martes, 22 de octubre de 2013

IRÈNE NÉMIROVSKY, JEZABEL: UNA DURA MIRADA SOBRE EL DESEO DE LA ETERNA JUVENTUD

“Lo que quiero no es amar, sino ser amada”. Con esta imperiosa necesidad de ser el centro del universo se expresa Gladys Eysenach, la protagonista de Jezabel; una nueva muestra de la audacia y perfeccionismo psicológico con el que Némirovsky dota a sus personajes. Hay quien dice que, en esta ocasión, ella sólo tuvo que fijarse en el retrato de su madre (autoritaria, egoísta y narcisista hasta el delirio), para confeccionar el armazón de la protagonista de esta novela que, como un capitán víctima de su propia locura, lleva a su nave a la deriva fuera de los contornos de lo conocido. Ese viaje hacia un lugar tan inhóspito como ingrato es la brillante invitación que la escritora ucraniana nos propone en Jezabel, un tour de forcé sobre las miserias del ser humano llevadas al más extremo paroxismo. Aquí, la necesidad del deseo se vuelve enfermiza, y la búsqueda de la eterna juventud deviene en locura. Cierto o no, basado en personas reales o ficticias, Jezabel es un perfecto conjunto de decorados que nos muestran esa alta sociedad de principios del siglo XX que tan bien conoce Némirovsky, y sobre la que vuelca todas sus mejores armas literarias, pues ella, como nadie, sabe dibujar en finos trazos las siluetas de unas personas que solamente miran por sí mismas y su dinero, aunque esta vez, la escritora sólo haga hincapié en la necesidad de ser amado que todo ser humano lleva intrínseca en sí mismo, si bien, lanzada cual lanza en busca del infinito. En este sentido, no se nos debe pasar por alto que, mientras sus personajes no paran de vomitar veneno sobre los demás, Europa sufre su primera Gran Guerra, y el desgaste humano y político sobre la población alcanza por vez primera dimensiones devastadoras en cuanto al número de víctimas y de vidas rotas. Un reflejo lejano que, en la novela, se nos muestra a través de la propia hija de Gladys, María Thérese, una joven y bella mujer llena de buenos y puros sentimientos, y que en la novela representa la no cabida de una nueva forma de ver la vida dentro de la vieja Europa; una circunstancia que, sin embargo, no tendrá un efecto práctico, pues enseguida el mundo se verá involucrado, sin apenas darse cuenta, en los locos años veinte; una década de desenfreno y diversión que acabó como todos ya sabemos con el fatídico crack del 29, antesala de la segunda Gran Guerra.
 
 
Sin embargo, Némirovsky quiere aislarse del resto del mundo y traernos en esta novela las desventuras de una mujer que lucha por conquistar la eterna juventud. Un juego de los deseos al que no podrá ni querrá poner freno, y capítulo tras capítulo, seremos testigos de esa desazón existencial que tan magistralmente ha retratado una vez más la escritora ucrania; gran conocedora del alma humana y de sus debilidades, porque entre brillantes destellos y profundas oquedades, nos va desglosando sin apenas darnos cuenta toda una vida, cuya única finalidad es la de frenar el paso del tiempo. 

En esta ocasión, Némirovsky estructura su novela a partir de la crónica de un juicio que se celebra en París por el asesinato de un joven a cargo de una mujer de la alta sociedad; una circunstancia que la narradora también aprovecha para mostrarnos esa otra parte de la anónima sociedad parisina, con sus chismorreos y debilidades, para a partir de ahí, dar un salto hacia atrás en el tiempo y relatarnos toda un vida de una forma rápida, amena y poco a poco más opresiva, actualizando en cada capítulo los innumerables registros de frases, expresiones y sentimientos de su amplio catálogo de afectos y sensaciones, pues esa una de sus mayores destrezas, ser la escritora de las grandes sensaciones y de los más hondos sentimientos, ya sean éstos altruistas o mezquinos, lo que nos da igual, pues todos pertenecen a la raza humana.
 
En definitiva, Jezabel es una nueva muestra de la destreza de una escritora a la hora de describir las pasiones del ser humano y sus consecuencias.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.

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