Vivian Maier, la anónima
fotógrafa de la calle, realizó más del cien mil fotografías a lo largo de su
vida; FOTOGRAFÍAS que jamás enseñó a nadie. Esa íntima necesidad de la ausencia
colectiva, la ensalzan, sin ella quererlo ni saberlo, a los altares de aquellos
que hacen de sus pasiones la forma oculta de seguir viviendo. Ese doble plano
entre vida pública y vida privada, entre sueño y deseo, ficción y realidad,
revierte en el caso de Maier en una suerte de instantáneas que recogen
la vida, así, sin más. Vidas oscuras, vidas anónimas, vidas cortadas, a las que
ella da luz y protagonismo. Los personajes de muchas de sus fotografías son el
símbolo mayúsculo de esas voces sin voz que pueblan las calles de las grandes
ciudades de todo el mundo, pero son, también, la transfiguración de un deseo,
porque la cualidad del anonimato que tan bien representa Vivian Maier se
difumina cuando se autorretrata o roba esos primeros planos a las personas que
hace partícipes de su obsesión. Nada se resiste a su mirada, pues su objetivo
deambula con soltura tanto por las mudas arquitecturas como por las poses de
aquellos que han perdido el miedo a su cámara, acortando de esta manera la
distancia de las historias de la calle que tanto le gustaba fotografiar, pues
si algo destaca de sus retratos, es la solemnidad que le proporciona a las
clases más populares donde, de una forma inteligente, nos provoca admiración,
al saber apreciar la belleza de una simple mirada; mirada que, por cierto, nos
narra una vida.
Testigo de una época y notaria de los
cambios que se van produciendo a lo largo de las décadas en los EE.UU., Maier
nos proporciona, quizá sin proponérselo, la medida justa de aquello que
denominamos como progreso, aunque en este saco, sea bajo una mirada más
sociológica y no tanto tecnológica (que también). Gracias a ella disponemos de
una gran arsenal fotográfico de cómo eran y cómo se manifestaban los menos
favorecidos que, a lo largo de sus múltiples instantáneas, nos recuerdan el
valor de las pequeñas cosas, pues esa es, sin duda, una de las característica
de las fotografías de Vivian Maier: la majestuosidad de lo cotidiano,
porque a buen seguro, no hay nada más apabullante que una sonrisa, un beso o la
verdadera dimensión de un gesto de contrariedad o sorpresa, donde la
naturalidad y lo espontáneo juegan un papel primordial.
La exposición que nos ofrece la Fundación
Canal hasta el próximo 16 de agosto en Madrid, bajo el estricto nombre
de Street photographer, está divida en diferentes espacio teñidos de múltiples
colores que abarcan campos temáticos como: la infancia, retratos, formalismos,
escenas de calle, autorretratos, fotografías en color y algunos vídeos, en los
que la espontaneidad de las escenas se hace en ocasiones enternecedora, cuando
no nos arranca un gesto de sorpresa, por lo que esas imágenes tienen de
documento ilustrativo de una época ya difuminada por el paso del tiempo. Del
mismo, modo, la sección dedicada a las fotografías en color, nos muestran a una
Vivian Maier más libre a la hora de elegir sus objetivos, pues la
ligereza de su cámara fotográfica ya le permite prescindir del trípode a la
hora de captar tanto a sus anónimos héroes como a las arquitecturas que le
llamaban la atención.
En definitiva, gracias a la cualidad del
anonimato de Vivian Maier, hoy podemos disfrutar de un
impresionante mundo fotográfico, en el que somos conscientes de cual fue su
distancia como artista respecto de las historias de la calle.
Ángel Silvelo Gabriel
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