El canto del colibrí se cuela por nuestras ventanas a primera hora de la mañana. Alegre. Travieso. Bucólico, pero no inocente. Lo hace por el mero hecho que sus sonatas son como universos simbólicos no aptos para hipócritas. El colibrí no miente, si acaso se acerca al muro donde la metáfora es pura gloria. Infinita y perversa. Caleidoscópica y mundana. Por lo de «no me toques que te que te». O porque se parece a ese dicho popular de: «no me toques las palmas que me conozco». Las mañas del colibrí son pura provocación. Literaria. Cultural. Vital. Deshumanizante. No confundir con poética, que también, pero sobre todo simbólica y adherida a esa no-verdad que solo entiende el poeta. Canto o trino de colibrí que trasciende a la anécdota para convertirse en sentencia. No penal. No judicial, pero sí vivificante. Algoritmos de alegrías, penurias y, sobre todo, agudeza. La del que observa y se detiene en lo observado. Manuel Moya aparece aquí como el escritor que tamiza planos de vida. Secuencias de llantos. Travellings de gozo, dulzura y éxtasis. Nada se resiste a su mirada. El uno y el otro. Pessoa y Lisboa. El tango y su trasluz tamizado en flamenco. Y, también vivaz en cada uno de estos aforismos encadenados a la lujuria de la palabra, del nombre, del adverbio, de la preposición o la maleza que él nos separa para que veamos algo nuevo y nunca pensado, salvo por él. Esa originalidad del destierro y el desterrado es la que participa de cada uno de estos juegos gramaticales hechos con la masa del pan del poeta travieso, divertido y ajeno a las modas. El sí porque sí de su prosa se fundamenta en el natural vivir que no persigue más gloria que el don de la palabra y su acierto. Así, el resultado de todo ello es un marcador sin guarismos que, sin embargo, nos resulta demoledor, sarcástico, puntiagudo, divertido y con un punto de sabiduría picante y traviesa.
Las mañas del colibrí son la metáfora de la cadena que nunca se acaba, tal vez porque son mundo cargado de palabras reconvertidas en un trino esclarecedor e insinuante. Cómplice de nuestras tretas y sueños. Melodía infinita que lo abarca todo, y transforma la realidad en lo que es: el producto del desecho humano que obvia su final. En este camino, sin duda, surge el alma del poeta que reside en su autor, y que deja entrever en sus inesperadas observaciones vinculadas a ese más allá que la mayoría no ve. Comparaciones y términos definidos con una sutil inteligencia que los enfrentan y confrontan. Guerras sin cuartel que se despachan en universos simbólicos no aptos para hipócritas.
Ángel Silvelo Gabriel.
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