La tenue luz del salón de actos
del Museo del Romanticismo (MR), nos invitaba a jugar, con nuestros caprichosos
deseos, a una especie de escondite en el que cobijarnos tras la tela del
tiempo. Isabel II llevaba mucho tiempo en ese lugar, inédita para el
mundo indie, y Miren Iza (Tulsa) había desaparecido de su vista casi los
mismos años, pues su ausencia de los escenarios la vinculaban a la otra vida,
sí, a la de los sueños. Sueños, que ayer nos fueron servidos en una bandeja
repleta de versos y melodías con los que poder atrapar las oníricas
encrucijadas del amor, profanando su templo con versos carnales de esos que,
aparte de acariciarte los oídos, te rozan el corazón y te palpan la
entrepierna. Amor, Romanticismo, Romántico… que, juntos, nos devuelven ese
último sentido de la vida en el que el sufrimiento de los amantes adquiere la
cualidad de poético. Y una ensimismada, Miren Iza, nos lo recordó desde la
primera canción (Ay): «llevo años
escribiendo la misma canción…/ versos inservibles…/ Adónde me ha llevado… mi
corazón», esta vez acompañada de sintetizadores y pianos eléctricos. Ya, En tu corazón solo hay sitio en los
suburbios, los nuevos sonidos del grupo imitan a escalofríos que recuperan
intensidades periféricas, plenas de imágenes en blanco y negro. Sonidos que
reproducen metales y espacios de huida: «el ejército está viniendo». Una puesta
de largo, y en escena, que mantiene muy atentos a los asistentes, cómodamente
emplazados en sus respectivas sillas de época, como si hubiesen sido emplazados
en ese lugar y a esa hora para tomar el té de las cinco. Con El baile, comenzamos a asistir a
mimetismos de club y estrofas sonoras a ritmo de ensoñaciones atmosféricas que
buscan el ensimismamiento al que nos invita Miren Iza, todavía pegada
al micrófono y a su guitarra. Una guitarra que en, Bórrame del mapa, siente la caricia de las manos de su intérprete y
que, a su vez, araña su voz con versos impulsados por la furia: «bórrame del
mapa» nos reclama Miren Iza colgada de uno de sus íntimos trances compositivos,
arrastrándonos de ese modo hacia las huellas de la soledad. Pam, pam, pam… «Vas
por ahí, oliendo a verano, despiertas deseos, me sudan las manos…» escuchamos
cuando ataca Verano averno. «Te
quitas la ropa, se oye el gorjeo de una mujer/ abril parece hostil…» y la
melodía se desenvuelve con un arranque de furia que sigue hipnotizando al
público, muy pendiente de esta nueva versión más poderosa, en lo rítmico, de Tulsa:
«abril parece hostil, al olor de tu verano». En esta ocasión, la melodía crece
y se recrea en una intensidad sin límites.
Estamos profanando el templo del
Romanticismo con tanta carnalidad nos recuerda Miren Iza cuando se
dirige por primera vez al público. «En la hora crepuscular, él agita su mano y
me invita a pasar», donde la voz profunda de la cantante continúa jugando con
sus melodías, y lo hace a solas con las cuerdas de su guitarra, igual que si
fueran dos amantes…, ausentes. Poesía carnal hecha música, o melodías
garabateadas de versos impregnados con las letras del alma: «seguiré al barro,
allí donde esté». Leña es el primer
tema con la guitarra eléctrica a hombros de Miren Iza, donde los
sonidos de la luz del oeste, se mezcla con un tic-tac, tic-tac, que nos
revuelve en el calor del fuego. Leña incombustible al paso del tiempo, la
lluvia y el agua: «¿cuánto agua tiene que caer… para que se ahogue este amor?».
¿Qué tal vais?, nos pregunta la frontwoman.
