Al entrar en el Metro, descubrió que
el tiempo era suyo, y se supo infinita, como sólo lo pueden ser las leyendas. A
ella, que la buscaron de una forma equivocada en cada esquina, detrás de cada
árbol, en la loma de la última montaña…, y acabaron encontrándola bajo el eco
de un epitafio: «Cabeza de Gardenia». El tiempo era suyo, como de los demás era
el poema, Casi nada, que él la dedicó
tras su muerte: «había muchas cosas que quería decirte antes de que te
fueras...», tantas como palabras la recordaban en el Metro de Málaga, bajo el
cielo protector, cerca de la ciudad azul y la tierra caliente.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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