miércoles, 9 de septiembre de 2020

IAN McEWAN, LA CUCARACHA: LAS VERDADES QUE SE ESCONDEN TRAS UNA GRAN MENTIRA


Jugar a no ser nadie implica que el que propone ese axioma se convierta en algo tan insignificante para la humanidad como una cucaracha. Sin embargo, lo terrible de esa propuesta es convertir al mundo en una interminable plaga de cucarachas que acaben por dominar los designios de la humanidad. Desde la perspectiva que le proporciona la sátira de un mundo sin rumbo en manos de unos gobernantes que representan las verdades que se esconden tras una gran mentira, Ian McEwan nos propone un juego que parte de un gran referente literario como es el inicio de La metamorfosis de Kafka (espléndido el inicio de esta nouvelle cuando nos relata como el escarabajo se transforma en el Primer Ministro inglés), y que sin embargo, en el resto del relato deja muchos cabos sueltos y la sensación de una prontitud en la escritura que llena de grietas una historia que se tambalean hasta su destrucción, pues si bien es digno de elogio que un escritor como McEwan esté dispuesto a mancharse de barro y ponga en tela de juicio la falta del mismo por parte de los gobernantes de su país y de una buena parte de la población inglesa, debería haber dotado a su planteamiento de algo más que de un ligero divertimento que acaba sin mucha sustancia a la hora de plantearnos alguna alternativa al desastre que se nos avecina y que ya estamos sufriendo. La cucaracha es ese tímido reflejo de la comodidad burguesa que ve cómo se destruye la sociedad en la que vivimos y, sin embargo, no aporta nada para su salvación. Es cierto que la política actual, tanto a nivel internacional como nacional o regional, es un mero ensayo de marketing donde lo único que importa es la suicida necesidad de los mandatarios de salirse con la suya, donde esa “suya” está exenta de toda lógica o moral, o de aquello para lo que hasta ahora pensábamos que representaba la política: la posibilidad de cambio o la transformación hacia un mundo mejor. Sin embargo, la mente del gobernante actual es tan dañina como su morboso narcisismo, más preocupado en su propia imagen o su asesina necesidad de hacer lo que piensa, o mucho peor, lo que otros autodenominados como asesores le dictan sin contar con nadie. El resultado de todo ello es el caos, tal y como nos cuenta McEwan en La cucaracha y su inconfundible caracterización de Boris Johnson, o un Donald Trump más preocupado del Twitter que de su política de Estado, o un Macron conciliador sin fuelle. En este castillo de un solo dragón reina un solo rey, y sobre todo, un desquiciamiento generalizado de una clase política que gobierna bajo la sombra de su propia verdad, a la que cabría acotar como de las verdades que se esconden tras un gran mentira; mentiras que traspasan los límites del populismo para situarse en una esquizofrenia colectiva apoyada por aquellos que hacen de acríticos altavoces dentro de una sociedad cada vez más incapacitada para la réplica y más preocupada por oír su voz (única y autoritaria hasta el infinito). Esa ausencia de alternativa tan apabullante contra el buenismo en el que nos desenvolvemos, sin duda nos condena como sociedad a un futuro muy negro y mucho más apocalíptico que las peores de las distopías que ahora gobiernan un universo literario cada vez más huidizo y ramplón con todo aquello que suponga ir a la contra. El tiempo de las revoluciones ha muerto, y caminamos sin remedio hacia el de las afinidades sin derecho de réplica. En este mundo exento de una contracorriente con una mínima visibilidad no hay cabida para otra realidad que la oficial. Hace tiempo un gobernante español dijo que: «aquel que tiene la información posee el poder», a lo que ahora cabría añadir, que aquel que posee la información tiene el poder de manejarla a su antojo y crear verdades que se esconden tras una gran mentira.   
 

Ángel Silvelo Gabriel.

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