miércoles, 9 de noviembre de 2011

ÁNGEL SILVELO GANA EL PRIMER PREMIO DEL CLUB TAURINO MAZZANTINI DE RELATO TAURINO 2011

Cuando uno empieza a escribir, nunca piensa que le puedan ocurrir cosas como ésta, salvo en sus sueños, que como una película infantil no paran de mandarte imágenes entremezcladas con las ilusiones que todos tenemos de pequeños. En esta ocasión, la diosa fortuna ha recaído sobre mi relato titulado El Niño del Arzobispo, donde las ilusiones también juegan un papel muy importante, porque el protagonista, víctima de ellas, expresa al párroco que le da catequesis que quiere hacer la primera comunión vestido de torero, y en ese desenlace amargo a primera vista, crece una historia de fantasía, donde los deseos acaban cumpliéndose, aunque no sea como el protagonista de la historia había pensado.

Si he comenzado diciendo que uno nunca piensa que le puedan ocurrir estas cosas, aunque sueñes con ellas, es por el mero hecho que este Certamen Literario aparte de su gran solera e importante dotación económica, es (bajo mi punto de vista) uno de los tres más importantes en su temática de toda la geografía española, lo que ensalza aún más el espíritu necesario que todo escritor (aprendiz del oficio como yo, o no) necesita para seguir escribiendo, por lo que desde aquí, también quiero expresar mi más profundo agradecimiento al jurado del presente Certamen.

Como siempre, os dejo un fragmento del relato, donde El Niño del Arzobispo se inventa un pase taurino.

"Para él, las clases de catequesis ya habían perdido todo el interés, porque si nadie entendía su forma de expresar sus mejores sentimientos, creyó que lo mejor era permanecer lo más lejos posible de aquello que le hacía daño y sentirse infeliz. Miraba a sus amigos, y no le gustaba verlos el día de la comunión transformados en unos chicos repeinados y vestidos de personas mayores sin serlo. Divagaba en el inocente mundo de sus sentimientos, mientras seguía buscando un nombre a su pase taurino, cuando el padre Ángel les enseñó lo que a él le pareció un escudo. El párroco les estaba hablando de los cuatro apóstoles que escribieron los cuatro libros que formaban el evangelio y que la cristiandad simbolizó a través del Tetramorfo, una figura en la que había un toro, un águila, un hombre y un león. Les dijo que ellos se tenían que comportar en la vida como los animales que había en ese escudo, porque los cuatro representaban las principales cualidades divinas: el amor, la justicia, el poder y la sabiduría, y que en algunas ocasiones rodeaban al Señor todopoderoso y elemento unificador en el Pantocrátor. Como un metal atraído por un potente imán, así cayó él dentro de la explicación del padre Ángel, que en ese momento dejó de ser su máximo enemigo. A su imaginación no le costó mucho transformar a los cuatro componentes del Tetramorfo en uno solo. Un ser fantástico que en un principio tendría la cabeza de hombre, las alas de águila, los pies delanteros de león y las patas traseras de toro, y de repente, se le ocurrió que así debería ser su nuevo pase taurino, al que llamaría Tetramorfo porque estaba pensado con la cabeza de un hombre, y ejecutado con la destreza de un águila, el poder de un león y la fuerza de un toro. Lo que le llevó a pensar en la bondad de lo que los mayores llamaban destino, porque esta vez había jugado a su favor."

Extracto del relato titulado El Niño del Arzobispo.

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