
360º Juego de destinos
también nos muestra que las estridencias que el paso del tiempo produce en
nuestras vidas son más que evidentes. En este sentido, unas veces los amores de juventud se
convierten en pesadillas en la madurez, y en otras, las opciones de llegar a dar un giro
brusco y definitivo finalmente en nuestras vidas se aborta por la indecisión
del otro. Todo, otra vez todo, parece regido por el azar más autoritario y
caprichoso que delinea el destino de nuestra existencia. Sin duda, lo mejor del
film son las interpretaciones de la mayoría de los actores, con un Anthony
Hopkins brillante en su discurso y aparición en su corta historia, al
que no desmerecen una inquietante y seductora Rachel Weisz o un indeciso
Jude
Law, a los que dan perfecta réplica los más desconocidos, como la joven
eslovaca Lucía Siposová, la brasileña María Flor o Gabriela
Marcinkova que interpreta el personaje más literario de todos, pues acompaña
a su interpretación de un ejemplar de Ana
Karenina mientras espera a su hermana en un banco del centro de Viena. Ella
y su mirada inocente, cargada de ilusión, quedan muy bien representadas en el
brillo de sus ojos, donde se refejan perfectamente las ilusiones que nos mueven
a lo largo de la vida; una vida, donde los sueños, cada vez más, ocupan un menor espacio
en ellas. Con crisis o sin ella, nuestro comportamiento es más bien lineal, y
por supuesto cíclico, pues nadie más que nosotros, somos capaces de tropezar
una y otra vez en la misma piedra. La única excusa válida en esta película es
que los protagonistas de las historias lo hacen bajo el símbolo de la felicidad
deseada, ese demiurgo que en nuestra niñez nos cuentan que de verdad existe, y
que después, todos, nos pasamos el resto de nuestras vidas buscando en el lugar
equivocado, porque tal y como nos muestra Fernando Meirelles en 360º
Juego de destinos, nos encontramos enredados en el tiempo.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel
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