Pocas imágenes se conocen del hombre que se paseaba por
Lisboa sin pisar sus charcos; un Pessoa
que, a buen seguro, no llegó a imaginar que sería retratado por su amigo Almada
Negrerios, o que su figura, tan característica para los conocedores de
su extensa obra literaria, sería esculpida en cerámica por una empresa gallega
(Sargadelos). Del mismo modo, que el
escritor y poeta que quiso y luchó en su auto exilio por ser uno entre muchos o
muchos en uno solo, no concebiría que, con el paso de los años, se convertiría
en el símbolo de su nación, como si su figura, representara el mejor reclamo
del alma de los portugueses y de esa gloria que siempre enfrenta al glorioso
pasado con el decadente presente que gobierna los designios de su poemario Mensagem
(Premio Antero de Quental en el año 1934) y que nos sumerge en la sempiterna
melancolía de la saudade lusitana. En
este sentido, Pessoa y su obra se manifiestan como aquello que no pudo llegar a
ser, igual que si fueran ese último poema que nunca se llega a escribir, lo que
nos remarca, una vez más, una vida que al igual que su obra, estuvo llena de
paradojas, y sin duda, su iconografía más allá de su talento literario es una
de ellas. Una presencia mediática que, sin embargo, comenzó mal, tras su
fallido intento de ser el publicista más conocido de Portugal por haber creado
el eslogan de la Coca-Cola, lo que no logró por su desacierto: «Primero se extraña.
Después se entraña», rezaba su propuesta, sin duda, uno de los peores eslóganes
publicitarios de la historia, lo que no nos resulta tan llamativo o extraño si
nos alejamos de su obra. Sin embargo, ese ha sido el secreto de este portugués
universal, que quiso serlo todo y saberlo todo en su vida. Una vida que se
apagó a los 47 años por una cirrosis. Paradoja o no, el último poema que
escribió treinta días antes de su muerte (acaecida en el hospital de San Luis
de los Franceses de Lisboa el 30 de noviembre de 1935), se inicia así: «qué
triste la noche sin luna», quizá, por eso, su amigo Almada Negreiros
lo retrató para que su luz nunca se apagara, incluso para aquellos que nunca le
han leído.
Almada Negreiros,
gran amigo de Pessoa, le pintó de memoria veinte años después de su muerte. Le
retrató con un estilo cubista y rodeado de todos los elementos emblemáticos del
poeta: su estilográfica, un cigarrillo y una taza de café. La imagen es muy
parecida a la que uno puede adivinar si visita el Café Martinho da Arcada,
situado en la Plaza del Comercio en Lisboa, donde todavía permanece vacía la
mesa en la que acostumbraba a sentarse el poeta, y que ahora, a modo de
homenaje continúa vacía, si exceptuamos una taza de café con un vaso de agua y
algunos libros esparcidos en la misma. Si uno va a Lisboa —la ciudad de las
siete colinas y la luz azul— y visita este café íntimamente unido también al
libro de José Saramago, El año de la muerte de Ricardo Reis,
se lo puede imaginar sin dificultad con
sus gafas pequeñas redondas, su bigotito en forma de triángulo y un pitillo
entre sus dedos, que parece que estuviera a punto de abalanzarse sobre su
pajarita que, con un nudo bien apretado, le distorsiona el cuello de su camisa.
En el cuadro, igual que en la figura de Sargadelos, se puede ver un ejemplar
del número 2 (y último) de la revista Orpheu; una revista fundada en
1915 por el grupo modernista formado, entre otros, por el propio Fernando
Pessoa, Almada, Pessoa, Eduardo Gimaraens,
y el gran amigo de Pessoa, Mario Sa-Carneiro (que se suicidó en
París en 1916), dejando huérfano a Pessoa de su mejor amigo, y del más válido
interlocutor literario e intelectual del insigne poeta portugués.
El cuadro fue pintado por Almada
Negreiros para el restaurante Os Irmaos Unidos (cerró en el año 1969), un espacio
frecuentado por Almada Negreiros y ligado a otros nombres relacionados con la
revista Orpheu. En el año 1970, el cuadro se subastó, partiendo de un precio de
250€ y alcanzando la cifra de 6.500€. El cuadro fue ofrecido por Jorge de
Brito a la Cámara Municipal de Lisboa, y desde el año 1993 está
expuesto en la Casa Fernando Pessoa situada en la Rua Coelho da Rocha,
16 de la capital portuguesa, muy cerca de donde fue enterrado por primera vez
el poeta: en el panteón número 4371 del cementerio Dos Prazeres (ahora descansa
junto al resto de portugueses ilustres en el claustro del Monasterio de Los
Jerónimos de Bélem, muy cerca de Lisboa).
Se da la circunstancia, de que en
el año 1964, la Fundación Calouste Gulbenkian encargó a Almada
Negreiros otro cuadro de Pessoa. Este nuevo retrato es una réplica
exacta del primero, pero con la particularidad de que es una imagen invertida
del anterior, como si fuera el reflejo de un espejo. Este segundo retrato, en
la actualidad, forma parte de la colección de Arte Moderno de la Fundación
Calouste Gulbenkian, una de las visitas imprescindibles a realizar en la ciudad
lisboeta.
Las figuras del poeta convertidas
en iconos para sus numerosos y devotos seguidores no acaba aquí, ya que si nos
detenemos en la figura de Pessoa de Sargadelos, la misma, aparte de recrear el
cuadro del poeta antes mencionado, trae una última sorpresa en su parte
posterior, donde bajo la silla ha sido grabado el poema, No sé quién soy, que alma tengo, de uno de sus heterónimo, Álvaro
de Campos, un poema que refleja, una vez más, la ambigüedad de la vida
y el pensamiento del poeta portugués, siempre sometida a la encrucijada de la
duda. El poema, en portugués, dice así:
«Nao sei quem sou, que alma tenho.
Quando falo com sinceridade nao sei com que sinceridade falo. Sou
variamente outro do que um eu que nao sei se existe (se é esses outros).
Sinto crencas que nao tenho. Enlevam-me ansias que repudio. A mina
perpétua atencao sobre min perpetuamente me aponta traicoes de alma a um
carácter que talvez eu nao tenha, neme la julga que eu tenho. Sinto-me
múltiplo.»
Para
finalizar este breve recorrido por la vida y la obra de Pessoa, cabe añadir que
de, «entre todos los heterónimos, Campos fue el único en manifestar fases
poéticas diferentes a lo largo de su obra. Era un ingeniero homosexual de
educación inglesa y origen portugués, pero siempre con la sensación de ser un
extranjero en cualquier parte del mundo. Un párrafo que le define muy bien es
el siguiente:
Vivir es pertenecer a otro. Morir es pertenecer a otro. Vivir y morir son
la misma cosa. Mas vivir es pertenecer a otro de fuera y morir es pertenecer a
otro de dentro. Una y otra cosa se asemejan, pero la vida es el lado de fuera
de la muerte. Por eso la vida es la vida y la muerte es la muerte, pues el lado
de fuera siempre es más verdadero que el lado de dentro; tanto es así que el
lado de fuera es el que se ve.
Álvaro
de Campos comienza su trayectoria como un decadentista influido por el
simbolismo, pero luego se adhiere al futurismo. Tras una serie de desilusiones
con la existencia, asume una vena nihilista, expresada en aquel que es
considerado uno de los poemas más conocidos e influyentes de la lengua
portuguesa: Tabacaria»[1].
Ángel
Silvelo Gabriel
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