miércoles, 4 de noviembre de 2015

ELOY TIZÓN, TÉCNICAS DE ILUMINACIÓN: EXPRESIONES DE SOLEDAD EN EL PLANETA MUNDO


La soledad admite luz y oscuridad en todas sus manifestaciones. Uno puede estar solo en éxito y el fracaso, el amor y la muerte, la alegría y la tristeza. La soledad admite de múltiples matices, aunque es cierto que su máxima expresión pueda ser la del silencio. No en vano, Eloy Tizón, autor de los relatos que se conjugan en Técnicas de iluminación nos recuerda lo siguiente: "En el silencio nos quedamos al desnudo. Tenemos que hablar con nosotros porque no hay distracciones. Tienes que quitar  todo lo que te estorba y suena en el mundo para escuchar  tus propios sonidos. Un mundo donde te puedes enfrentar a la muerte". Y a eso se dedica el autor en los diez cuentos que conforman esta recopilación que, al menos, ya va por su quinta edición, lo que nos habla de su notable aceptación por parte de los lectores. Al leer cada uno de las historias de estas Técnicas de iluminación, a uno le queda claro el gran dominio estilístico que posee Eloy Tizón a la hora de plantearnos cada una de ellas, y no solo eso, sino también la destreza de su estructura narrativa y de su lenguaje a la hora de alimentar esa anécdota, ese detalle, que le sirve de excusa al autor para hablarnos de las múltiples expresiones de soledad en el planeta mundo. Bien es cierto que no siempre se lo pone fácil al lector, pues su destreza en el estilo, en ocasiones, le lleva a una estructura en exceso abstracta o difícil de desentrañar (véanse los dos primeros relatos de la recopilación: Fotosíntesis y Merecía ser domingo, o incluso el tercero: Ciudad dormitorio). Sin embargo, cuando Tizón se remanga la camisa y pone todo su potencial como narrador a desentrañar el alma humana de una forma más lineal, lo hace con la maestría de aquellos que saben retratar esa parte del ser humano, el alma, que no se puede tocar. El relato que cierra este libro, Nautilus, es una buena muestra de ello, pues igual que una bofetada de agua fría que nos despertara de un profundo sueño en mitad de la noche, nos sacude todas y cada una de las certezas que pudiéramos tener en nuestras plácidas y ordenadas vidas. Un gran ejercicio de estilo que combina con la profundidad de lo esencial. Esa esencialidad nihilista o soledad progresiva hacia el abismo, se retrata muy acertadamente también en La calidad del aire, donde el protagonista del relato quiere deshacerse de todo lo que rodea para empezar de nuevo.
 

No obstante, en Técnicas de iluminación también hay un acercamiento a la cotidianeidad en forma de ironía o sarcasmo, como por ejemplo en Los horarios cambiados, donde la descripción de cómo se hace una maleta no tiene desperdicio, o donde la visión del otro en la pareja es memorable. Esa forma de verse reflejado en el contrario nos demuestra el gran manejo de las sensibilidades ajenas del narrador y su gran capacidad como observador. Del mismo modo, Tizón nos retrata con singular maestría esa pérdida de la inocencia en Alrededor de la boda, donde la excusa de un enlace accidental nos pone de manifiesto esa melancolía que poseemos cuando nos ha abandonado la juventud, de esas noches interminables que devienen en amaneceres esclarecedores, en los que nos damos cuenta de que ya no somos los mismos. Auto explicaciones que se transforman en auto argumentos o auto convencimientos en Manchas solares, un relato en el que la soledad de aquellos que son abandonados adquieren los matices de la auto compasión y que, en manos de Tizón, hasta nos resultan auto convincentes. Pero si hay un ejercicio de estilo mayúsculo en esta recopilación, este se produce en El cielo en casa, un relato que bien podría ser una nouvelle en toda regla, y en el que el autor nos retrata a una mujer que se conforma con la vida que le ha tocado en suerte, y no por ello se siente desgraciada, en contraposición a su protectora y amante que no está de acuerdo con nada. Aquí, de nuevo, el juego de los espejos se impone en la técnica narrativa de un autor que recientemente expresaba en la columna que tiene en El Cultural que: «igual que ha ocurrido con la poesía o la música avanzada, ahora vivimos el tiempo del postcuento. Un saco, en el que aparecer, cabe todo, más allá de la obsoleta estructura del cuento clásico que, por definición y desacoplamiento al paso del tiempo, ya no tiene sentido. Quizá, porque como nos dice Tizón: «Ya no hay cuentos, sino desviaciones de cuentos». Y en eso andamos, pero mientras tanto, aún remamos en las clásicas expresiones de soledad en el planeta mundo.
 

Ángel Silvelo Gabriel.

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