viernes, 26 de noviembre de 2010

BRET EASTON ELLIS, SUITES IMPERIALES: SEGUNDAS PARTES NUNCA FUERON BUENAS


El titular de esta reseña puede resultar un tanto demoledor para abordar la última novela de Bret Easton Ellis, un gran escritor que mantiene intactas sus huellas de gran narrador también en Suites Imperiales. Esta segunda parte de Menos que cero, ya no nos taladra la cabeza al ritmo martilleante de New Order, porque ahora las letras de las canciones aparecen difuminadas, dejando paso a los títulos y sus referencias en forma de ecos sonoros, del mismo modo, que sus protagonistas veinticinco años después, aparecen perdidos entre la neblina de un ardiente sol que ya no provoca arcos iris de colores, sino un nihilismo vacuo y sin sentido que se encuentra teñido de un espeso color negro que ellos no ven.


Frases cortas que se fusionan mediante puntos y seguidos, dan una sensación de rapidez e inmediatez que en ocasiones producen hasta vértigo. Una sensación que lejos de ser dañina es extrañamente efectiva, y es en esta línea, donde el estilo narrativo de Ellis brilla con luz propia y lo hace a gran altura. Gran observador de su entorno y del eco del lenguaje de sus personajes, aborda sin ambages la destrucción del mundo que les rodea, y lo hace a través del monólogo interior y exterior de su protagonista, al que esta vez ha llamado Clay, y que es el perfecto retrato del carácter egoísta y desangelado de una persona que representa como nadie la dualidad existente entre realidad y ficción. En este caso, la profesión de guionista de Clay es el marco perfecto para dotar al personaje del don de la narración, y de paso, desarrollar una acción que entremezcla a la perfección el mundo real con el soñado, y es esa perenne e inquebrantable fuerza de voluntad por no renunciar a que lo que uno sueña se convierta en realidad, lo que mantiene en vilo a Clay durante toda la novela, pero lo hace de una forma cansina y a veces anodina.


Entonces ¿cuál es el error de esta historia de desencuentros y banalidades?, pues sin duda, ese punto en el que se resquebraja Suites Imperiales es en su trama, a pesar de contar con un inicio inmejorable a la vez intrigante y demoledor, pero que va perdiendo fuerza a medida que la historia avanza y se nos presenta como un rompecabezas que poco a poco se va componiendo, pero que no te atrapa, pues el fondo que mueve a sus personajes es demasiado quinceañero y poco creíble.


En el amplio período que abarca la novela (va de 1985 a 2010) han ocurrido muchas cosas, pero parece que los personajes cuarentones de Ellis no han aprendido la lección y se sumergen una y otra vez en las profundidades del miedo a los demás y a no estar a la altura de su ego. Una soledad que les permite ver y disfrutar de sus vidas desde una gigantesca campana de cristal, donde todos los sonidos buenos y malos de su existnecia se atenúan en medio de la bebida y las drogas. No en vano, Ellis a través de su protagonista Clay, los sentencia de una forma tan clara como demoledora en la siguiente frase: "nunca me ha gustado nadie y me da miedo la gente". Amén de las citas que abren el libro, ambas para enmarcar y no perderlas mucho de vista.

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