viernes, 17 de enero de 2014

AGOSTO, CONDADO DE OSAGE: LOS APRETADOS Y ASFIXIANTES LAZOS DE LA MUERTE

El horizonte que divide la tierra del cielo; el campo, las cosechas, los árboles y los frutos de un terreno delineado por un arado milenario. Todos ellos elementos inamovibles al paso del tiempo, y que en este caso, aparte de servir de cortinilla entre las diferentes escenas de la película, por sí mismos representan la cualidad que de perpetuidad tiene la naturaleza sobre lo efímero del ser humano. Este imperceptible detalle, para gran parte de los espectadores, es lo que pone en valor a esta película sobre la obra dramática de Tracy Letts de la que nace. Llevar al cine una obra de teatro no es fácil, sobre todo, a la hora de elegir las escenas y un guión que no adolezca de la inmovilidad escénica de éste, pero gracias a este detalle, su director, John Wells, nos ofrece la posibilidad de disfrutar de un espacio de libertad más allá de la oscura y asfixiante casa de los Weston, y con ello, somos plenamente conscientes de nuestro espacio en el mundo, por mucho que nos creamos dioses dentro de nuestra propia casa. Por muy émulos que nos creamos de Dios, nada de lo que hagamos a lo largo de nuestras vidas será tan duradero al paso del tiempo como el sol que vemos cada mañana o la hierba que crece en la pradera cada primavera. Esa mezquindad teñida de orgullo con la que intentamos disfrazar de oropeles nuestras oscuras y mediocre vidas, son sin embargo, las herramientas de las que nos servimos para cavar día a día nuestro propio agujero (agujeros de gusano). De ahí parte nuestro gran error, creernos inmortales sin serlo, por mucho que nos adornemos con una fuerte personalidad capaz de derribar a todo y a todos, excepto a la muerte.
 
La valentía ante el fracaso inunda muchos de los renglones de los más grandes autores de todos los tiempos, de ahí, que no nos resulte extraño que los matices literarios estén presentes en esta cinta desde el principio, cuando Sam Sephard nos dice: "la vida es muy larga…" (T. S. Eliot) No soy la primera persona en pensarlo. Ni la primera persona en decirlo. Es absoluta y condenadamente cierto. Con esa cita tan apocalíptica como certera, se nos pone en antecedentes para lo que nos espera. La derrota que tan bien retratan autores dramáticos como Tennessee Williams, Eugene O'Neill o Arthur Miller se da cita una vez más delante de la pantalla y de nuestras narices. Una proclamación de guerra, en la que el calor asfixiante del medio oeste y sus rancias tradiciones son el corsé necesario de una acción que se desenvuelve a la perfección en los límites de una tragicomedia muy cercana a la vida real. No hace falta sino acercarse con detenimiento a cada uno de los personajes, para ver reflejados en ellos a padres, hermanos, primos o tíos. En este sentido, la película se une al grito de André Gide cuando nos dijo eso de: "familia os odio", pues cada uno de los personajes que se dan cita en el funeral de Beverly Weston (Sam Sephard), necesitará huir a su manera de ese embrión tan dañino que a veces se conforma entorno al núcleo familiar. Todo acaba derrumbándose en esta guerra fratricida de secretos descubiertos a destiempo, salvo el entorno que, como un ojo que todo lo ve, es el último refugio del alma humana de aquellos personajes que necesitan de la libertad para poder seguir respirando; un matiz del todo contradictorio si tenemos en cuenta el entorno en el que se desenvuelve la acción, pues nada más abrir la puerta del oscuro y asfixiante hogar de los Weston, nos damos de bruces con el infinito que representa el más limpio de los horizontes.
 
Agosto, Condado de Osange es una buena adaptación cinematográfica de una gran obra de teatro; un drama que una vez más ensalza la labor actoral de un magnífico elenco de personajes a los que dan vida Meryl Streep, Julia Roberts, Ewan McGregor, Benedict Cumberbatch, Abigail Breslin, Juliette Lewis, Dermot Mulroney, Chris Cooper, Margo Martindale, Julianne Nicholson, Misty Upham y Sam Shepard. A cada cual mejor en sus diferentes papeles, aunque como ocurre casi siempre, quienes se llevan el más grande honor sean los protagonistas; un duelo que en este caso corre a cargo de Julia Roberts (comedida y solvente en todo momento) y Meryl Streep, quizá, la gran dama del cine actual, con capacidad suficiente para ponerte en pie al final de cada una de sus actuaciones como antaño lo hicieran sólo las más grandes, y baste citar como ejemplo a: Bette Davis, Elizabeth Taylor o Rita Hayworth. Sólo cabe decir que está cercana a lo sublime en cada uno de sus gestos, miradas y arranques de mal genio y reproches; un gran dominio de lo que es y lo que significa el oficio de actor; una cualidad que sólo está al alcance de unos pocos.
 
Agosto, Condado de Osange es la versión moderna de un crepúsculo, pero no el de los dioses, sino el de unos seres humanos fracasados y derrotados por la vida y por sí mismos, que incapaces de reponerse ante la plenitud del día a día, dejan pasar el tiempo en ese medio tiempo gris que sólo encuentra un hálito de esperanza en el reproche y la descalificación, es decir, en la cara más oculta del ser humano, capaz de lo mejor, pero también de lo peor; algo que suele ocurrir cuando de repente el destino nos sitúa en la encrucijada que representan los apretados y asfixiantes lazos de la muerte. Lo que casi sin pensarlo nos lleva a preguntarnos: ¿y ahora qué?
 
Ángel Silvelo Gabriel.
 
 
 

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