miércoles, 1 de julio de 2009

MI PRIMER RECUERDO DE LONDRES


La visita a mi más reciente pasado, me ha llevado a la ciudad de Londres. Hoy hace cuatro años que la vi por primera vez. Es una contradicción, pero la caliente brisa que hoy me ha acompañado hasta el metro, me ha hecho por oposición, recordar el aire húmedo y fresco del Támesis.

Mi primer contacto con las islas se produjo en el avión, cuando una vez que atravesamos el Canal de la Mancha vimos sus campiñas perfectamente delineadas y sus ovejas ocupándolas. Después vino el olor a moqueta nada más salir del avión en el camino que nos condujo a recoger las maletas; los letreros amarillos del aeropuerto, la disposición de los carteles, la información que apenas me decía nada. Todo invitaba a la aventura y ese gusanillo ante lo desconocido me acompañaba por los pasillos de la terminal sur de Gatwick.

De ahí, pasé a un tren ligero que nos acercó a la city. Ya de noche depositamos nuestros pies en un suelo adoquinado a la salida de la empinada y vetusta estación de metro de Wapping, y todo se volvió más idílico si cabe. Pero esas no eran las únicas sorpresas de la noche. Juanma nos llevó en su Ford Focus con volante a la derecha por las estrechas y adoquinadas calles de Wapping, hasta lo que para mi sorpresa, fue un embarcadero con veleros de madera y una postal de cuento de hadas. Bellos barcos enmedio de Londres, y una multitud de personas disfrutando del fresco en un embarcadero lleno de restaurantes y bares. A tan solo unos metros estaba el Támesis, pero esa postal parecía la de cualquier pueblo mediterráneo.

Después cayó nuestra primera pinta y el sonido de la campana que anunciaba que nos teníamos que ir cuando sólo eran las doce de la noche. Parecía que todo había terminado, cuando Juanma cogió su Focus y nos hizo un regalo de esos que sólo se dan en las películas. El paseo nocturno de un Londres el viernes por la noche fue fantástico, calles que no llevaban a ninguna parte y daban la vuelta sobre sí mismas, coches aparcados en calles estrechas por las que apenas se podía pasar mezcladas con la majestuosidad del Pepino de Foster, la Lloyd's Tower, Buckingham Palace, Regent Street, Picadilly Circus, Trafalgar Square, los bobbys y las cabinas rojas dispuestas para ser fotografiadas por los turistas; y de fondo el London Eye, majestuoso al lado del Támesis. Nuestras inquietas miradas se mezclaban con la alegría que ese día reinaba en las calles de Londres con su mezcolanza de razas, costumbres, religiones y olores. Fue fantástico.
Pero todo eso ocurrió hace cuatro años. La tórrida brisa de esta mañana me sacó de un bofetón de mi ensoñación y me recordó que me encontraba en Madrid, este gran pueblo manchego.

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