jueves, 15 de octubre de 2015

NICOLÁS, LUNA DE KUBRICK: JUGANDO A HACER CANCIONES CON EL ALMA DE UN NIÑO

Las once canciones que componen este, Luna de Kubrick, están destinadas a hacernos la vida más feliz. Todo es un juego: divertido, luminoso y original. A veces, creemos encontrarnos en un tiovivo y, en otras, la sensación es la de romper el silencio en una de esas proyecciones de películas en blanco y negro que, años atrás, nos mostraban en el salón de actos del colegio. Pantalones cortos aparte, Nicolás se ha aislado en sí mismo para recrearnos un universo musical muy próximo al mundo de los sueños, donde todo y nada es posible. De ese ensimismamiento nace el que, quizá, sea el disco más personal de todos aquellos que ha publicado hasta el momento, pues la mezcla caleidoscópica de sonidos y letras es ambiciosa, multidisciplinar y única. Detrás de cada escucha, las canciones nos van mostrando una nueva capa, una textura de sonidos y reflejos que, captan nuestra atención y no dejan de asombrarnos. Luna de Kubrick no es un disco de fácil escucha, pero cuando caes prisionero de su encantamiento no podrás parar de escucharlo, igual que si fuera ese cuento que, cuando éramos niños, nos contaban nuestros padres antes de dormirnos y que no nos cansábamos de oír una y otra vez. Hay mucho de onírico en estos once temas, pues si por algo destacan es porque son como un largo y cálido sueño. La maestría y amplitud de sonidos también se trasladan a unas letras originales y únicas que definen lo inalcanzable del universo poético más íntimo de un Nicolás en plena forma. Himnos que abren canciones en forma de denuncia, melodías que nos recuerdan a las películas italianas de los setenta, e himnos dignos de la mejor de las gramolas, se dan la mano y se abrazan en un interminable universo de sonidos: único y magistral, en el que Nicolás se desprende de todos los prejuicios que pudiera arrastrar para mostrarse tal y como es. En esa desnudez, musical y compositiva, es donde este disco te pone los pelos de punta a poco que te dejes de llevar por el mundo de las emociones que nos presenta, pues este cd, en sí mismo, es lo más parecido a estar jugando haciendo canciones con el alma de un niño.
 

Y como carta de presentación, Un buen homo sapiens, toda una declaración de principios universales sobre lo divino y lo humano, himno inicial incluido: «un problema una solución/ cada cruce una decisión/ con cada sueño pierdo la razón, no es fácil ser un buen homo sapiens», todo ello aderezado por unas desnudas guitarras que evocan esa necesidad de volver a empezar. Una vez colocadas las heridas en su sitio, Celofán nos pega los restos del desastre. Sonidos pop más sencillos, que acompañan a la voz de un Nicolás cercano por lo desnudo de su propuesta: «son de celofán, son de celofán/ Juan quiere ser un gas noble/ Sara cualquier gas sin más/ que la gravedad no los doble y los deje en paz…». El retorno a esos sonidos de antaño encuentran su acomodo en Magneto, cuyo título ya nos da una pista de por dónde va este tema: «el hombre menguante es un señor/…se hace un traje a medida cada día en una talla menor». Juegos sonoros de sintetizadores adornados de trompetas y melodías muy de otra época, que se dan la mano con las referencias cinematográficas ya presentes en el título de este disco. Los sintetizadores vuelven a tomar el mando en Carcosa, y lo hacen a modo de fiesta oriental al estilo Cleopatra que, sin embargo, a la mitad del tema devienen en músicas de magos con chistera incluida, pues no en vano se trata de eso, de mostrarnos solo la parte del truco que el maestro de ceremonias, Nicolás, quiere enseñarnos, cual compositor de músicas intemporales. Viajamos más allá con los ecos de Antimateria, un baile de ceremonias tristes y de lazos rotos. Sonidos para tiempos de guerra fría y de los primeros ordenadores, donde las guitarras nos muestran el camino del final, quizá, por ser este el tema más oscuro del disco.
 

Luna de Kubrick regresa a esa otra versión más luminosa del universo musical de Nicolás: «tiembla mi corazón de cartón piedra/  por tu aroma radioactividad/ pues mis ilusiones son estafas, en papel de estraza y montañas de poliespan/ cómo he de llamar tu atención», cunas cargadas de noches y lunas que escapan del sol en una sensación muy parecida a la de un surfeo casi veraniego, por el ritmo cadencioso y cargado de su melodía pop casi ska. La ironía más aguda llega de la mano de A & C, donde la letra carga contra la doble moral que nos invade en las fechas navideñas. Aquí asistimos a esa versión más reivindicativa de un Nicolás nada frugal, con una melodía que nos recuerda a la música de The Beatles en el tránsito que les llevó al final de su carrera, donde la experimentación y las largas y sinfónicas melodías protagonizaban sus canciones, y aquí Nicolás lo borda: «ponga un pobre en su mesa por vanidad/ en Navidad». Área 51 vuelve a ser otro intento de interpretar los sueños en una cacofónica nana plena de matices de las bandas sonoras de las películas independientes americanas. Envolvente e intimista, los teclados consiguen envolvernos en una atmósfera, casi bucólica, y muy dada a invitarnos a ese juego dormido de las verdaderas emociones. Las referencias fílmicas regresan con Demasiado tiempo libre, y lo hacen en plan peli de detectives de los sesenta. Alternancia de registros de club con otros más cercanos al ambient futurista. La presencia de un piano al inicio del tema en Sofá en forma de L remarca un sonido más duro que, sin embargo, poco a poco nos atrapa por su profundidad y, al que apenas, le acompaña la voz de un Nicolás superlativo, que se mezcla con todo tipo de sonidos de móviles y aparatos electrónicos al final del tema, en una clara fusión de música y tecnología.
 

El disco lo cierra Discoteca de arena, una canción que, por sí sola, merece una mención aparte y la escucha del resto del cd hasta llegar a ella, pues sin duda, estamos ante la canción de esta Luna de Kubrick. Letras, sonidos y cadencias que nos remueven las mejores y más placenteras sensaciones. Sinfonías envueltas en el universo de los sueños, ritmos y sonidos que nos acompañan y nos acompañarán a lo largo de nuestras vidas. Este tema se comporta como una perfecta banda sonora de nuestra existencia, plena en imágenes y emociones: ¡se puede pedir más!, pues parece ser que sí al escuchar sus trompetas y su poder evocador, capaz de trasladarnos hasta esos toboganes de nuestra infancia. A lo que hay que añadir una magnífica letra llena de símbolos mágicos: «la galerna extendió una alfombra de ranas/ en el parking de la playa donde nadie aparcó/ los submarinos mueren de pena/ y nosotros dos/ en esta discoteca de arena de agua y de sal/ se va pudriendo el gran calamar varado en la duna/ los niños disparando a gaviotas con el dedo pulgar/ y una lata de red bull quemada la noche de San Juan/ en esta discoteca de arena antes de Navidad/ la última borrasca que el planeta escupió/ ha cambiado el mapa de la televisión/ la última gran ola que el planeta surfeó/ explosión de espuma que a la aurora salpicó». ¡Magnífico!


Nicolás nos demuestra en este portentoso disco que es capaz de crear y recrear un universo propio, tal y como ya han hecho sus paisanos gallegos Iván Ferreiro o Xoel López, pero él lo levanta desde la luminosidad que desprende el alma de un niño.     


Ángel Silvelo Gabriel.

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