Es bastante impresionante tocar con ella aquí (se refiere al cuadro de Isabel
II que tiene a sus espaldas), nos vuelve
a inquirir Miren Iza, como si se hubiese despertado de su acogedor
ensimismamiento. Lo que hace que los sonidos atmosféricos de los sintetizadores
retomen el mando de unas canciones que viajan por las nubes de un amor efímero,
casual y casi místico, dejándonos patente la fuerza interior, compositiva y
musical con la que ha regresado Tulsa, pues el concierto de ayer fue
la plasmación de una madurez que está muy alejada de sus inicios. Segura,
arrebatadora, poética e intensa. Así se nos presentó Tulsa como por arte de
magia en cuerpo y alma en el salón de actos del MR de Madrid.
Con Gente común pregunta que dónde está Charlie, y cuando este aparece
sobre el estrado, asistimos a la versión más portentosamente rítmica del grupo,
donde la melodía se envuelve en ríos de tonos furiosos. Explosión indie-pop en
la que se reivindican todos y cada uno de los instrumentos presentes sobre el
escenario. Reflejos sonoros que, vibran y vibran, en los espacios interiores a
los que les hemos invitado a entrar. Puro rayo de fuerza sin anestesia. Para
todos los románticos, nos anuncia Miren Iza (sin guitarra y Charlie con la suya), cuando suena Los amantes del puente. Ella,
ensimismada, derrama sus notas vocales sobre el emblemático escenario mientras
el brillo de la guitarra de Charlie ilumina
al resto del grupo, pues la melodía deviene en una especie de swing preñado de
notas de un rock puro y nada inofensivo: «eso que llaman orgullo, yo no sé lo que
es…/ solo hoy seremos los amantes del puente», y que nos lleva hasta Bosque, donde las ráfagas de un viento
imaginario se depositan sobre el salón de actos del MR hasta que Tulsa reta a los oníricos elementos
atmosféricos que viajan a su lado, y la melodía se convierte en los más
parecido a un inquietante y enigmático baño de luz que nos quiere perforar el
núcleo de nuestro corazón: «a medida que empieza a avanzar la canción…/ se
derrama nuestro vacío». Al llegar a Los
ilusos, los sonidos envolventes de los sintetizadores nos enredan de nuevo los
sentidos con un mimetismo metálico con matices de una galaxia en la que el AMOR
es un lenguaje de signos que nunca significa lo mismo: «en tus sueños siento»,
pura elucubración sintética protagonizada por los sintetizadores.
Regresando al pasado, y con Charlie
y Miren Iza solos sobre el escenario, suena Solo me has rozado, donde los guiños reverberantes de la guitarra
nos introducen en la silueta distorsionada de una realidad cantada a dúo:
«supongo que por eso solo me has rozado». Destellos de un rock eléctrico por
parte de Charlie. Cuando suena Aniversario, volvemos al sonido más
clásico de Tulsa, pleno de rasguños eléctricos entrecortados, en los que
la guitarra se pierde en su propia melodía y repta hasta subir al punto más
alto del muro de una melodía en la que se palpa: «la nube, la muerte..» Duelo
al sol en pleno invierno. Con Matxitxako
regresa toda la banda al escenario y Miren Iza nos canta eso de: «en el
día más largo, todos están aquí/ y ahora qué, y ahora qué… vamos a hacer»,
donde la intensidad se queda anclada en la inmensidad de los medios tiempos
que, cual brumas sonoras, se depositan en el suelo de los sueños: «tápate,
tápate… mi amor que hace frío».
Nos vamos, nos dice Miren
Iza. Charlie y yo, como en los
viejos tiempos: «ya está cambiando el viento/ cuando vuelves al jardín, hueles
a caos/ una flor por cada decepción». Arrebato sonoro al que acompañan amapolas
rojas, teñidas de un trance divino. Algo
ha cambiado para siempre es el único bis de la tarde, y lo hace a ritmo
entrecortado de música de club: «cinco días enteros sin saber… algo ha cambiado
para siempre/ alguien tendrá que romper este vicio maldito de una vez».
Sensaciones infinitas de diversión, las mismas que Tulsa nos dejó ayer en su
concierto del MR de Madrid , donde profanaron el templo del amor con versos
carnales.
Ángel Silvelo Gabriel.
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