Subidos a la grupa de la noche.
Firmes en la oscuridad. Caballeros de una realidad sonora que buscan una y otra
vez los destellos de una luz mágica. La que alumbra sentimientos como el amor,
el desamor o el miedo. Y guitarras que suben y bajan tras los pasos de la
verdad. Aquella que se esconde en cada uno de nuestros corazones. El Verbo
Odiado en su segundo álbum, Nada que celebrar, despliegan una
sinfonía de guitarras inmaculadas. Indescriptibles. Portentosas. Mágicas. Guitarras
que llenan espacios inimaginables con sus resonancias. Ecos que se pierden en
la memoria y perduran en ella y te obligan a escucharlas una y otra vez. En un
bucle que nos sugiere infinidad de matices que tienen el valor de la firmeza
que va de la mano de su forma de entender la música. Donde la fuerza y el
ímpetu de las primeras veces son un photoshop de la esperanza como generadora
de nuevas vidas, sensaciones y sentimientos. Sumergidos en una Atlántida
desgarradora y perfectamente identificable, y con la compañía de una poderosa
estética donde se reúnen unas letras arrebatadoras y profundamente poéticas.
Nada que celebrar
contiene diez canciones que se agrupan muchas de ellas en unos magníficos
medios tiempos en los que el grupo acierta a la hora de buscar su identidad
sonora que, en ocasiones nos recuerda a la de grupos como Pasajero. Canciones como La Mancha, que crece hasta romper en una
segunda parte más que alentadora: «Que no quiero verte asustada/ Que no va a
pasarnos nunca más». O en una enigmática No
tienes nada, en la que las guitarras sumergidas en la oscuridad resurgen
sobre sus propios destellos. De luz. Energía. Fantasía: «Igual que tú me enciendes
en mi oscuridad» Y una fusión de imágenes entre convulsa y perfecta. O en, Tu casa, con un potente discurso entre claroscuros.
Notas álgidas impregnadas de sinergias tan esclarecedoras como una luna llena.
Territorios épicos por los que
recorrer espacios únicos de la mano del grupo oscense. Espacios que tiene su
momento álgido en la breve y potente canción, Nada que celebrar que, aparte de dar título al disco, reafirma todo
lo dicho. Ésta es una canción con alma propia, brillante, y que conjuga ritmo y
letra de una forma portentosa: «Fue verdad mejor hubiera un paraíso/ Fue
verdad, sentiste tirar del hilo/ Y si algo te va a pasar/ Me pasará a mí
contigo/ Y si no hay nada que celebrar/ Escóndete aquí conmigo». La música no
tiene piedad con la mediocridad, y las guitarras de El Verbo Odiado en este
tema y en el resto del álbum, suenan con una fuerza mágica y atronadora, pues
son capaces de definir sentimientos, como el amor o el miedo, de una forma
impactante y luminosa. Ecos con unas resonancias que agitan nuestros sueños.
El contrapunto de todas sus
composiciones es esa nana musical titulada, Trucos
de Memento, que afrontan de la mano del gran Ricardo Lezón, y que es
una muestra más de la influencia que el de Getxo despliega sobre las
capacidades sonoras del mundo indie patrio. Acordes y palabras que describen
esa soledad con tintes de una nada que los de Huesca son capaces de convertir
en una luciérnaga que luce por sí sola en mitad de la oscuridad: «Otro invierno
sin dinero/ Con el que comprarme un abrigo nuevo/ Otro invierno más que pierdo
la oportunidad de calentar el miedo». Miedos que nos alejan de la premisa que
da título al último trabajo de El Verbo Odiado, pues aunque a veces
todo esté en nuestra contra, siempre nos queda el ímpetu de las primeras veces.
Un ímpetu lleno de esperanza.
Ángel Silvelo Gabriel.
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