La distancia entre la realidad y los sueños puede ser tan
cruel como nuestra memoria sea capaz de recuperar todos aquellos momentos que
por mucho tiempo que pase nunca se nos olvidarán. El olvido, ese gran truco de
magia que fue inventado para que nos sintiéramos capaces de mirar hacia
adelante con las heridas del tiempo —y la vida— remarcadas sobre nuestras espaldas,
es, quizá, el mejor antídoto contra los recuerdos, esa deuda que nunca pagamos
al paso del tiempo. Recuerdos que son como tatuajes silenciosos, y sobre
todo, testigos de una vida que no siempre transcurre como nos habíamos
imaginado; tatuajes sin tinta pero dibujados con la sangre de los sentimientos
que en demasiadas ocasiones son como heridas que nunca acaban de cicatrizar.
Ese gran dilema que es el paso del tiempo, y, que como muy bien nos apunta Fernando
Marías en el epílogo de este gran cómic —Premio al Mejor Cómic Nacional
del 2015—, es uno de los grandes temas de la literatura, le sirve a Paco
Roca http://www.pacoroca.com / para plasmar en imágenes y sensaciones, un universo,
el propio, para a través de él, crear un testimonio vivo, muy vivo, de lo que
es un homenaje, a través de los recuerdos, de la figura del padre ausente.
Imágenes que hablan por sí solas (como la que abre esta historia) y que son capaces
por sí mismas de encerrar todo el sentido final de una vida.
Elipsis maravillosas que compendian en apenas tres
viñetas todo el transcurrir de esa máquina diabólica que es el tiempo, sólo ponen
de manifiesto la maestría y la carga emotiva de una historia muy bien narrada,
como quizá sólo se pueden narrar aquellas historias que nos atraviesan el
corazón. Si la estructura narrativa elegida por Paco Roca es sencillamente
genial, no lo son menos sus ilustraciones, y sobre todo, ese colorido tan
especial con el que tiñe los sentimientos y los espacios físicos, pues muchas
veces, son más delatores que las propias palabras o las ilustraciones que las
acompañan, tanto es así, que uno acaba identificándose con esa familia que echa
la vista atrás ante la ausencia de aquellos que un día juntaron sus cuerpos para
crear la vida de aquellos que ahora les añoran y recuerdan. Ese juego
tan macabro que es el de la ausencia de la persona querida, se transforma en La
casa en una reivindicación del padre ausente a través de todas aquellas
cosas que a él le hubiese gustado hacer y ya no puede. En esa recuperación de sus
deseos, nace la posibilidad de devolver a esa casa, que representa el pilar
fundamental del germen de toda familia, la dignidad y la gloria que siempre
quiso tener y a la que sólo le faltaba una pérgola como símbolo del éxito de un
proyecto nacido de un sueño.
Y en ese ahínco de hacer presente al pasado, es donde las
viñetas de La casa son el testigo más indeleble de que el hombre es capaz de
sumergirse en las turbulentas aguas de los deseos para extraer de ellas los
mejores destellos de lo que significa vivir y estar vivo, pues todos sabemos
muy bien que nadie estará del todo muerto mientras que haya alguien que le recuerde,
y sin duda, Paco Roca ha conseguido que la memoria de su padre siga viva para
siempre a través de La casa, una
obra que no dejará indiferente a todo aquel que se acerque a ella, pues a
través de sus ilustraciones, quizá, sea consciente de que la vida, en sí
misma, es un reflejo; un reflejo que casi nunca intentamos atrapar, pues nos
comportamos como si nuestra existencia se quedara dentro de la imagen del
cristal del espejo que sólo vemos.
Ángel Silvelo Gabriel
coloquen el cuento, por favor.
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