de noviembre a las 19:00 horas dentro del acto que pondrá fin al XVII Ciclo de Conferencias “Aperitivos Taurinos” organizado por esta peña.
Asimismo, la Peña Taurina “Manuel Vidrié” quiere agradecer su participación en el certamen a todos y cada uno de los concursantes y les invita a participar en los sucesivos certámenes que esta entidad irá convocando año a año.
Torrelaguna (Madrid), 10 de noviembre de 2018
El jurado del IX Certamen Literario Taurino Internacional “Peña Taurina Manuel Vidrié”, reunido en sesión extraordinaria el viernes 9 de noviembre de 2018 a las 19:00 horas, ha fallado que la obra ganadora del citado certamen es “El mayor de los milagros” firmada con el seudónimo “Nicolasa Escamilla” y cuyo autor es D. Ángel Silvelo Gabriel, de Madrid. El premio está dotado de 500 € más trofeo.
El jurado deja desierta la categoría “Juvenil” para menores de dieciocho años.
La entrega del galardón tendrá lugar el próximo sábado 24 de noviembre a las 19:00 horas dentro del acto que pondrá fin al XVII Ciclo de Conferencias “Aperitivos Taurinos” organizado por esta peña.
Asimismo, la Peña Taurina “Manuel Vidrié” quiere agradecer su participación en el certamen a todos y cada uno de los concursantes y les invita a participar en los sucesivos certámenes que esta entidad irá convocando año a año.
EL MAYOR DE LOS MILAGROS
Algo bello es un goce eterno». Algo bello
es un goce eterno, algo bello es un goce eterno…, se repetía una y otra vez en
la complicidad de sus noches sin luna desde que dejara los ruedos. Este verso
del poeta romántico inglés John Keats que abre su poema épico Endymion —escrito en el año de 1817 y
concebido mientras caminaba por los bosques y acantilados de la isla de Wigth—,
era el culpable del final de su viaje. Ella, que inició su búsqueda de la
belleza en las plazas de toros tras la estela de los minotauros pintados por
Picasso; una belleza que Goya —promotor en España del Romanticismo en la
pintura y coetáneo de Keats— fue pionero en retratar, pues inmortalizó por
primera vez a una mujer torera en un dibujo dentro de su serie La
Tauromaquia. Ese aguafuerte fue el responsable de que, desde pequeña, ella
quisiera ser torera. La culpa la tuvo su madre cuando le puso en sus manos una
copia de aquella escena de una mujer torera a caballo. «Lanza, torera, toro y
caballo dando fe del mayor de los milagros», pensó, dejando caer de sus manos
una copia de aquella lámina.
Aún
oye la voz de su madre en sus sueños. Ella sabe por qué lo hace. Su madre le
habla en sueños para que no se pierda. «Si tu deseo es ser torera no pares
hasta conseguirlo», le dice. «Sueña con colores, porque te ayudará a
conseguirlo», le añade. Y al principio le hizo caso. Y primero soñó con cosas
de color blanco, pero no consiguió nada, salvo creer que estaba perdida dentro
de una nube infinita. Luego lo intentó con el color negro y, entonces, creyó
que el mundo era un agujero de esos oscuros que dicen que existen en el
espacio. Después de aquello pasaron los días y su madre no volvió a
aparecérsele en sus sueños. Hasta que un día regresó con una lámina en la mano.
Era un dibujo en blanco y negro de una mujer a caballo picando con una vara
larga a un toro. Su madre sabía que su sueño desde pequeña era el de ser torera
y, quizá de ahí, lo de la lámina. Sin embargo, cuando empezaba a vislumbrar
algo de luz en su camino se perdió de nuevo, justo cuando cayó en la cuenta de
que la lámina no era de colores y, por lo tanto, no sabía qué significa para su
madre eso de soñar con colores, pues ella no supo hacerlo ni con el blanco ni
con el negro. Sería una cuestión de matices, recuerda que pensó entonces.
Matices aparte, después de ese sueño donde su madre le mostraba aquella lámina
se dedicó a buscarla por internet con denuedo hasta que dio con ella. Cuando la
encontró no supo hallar la relación entre su madre y ese aguafuerte que pintó
Goya en 1816 y, que hasta hacía poco, era el dibujo conocido más antiguo de una
mujer torera. Era el más antiguo hasta que Gonzalo Santonja descubrió en el
Museo Arqueológico Nacional un plato de cerámica de Talavera decorado con otra
instantánea de una mujer toreando, también a caballo, datada entre 1675 y 1700.
Cuando supo de su existencia esperó en vano a que su madre se lo mostrara en
uno de sus sueños, pero pasó el tiempo y nunca ocurrió tal alumbramiento
onírico hasta el día de hoy. En esa insoportable espera, una mañana, al
despertarse, recordó que si había soñado con aquella lámina de Goya fue porque
su madre se la regaló cuando era pequeña. A su madre le gustaba pintar y a ella
le gustaban los toros, por eso le pintó aquella lámina y se la dio sin enmarcar
ni nada, pues según le dijo, no podía esperar a que ella viera el resultado de
sus avances como pintora. «Ella fue la primera mujer torera inmortalizada en un
dibujo, y tú debes serlo también algún día», le dijo. De ahí que, ese plato de
cerámica que mostraba a una mujer anónima alanceando a un toro, se comportara
ante ella como la cara de la realidad que nunca hubiese querido conocer.
Aquella
lámina que le regaló su madre era una mala copia del aguafuerte en el que Goya
inmortalizó a Nicolasa Escamilla, La
Pajeruela, en la plaza de toros de Zaragoza en el año 1816, pero a ella no
le importó, al menos hasta ahora, cuando cayó en la cuenta de lo duro que era ceder
el cetro de la gloria que te proporciona ser el primero en algo. Pero si lo
pensaba mejor, era mucho más duro perder a una madre cuando tú todavía eres
pequeña y tu padre no entiende nada acerca del alcance de tus sueños. Sí, ella
quería ser torera, pero enseguida comprendió que esa decisión era igual que
invocar el mayor de los milagros. Tardó mucho tiempo en adivinar cuál sería su
verdadera hazaña dentro del mundo de los toros más allá del deseo de su madre, pero
esa duda se disipó cuando descubrió el primer verso del poema épico Endymion del poeta romántico inglés John
Keats: «Algo bello es un goce eterno». Un verso que por sí solo le llevó a una
interminable búsqueda de la belleza que, al final, la encontró lejos de los
ruedos, pero muy dentro de ellos.
Extracto del relato "El mayor de los milagros" de Ángel Silvelo Gabriel.
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