«Pídeme
un deseo», me dijo mi abogado. «Volver a ser un bebé», le contesté. Y me bebí
la pócima que él me ofreció cual Benjamín Button convencido. A partir de ahí,
el líquido misterioso hizo que me confesara culpable, y además del embargo de
mi cuenta, perdí el lucro cesante de la propiedad objeto del litigio. Sin
embargo, cuando terminó la dura persecución a la que fui sometido por parte del
fiscal, no me desperté; y como Alicia en el país de las maravillas atravesé un
espejo que me llevó a un mundo diferente; un lugar donde los relojes siempre
iban hacia atrás. En nada pasé de adulto a joven, y de ahí a ser un chaval.
Entonces era feliz, como sólo puede serlo un niño que no posee nada salvo su
sonrisa. Pero el efecto del brebaje desapareció, y de nuevo tuve enfrente a mi
abogado. «¿Tienes algo que alegar?», me preguntó. Esta vez no le respondí, y
pensé: «ojalá fueses Al Pacino en
El abogado del diablo, y así no
habríamos perdido el juicio». Él quizá nunca lo entienda, pero no hay nada peor
que recordar que una vez fuiste feliz, y que ahora estás condenado a no volver
a serlo.
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
No hay comentarios:
Publicar un comentario