La vida transcurre entre
anécdotas, situaciones absurdas y desgracias. Entre todas ellas, de vez en cuando,
se cuela un rayo de felicidad, pero en realidad poco importa, porque nadie está
a salvo de lo imprevisto. Saltitos es un ejercicio que nos
obliga a traspasar esa línea imaginaria que la cotidianeidad nos obliga a no
visitar. Justo, al otro lado, es donde transcurren estas doce micro historias:
oníricas, absurdas, irónicas…, pero tan acertadas y reales, que le ponen a uno
los pelos de punta. Y en medio de este festival de las emociones, Manuel
de Mágina ejerciendo de maestro de ceremonias, y lo hace de una forma
muy sutil, sin que apenas se note, con una habilidad de gran narrador. Él desaparece
tras sus personajes y sus historias, y gracias a eso, el lector solo tiene que
ir sorteando los múltiples vaivenes a los que se verá obligado a enfrentarse.
En esa batalla incruenta de las últimas necesidades vitales, no hay que hacer
uso de la razón lógica, sino de la otra, de aquella que de verdad nos ayuda a
ir reinterpretando la vida de los afluentes subterráneos, pues es por ahí, por
donde de verdad circulan los más íntimos anhelos del ser humano, esos que nunca
se cuentan, salvo, quizá, cuando todo está perdido. Saltitos es un compendio
de magistrales dosis literarias de universos únicos y mágicos, que nos ayudan a
reivindicar los deseos más profundos de nuestro corazón. Arremeter contra las
normas es hacerlo contra la vida que nos afea el comportamiento y nuestra
naturaleza. Esa es una de las virtudes de estos doce relatos, pues nos ayudan a
soportarnos mejor, y no solo eso, sino a mirar a ese otro lado del espejo, por
mucho que tengamos que romper el cristal para llegar allí a donde de verdad
queremos ir. Hay que perder el miedo, parece decirnos Manuel de Mágina, a la
hora de querer visitar los tesoros del palacio; un lugar donde nadie más puede
entrar que aquellos que lleven consigo el salvoconducto de la verdadera vida: la
soñada. Apretados en doce inquietantes historias, asistimos encantados a las
dotes narrativas de este autor jienense que tiene muy claro de las fuentes que
debe beber a la hora de buscar la lucidez de la palabra y el refresco
intelectual. El realismo mágico, el mundo de los cornopios o simplemente el
absurdo, huyen y desaparecen entre sus líneas, pero también se apelotonan y se
dan la mano cuando llega el momento de la verdad. De ahí, que en Saltitos
no haya trampa ni cartón, sino toda una realidad, opaca para la mayoría, pero
única para los valientes que de verdad quieren saltar la valla del paraíso.
Es difícil resaltar alguno de los
relatos que compone Saltitos por encima del resto, pues esa es otra de las virtudes
de este recopilación: su fortaleza, que no su homogeneidad, pues hay
situaciones y personajes tan distintos como originales, y muy bien tamizados
por la mano ajustada del autor que, maneja a la perfección, el mundo
incandescente de lo lógica de la locura; un mundo de cuerdos locos o de locos
cuerdos que tanto da, a los que Manuel de Mágina sumerge en aguas
profundas, para de ese modo amortizarles y amortizarnos el miedo, quizá, porque
no exista un terror equiparable al de mirarnos a la cara y decirnos las cosas
en la superficie, donde la luz y el viento nos dejan sin palabras, porque aquí,
en Saltitos,
su autor ya nos pone sobre aviso desde el primer relato, pues en este, como en
otros, nada es lo que parece: ni el cliente ni el que le atiende; ni el destino
del dinero de un atraco, tan fácil de conseguir como efímero es su deleite; ni
la palabra sobre la palabra, carente de todo significado e importancia cuando lo
cubre todo, y muchas veces, quizá, no haya nada mejor que el silencio; por no
hablar de esa libertad que nadie ve o nadie quiere admitir, pues nuestras
propias decisiones siempre tienen que ser puestas en tela de juicio por los demás,
pues todos vivimos en una sociedad que condena al diferente; o esa búsqueda
casi suicida de un medio tomate que por sí solo posee el simbolismo del miedo y
la verdad; o el hombre cómoda, hombre bártulo u hombre objeto, perdón, en este
caso quería decir el novio frigorífico con el que se cierra este viaje de prosopopeyas
léxicas. Y así, podríamos continuar hasta el infinito, pues infinitas son las
posibilidades e interpretaciones que admiten estos relatos que dejan una gran
puerta abierta al lector; una puerta que él mismo deberá decidir si traspasarla
o simplemente contemplar bajo su dintel aquello que se le muestra, porque quizá,
no haya una mayor expresión de libertad que esa fórmula que emplea Manuel
de Mágina para mostrarnos nuestros propios miedos, y de paso, no hacer
otra cosa que pararnos a contemplarlos, igual que si la vida fuese un mágico
cuadro, donde las letras dibujan las escenas subterráneas de nuestra vida.
Ángel Silvelo Gabriel.
Gran bribón, de modo que era ni más ni menos que todo esto lo que te guardabas. ¡Si es mejor la reseña del libro que el libro!
ResponderEliminarMuchas gracias. Un gran abrazo, Ángel.