Quizá no exista en el mundo nada más inútil que la
búsqueda de la belleza, porque, entre otras cosas, quizá nunca sepamos en
verdad qué significa esa utopía de la que sólo entienden los sentidos. Esa
incertidumbre en la que se mueve aquello que, en principio no se ve y sólo se
siente, es en la que se sustenta una buena parte de la civilización que hoy
conocemos, pues el sentido de la inutilidad —incluso dentro de los hallazgos
tecnológicos más importantes— ha estado muy presente en todo aquello que nos
han proporcionado algo de luz a lo largo de los siglos. No se nos debería
olvidar que, un mundo sin emociones, es un mundo sin espacio para esa luz que
sólo nos pueden proporcionar hechos tan inútiles como la persecución de esa
línea del horizonte que nunca llegamos a alcanzar, o el placer de escribir o un
leer un poema por el simple placer de crearlo o leerlo. Por ejemplo, ¿qué sería
de nosotros si nos fuera sustraída la lectura de ese libro que, en sí mismo, es
capaz de cambiarnos la vida o nuestra visión del mundo en el que vivimos; o si
nos sustrajeran la intensa emoción que nos proporciona la contemplación de cualquier
obra de arte que, por sí sola, logra que lleguemos a ese lugar que no tiene
nombre y que nadie más que nosotros sabe que existe? Si somos de esas personas
que perciben el arte en general como búsqueda, podemos decir, sin temor a
equivocarnos, que no hay nada más inútil que un mundo en el que el arte no
exista y no sea un espacio para la reflexión y la contemplación…, la
contemplación de la belleza, sea ésta lo que sea. En este sentido, podemos
seguir afirmando que, tanto la curiosidad como la duda que son intrínsecas al
creador, son los motores que no se ven, pero que sí son esenciales a la hora de
mover el mundo, pues generan las sinergias que cada uno de nosotros desarrollamos
con nuestros sentidos y sentimientos. Un mundo sin la capacidad de la emoción
es un mundo oscuro y sin luz, por muy iluminado que esté con múltiples
artilugios lumínicos de diversa naturaleza. Y es quizá, por ese afán desmedido
por el beneficio y la posesión, por lo que en este tiempo —más que nunca—, se
nos olvida con gran facilidad que la esencia del hombre es la misma a lo largo
de los siglos, pues nos seguimos emocionando por las mismas cosas. Sin temor a
equivocarnos, podemos decir que, igual que nadie es capaz de escapar al miedo a
la muerte, tampoco le resulta posible escabullirse del amor cuando ese sentimiento
llega a su corazón. Esa capacidad natural que el ser humano tiene de
emocionarse, es la que en la actualidad vamos perdiendo en pos de otro tipo de
emociones mucho más programadas y que cada vez menos tienen que ver con la
esencia del ser humano, pues a medida que avanzamos en una sociedad más
tecnificada, nos alejamos de lo verdaderamente importante, pues si no existieran
todas estas posibilidades de la emoción como formas de expresión —como por
ejemplo, el de la inutilidad de la búsqueda de la belleza—, no existiría un
hombre y una sociedad tal y como hoy la conocemos. Esa utilidad de lo inútil,
que de una forma tan brillante reclama Nuccio Ordine en su ensayo
que lleva el mismo título, es lo que aún nos mantiene vivos, pues no todo es el
resultado final en el que el éxito siempre tiene un matiz de beneficio. El
crear por el simple hecho de crear y el placer de la contemplación, también
son, en sí mismos, valores inherentes al ser humano. La utopía en la que, cada
día más, se está convirtiendo la cultura y todas las ramas de la misma, nos
está llevando a un desconocimiento cada vez más amplio de lo que somos, dejándonos
huérfanos de una parte esencial que también nos pertenece: la de la propia
identidad.
Esta podría ser sólo una de las múltiples
interpretaciones de este ensayo titulado como, La utilidad de lo inútil,
en el que Nuccio Ordine, mediante la técnica de la comparación,
nos somete a un pormenorizado análisis de la importancia que las enseñanzas
clásicas, tan en desuso y descrédito en la actualidad, han tenido y tienen, en
nuestras vidas y en la concepción global de nuestro mundo. Y lo hace dividiendo
su estudio en tres partes: La útil inutilidad de la literatura, La universidad-empresa
y los estudiantes-clientes y Poseer mata: «dignitas hominis», amor, verdad,
para a partir de ahí, mostrarnos el estado de la cuestión mediante un laborioso
estudio de múltiples textos de, por ejemplo: Kant, Ovidio, Platón,
Montaigne, Ionesco, Calvino, Tocqueville, Locke, Gramsi, etc. Textos
que ha ido recopilando a lo largo de veinte años, y que se corresponden con las
lecturas que fue abordando en ese tiempo. Magna y ambiciosa labor, que nos
proporciona un mapa muy aproximado de la utilidad de lo inútil, pues no en
vano, no se nos debería de olvidar que, la importancia de la búsqueda de la
belleza frente a las leyes del mercado y el beneficio, son la única salida para
evitar un mundo sin emociones, o como nos dice Ordine a través de
las palabras de Tocqueville: «En una sociedad utilitarista, los
hombres acaban amando las “bellezas fáciles” que no requieren esfuerzo ni
excesivas pérdidas de tiempo. “Les gustan los libros que se consiguen con
facilidad, que se leen deprisa, que no exigen un detenido estudio para ser
comprendidos”».
Ángel Silvelo Gabriel
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