La vida y la literatura están plagadas de casualidades, y ambas, poseen eso que denominamos como lagos interiores que en apariencia nadie ve, pero que sin duda existen. La necesidad última del ser humano por expresarse, le llevó (hace ya mucho tiempo) a una joven madre canadiense llamada Alice Munro, a refugiarse en la
escritura, y lo hizo mientras sus hijas pequeñas dormían la siesta. El silencio
y ese eco profundo de la conciencia que, cual duende no nos deja conciliar el
sueño, hicieron su función de una forma sencilla y magistral, en la todavía
joven e inexperta Alice. Seguidora de la mejor tradición de los escritores
norteamericanos, ella supo conjugar su propio mundo a través de la demoledora
precisión del relato corto caracterizado por la pasión del retrato psicológico
de sus personajes, en lo que podríamos denominar como la aventura de los discursos
interiores. Tanto es así que una buena parte de su producción transcurre en un
condado que lleva su propio nombre, al mejor estilo de Faulkner.
A todo ello, cabría unir un grito
de esperanza, que en su más cercana manifestación sonora dibujaríamos en el
aire así: ¡por fin, cuentistas del mundo uníos, que de una vez por todas se ha
abierto el camino hacia el gran público! (ojalá este deseo no caiga en saco
roto). Pues sin duda, éste es uno de los puntos de luz a donde apuntan los poderes
mediáticos con este tipo de premios: dar visibilidad a todo aquello a lo que se
magnifica, como en este caso es el Premio Nobel de Literatura. Para todos
aquellos que amamos la literatura, ya sea ésta en su expresión más amplia o más
corta, no podemos obviar el valor de esta distinción como lo que es: una gran
noticia, porque gracias a ella nos congratulamos con ese difícil universo de
los deseos y las causas imposibles, pues hasta el momento nos parecía imposible
que algo así ocurriera, pero gracias al caprichoso destino, ahora ya podemos
conjugar sin miedo el binomio escritora-relato corto como una fórmula mágica
donde los sueños una vez más se hacen realidad; realidad de la buena, podríamos
añadir. Como muchos de nosotros sabemos, los relatos cortos son la máxima
expresión de la precisión, donde sólo debe reinar la fibra y el músculo
narrativo, desechando de él todo tipo de materia grasa o distracción. Además, no
se me ocurre mejor ejercicio de lectura para la sociedad actual de las prisas y
los agobios que disfrutar de la literatura en pequeñas e intensas dosis como
las que se pueden degustar en un buen relato corto. Ya lo dice el refrán, lo
breve, si bueno, dos veces bueno.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
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