domingo, 20 de febrero de 2011

CISNE NEGRO: LA VIRTUD DEL SUFRIMIENTO


La perfección llevada al extremo, causa miedo, desconfianza y sufrimiento. La búsqueda de ese enigma que nunca tiene fin, es la historia en la que se embarca Nina (Natalie Portman), y que la llevará, desde el inicial y angelical cisne blanco, al malvado y demioniaco cisne negro. Esa transformación es lo mejor de la película, pues Darren Aronofsky ha sabido representar a la perfección esta transformación en sus distintas fases, que nos llevan casi sin darnos cuenta a un gótico final digno de cualquier película de terror.


Cisne Negro está rodada en un encadenamiento de secuencias claroscuras que van del blanco al negro casi sin avisar. Unos vaivenes cromáticos que producen desasosiego en el espectador (casi miedo), y con los que el director busca provocar una sensación de desazón en los espectadores, que apenas podrán abandonar en todo el film. Para ello, Darren Aronofsky abusa de los primeros planos del cuerpo y la cara de la bailarina, que a veces inundan toda la pantalla y que consigue que casi te la tengas que quitar de encima. Una excesiva proximidad al espectador, que al igual que el juego de los claroscuros, intentan provocar cierto malestar. Una técnica narrativa con la que el director nos quiere hacer partícipes del sufrimeinto de la increíble Natalie Portman, que por muchas circunstancias, borda el papel tanto en su aspecto más técnico de baile como en la parte de actriz que no escatima esfuerzos a la hora de mostrarnos su auto tortura, lo que sin duda la llevarán a alzar el Oscar en la próxima gala de final de mes. El Cisne Negro que encarna nos deja bien claro que es el papel de su vida hasta la fecha, y el que más le ha cambiado a nivel personal y profesional, con imágenes extraordinarias a la hora de bailar o ensayar, como la de sus atormentados pies (dicen que eran los suyos), así como, en los estados de sufrimiento a los que se deberá enfrentar en su infinito camino hacia la perfección más oscura, en este caso. Un camino que le ayudan a recorrer su profesor Thomas Leroy, interpretado por un solvente Vincent Cassel, y una díscola Lily, papel que interpreta Mila Kunis.


Con todo ello, hay algo en la película que no acaba de rematar la historia, quizá porque estamos hablando de un discurso narrativo que se compone de imágenes ya vistas en otros films, que eso si, están perfectamente ensambladas, y a las que Aronofsky ha cargado de un singular terror, consiguiendo desdibujar casi totalmente la belleza de la danza y los tutús, a los que tiñe de un profundo negro casi gótico, en el que también hay que destacar, que hay fases de la película donde no hay apenas diálogos, lo que se suple con una carga visual, a veces agresiva.


La elegía del sufrimiento de Cisne Negro, a pesar de tratarse de una buena película, no llega a la categoría de obra maestra, lo que le hará quedarse en el camino a la hora de llevarse el deseado Oscar, lo que no será óbice para que sea aplaudida por la crítica y salir airosa en la batalla del bien y el mal que nos cuenta, donde los cisnes blancos en esta ocasión se reflejan en cisnes negros.

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