Yo formaba parte de un grupo musical,
y nunca fui tan feliz. Fumaba todos los cigarros que quería y viajaba en barco
cada vez que tocábamos en las islas. Todo era perfecto hasta que apareció ella.
Me dijo que era abogada, de causas imposibles, añadió. No sé por qué, pero se
enamoró de mí. Nunca entendí su tenacidad para sacarme de la cárcel. Yo no la
quería, pero harto de su insistencia, le dije: «haz que lo nuestro encaje». Me
dio clases de derecho y me consiguió la condicional. Incluso logré un puesto de
abogado en el turno de oficio. Pero algo falló en su plan, y ahora, ella está
en el banquillo de los acusados, esperando a que yo le demuestre mi amor.
«¿Algo que alegar?», me pregunta el juez. La miro mientras leo distraído el
periódico 20 minutos, y contesto: «no señoría, nada que alegar».
Microrrelato de Ángel Silvelo Gabriel
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