martes, 19 de agosto de 2014

ELENA MARQUÉS, LA NAVE DE LOS LOCOS: EL JUEGO DE LAS IDENTIDADES CONFRONTADAS


Mirar la vida desde el otro lado. Mirarla como si nadie la viera más que nosotros, como si todo fuera tan irreal que nuestros increíbles sucesos vitales le sucediesen a los otros. A esos que creemos que, aun teniendo nuestra propia cara, no conocemos, es decir, a los extraños que habitan dentro de uno mismo. Esa especie de pantalla transparente, donde nada es lo que parece, es la que utiliza la narradora para dar vida y sentido a los personajes de La nave de los locos, que asisten al devenir del mundo como escritores omniscientes que todo lo ven. Elena Marqués se lanza al vacío de los espacios abiertos por los recuerdos, y de las geografías caprichosas que deambulan por las rendijas de los sentimientos de sus protagonistas. Las historias que encierran esta colección de relatos conjugan lo irreal dentro de la realidad, la mentira en el interior de la verdad más escabrosa, y así sucesivamente, pues todas ellas nos plantea las vivencias de diferentes personas a través de múltiples locuras desarrolladas en campos temáticos como la suerte, la memoria, el pasado o los deseos. Amplitud y variedad de situaciones, vidas y personajes que, casi siempre, tienen en común la sombra del realismo mágico enraizado, digamos en Gabriel García Márquez, y el profundo eco de una cultura y unas voces mágicas que, entre otras cosas, nos demuestran el gran domino formal de la lengua por parte de la escritora sevillana y su predilección por ese tipo de narrativa anclada en la otra parte de lo real, lo que le lleva, por ejemplo, a tratar la muerte no como protagonista de sus historias, sino como un escenario donde poder retratar a unos personajes que se desenvuelven y explican a través de ese entorno en el que poder seguir dando círculos infinitos.
 

La magia negra, los santeros, las prostitutas, los policías y los propios asesinos conforman, entre otros prototipos de personajes, un universo de locos que se explican a través de los otros, como en el relato que abre esta colección, que fue distinguida con el VIII Premio Vivendia-Villiers de libros de relatos convocada por Ediciones Irreverentes. En este primer relato que también sirve como título al resto, La nave de los locos, asistimos a esa locura en forma de altavoz que deviene en eco; un eco que se torna en pesadilla y acaba en muerte. Una locura que es imaginada, como en el relato titulado Compañeros de piso, o que en Juegos de azar y de heliconia convierte en protagonista de la alienación a los juegos de azar que trasciende el poder de la suerte para devenir en el trágico destino de una vida. Sin embargo, no es la muerte el sino de esta colección de historias e intrahistorias, porque también existe la locura de los recuerdos, como la que se encuentra presente en A nadie le amarga un dulce, un campo de minas rodeado de recetas y diferentes texturas interiores y exteriores. Ese paso del tiempo que en Café Recuerdos nos lleva a la necesidad de la otra vida que ya nunca más volverá, como si todo hubiese sido un falso espejismo que dura un mísero instante. O como en Clara, donde asistimos a ese gran domino de la narrativa criolla donde lo fantasmagórico y lo mágico cobran un gran protagonismo, y donde la riqueza léxica de la autora sale a relucir de una forma sobresaliente. O como en El arte de untar galletas, donde la locura atrapa a quien la tiene que curar, con el cine de trasfondo que hace de perfecto juego de contrarios que al final encuentra un perfecto encaje. O como la locura de la nostalgia presente Entre deshielo y deshielo, o la metáfora de la huida de la realidad presente en El mapa y el tablero. Y así sucesivamente hasta trazar un completo mapa de locos y locuras  a través de veintiocho relatos cortos, donde la suerte, la memoria, el pasado, los deseos y la muerte rellenan nuestros días, convirtiendo a nuestras vidas en perfectos campos temáticos de la locura.

 Ángel Silvelo Gabriel.

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