El tiempo lo difumina todo. Las ganas de vivir. La curiosidad. El amor… y la búsqueda de las palabras. Como nos dice la escritora francesa Delphine de Vigan: «Hablar es una manera de luchar». Sin embargo, el intrínseco contrasentido de esta frase se halla en que toda lucha, antes o después, conlleva la derrota. Del ánimo. Los recuerdos. Las ilusiones. Y la fidelidad a uno mismo. Y de ahí, la importancia de las palabras, por su poder de transmisión: de estados de ánimo, de conocimiento y, sobre todo, de sentimientos. En este viaje de no retorno somos conscientes de su importancia y del abismo que representa su contrario: el silencio. Ese con el que se acaba la vida y se plasma la diferencia entre la posibilidad y el fracaso. El silencio también es el socio predilecto de la muerte, aunque en ciertas ocasiones es un mero preludio de la misma, lo que le convierte en un terrible asesino. Cuando se apodera de nosotros buscamos otras alternativas y, casi sin darnos cuenta, acudimos a las miradas como vínculo de expresión de los mudos sentimientos, o al tacto y las caricias para mostrar cariño o gratitud. ¿Cuándo se acaba el habla qué nos queda? En Las gratitudes, Delphine de Vigan hace un magnifico ejercicio literario de todo aquello que ronda a la muerte y su silencio. A ese prólogo donde las capacidades físicas y mentales pierden fuerza y caen en la decrepitud del espíritu. En este sentido, la autora francesa se enfrenta a ese último pálpito desde la fragmentación de situaciones e imágenes que ese final atesoran. Y lo hace a través de frases y capítulos cortos, austeros y marcados por la teatralidad en la actuación de su protagonista, Michka. Una anciana rica en matices y expresiones que se enfrenta a su enfermedad con la desdicha de no haber mostrado gratitud hacia aquellos, que un día le salvaron la vida. Ella, como nadie, sabe que: «Envejecer es perder», pues la esperanza deja de tener sentido y el futuro ya no existe. Esa búsqueda de la gratitud no manifestada es la última llama que la sigue manteniendo viva, y el contrapunto enérgico y vital al tramo final de su vida.
Las gratitudes representa la importancia que tiene en sí misma la búsqueda de las palabras. Esas que explora Michka, enferma de afasia, porque su hallazgo es el último rayo de luz en su mente, y sobre todo, la representación de la esencia de lo que somos y de lo que estamos hechos. Es la materia prima que todo ser humano posee: el lenguaje. De ahí que sea encomiable la gran destreza de de Vigan a la hora de elegir las palabras alternativas en la mente de Michka a las que ella quiere expresar y no puede. Elecciones que no suponen ningún impedimento para la narración, sino más bien todo lo contrario, pues nos identifican mucho más con el esfuerzo de la protagonista por hacerse entender. Es entonces, cuando la escritura se convierte en el instante práctico, y mágico, de todo aquello que nos sucede por dentro. De nuestra parte más inmaterial. Del último vómito del alma. Delphine de Vigan en esta novela, una vez más, se acerca al alma humana evitando el sentimentalismo y explorando la escabrosa frontera de las múltiples facetas de la pérdida. Para ello, se sirve de un lenguaje sobrio y directo que remarca la importancia de expresar aquello que sentimos, y de hacerlo en el momento adecuado para no llegar a perder la posibilidad de manifestarlo cuando ya sea tarde. Quizá, una de las mayores virtudes de las personas sea la de mostrar la gratitud ante la infinidad de cosas que nos rodean y de las que somos los principales beneficiarios —una virtud cada vez más en desuso, por cierto—. Una virtud que incide de una forma directa sobre las palabras y las múltiples posibilidades que nos presenta el lenguaje. Un simple gracias, muchas veces, es la mejor carta de presentación de uno mismo ante los demás. Esos otros que, en demasiadas ocasiones no visualizamos, a pesar de que se encuentren a nuestro lado. De ahí la importancia de las palabras.
Ángel Silvelo Gabriel.
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