El ansia de exploración en la adolescencia es el mayor aliado de las nuevas experiencias. Figuras virtuales que, cuando traspasan la mera anécdota, se convierten en trágicas en el instante que son las protagonistas de situaciones no previstas o deseadas en la calidez y candidez de una persona inmadura. Algo parecido es lo que le ocurre al protagonista de esta historia cuando se ve inmerso en un juego que le domina el espíritu, sobre todo, cuando quiere elevar sus experiencias a la categoría de mito. Un mito alegórico que deja de serlo en el momento en el que debe enfrentarse a la más pura e inoportuna realidad, donde el encuentro con el otro (otro totalmente distinto a lo conocido), trasciende en un manantial de sensaciones nunca antes vividas. De esta forma, Kenzaburo Oé, en su novela corta, La presa, nos propone una sucesión de realidades y contratiempos que, a él, le sirven para hacernos reflexionar sobre el rechazo al extranjero, o a lo desconocido, por el simple hecho de ser diferente. La localización de esta historia en la guerra del Pacífico le permite al escritor japonés situar a su protagonista en una aldea perdida en mitad de un bosque donde la naturaleza es la verdadera dueña de las vidas de unos seres humanos aislados del mundo. De ahí, que el avión norteamericano que cae en el bosque se nos presente como el antagónico a esa civilización milenaria. El choque entre ambos mundos dará pie a las distintas fases que experimentamos ante lo desconocido: el miedo y la desconfianza, la aceptación y la cercanía, y la imposición de una trágica realidad que viene marcada más allá de los límites de ese mundo subterráneo y aislado que se nos presenta. Con matices que nos recuerdan al libro de William Golding, El señor de las moscas, en el que también se describe la tiranía de unos chicos que confunde la libertad con la muerte, Oé nos invita a revisitar el trinomio: adolescencia, libertad y muerte desde la inicial inocencia de un niño, hasta el abrupto y trágico enfrentamiento con la edad adulta de su protagonista (a su vez narrador de esta novela). Una novela escrita con intensidad y lirismo, ambas características de la técnica narrativa del escritor japonés que, en este caso, trata de revisitar las consecuencias que para él y el resto de la humanidad tuvieron los lanzamientos de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. De ese desconocimiento del que nos habla Oé aquí, es de donde surge el miedo que llevó al ser humano a renegar de sí mismo para aniquilarse como nunca antes lo había hecho. Esta singular forma de llegar desde lo particular a lo general, convierten a La presa en un magnífico ejemplo del odio con el que se cubre el cotidiano día a día de la humanidad, siempre más preocupada en defender lo suyo que en llegar a un acuerdo con el otro.
La presa nos muestra lo peligroso que es convertir en dogma las ideas que exploran mitos erróneos basados en viejos planteamientos de dioses caídos, por mucho que quieran mostrarnos el ímpetu que guarda la relación entre adolescencia, libertad y muerte.
Ángel Silvelo Gabriel.
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