Lo mejor de envejecer es echar la
vista atrás y tener la honestidad de aceptar aquello que fuimos, y en lo que el
paso del tiempo y nuestras decisiones han hecho de nosotros. La distancia que
nos marcan los días es el mejor instrumento a la hora de clarificar nuestros
sentimientos cuando los depositamos en la cesta que conforma nuestra vida. Y,
entre todos esos acontecimientos o accidentes vitales que nos retratan como el
mejor de los autorretratos, sobresale el amor. La sinopsis del amor que
magnifica nuestros actos sin nosotros quererlo por el mero hecho de que, al
final, es el verdadero y único culpable de nuestros errores. Richard Ford,
en Lamento lo ocurrido, sitúa a sus protagonistas en esta tesitura
a la que una situación presente, siempre azarosa, obliga a volver la vista
atrás en sus vidas y en sus sueños. El azar, en estas diez narraciones cortas
que conforman la última antología publicada en España por el escritor
norteamericano —a modo de primicia mundial—, es un protagonista omnisciente que
nos muestra la historia visible que encubre a la historia oculta y verdadera de
aquello que se nos cuenta, y que el lector avezado debe adivinar. Ford nos
deja amplios espacios para la exploración del transcurrir vital de sus
personajes y de sus planteamientos literarios, siempre sumergidos en una
cotidianeidad que cobra un exacerbado protagonismo gracias a su hábil manejo
literario sobre la historias que narra en forma de relato corto, si exceptuamos
el último de ellos —Perder los papeles—, por estar más cercano a una
novela corta. Un relato que es la perfecta excusa para que Ford
nos exponga todo aquello que nos ha querido mostrar con anterioridad. La
soledad que persigue a muchos de sus personajes es un fuerte imán que necesita
del contrapunto de los diálogos para resaltarlo más si cabe todavía. Una
soledad autoimpuesta o accidental que cobra toda su luminosidad cuando el autor
la somete al azar de aquello que nunca teníamos previsto. Una prerrogativa que
obliga a sus protagonistas a detener el tiempo para ponerse a observar ese
pasado que siempre pasaron por alto y que no contaron a nadie, quizá, porque no
hay nada más real y sanador que confesarle nuestros secretos a un extraño que
sabemos que, en un principio, no está expuesto a los prejuicios de nuestros
hechos pasados.
Lamento lo ocurrido
es un mosaico de encuentros, carreteras secundarias, lugares y situaciones que
nos permiten acercanos a Nueva Orleans o a esos irlandeses que viven en los
Estados Unidos o vuelven a Irlanda, pero también, es la perfecta sincronización
entre el tiempo narrado y la importancia que el tiempo pasado sigue teniendo
sobre nuestras vidas. Habitaciones de hotel que por la mañana están desposeídas
de los ensueños de la noche y de uno de los amantes. Encuentros accidentales
con antiguas parejas que transcurren en la actualidad de la mano de un río que
desemboca en el mar y que solo es visualizado desde la lejanía que nos permite
no volver a mojarnos en sus aguas. Muertes inesperadas que no siempre atraen
sobre la amistad las imágenes de la cercanía o el encuentro. O la soledad de un
viudo que busca en casas de temporada los ecos de su mujer dos años después de
su muerte, en silencio, sin aspavientos o grandes demostraciones de dolor que,
sin embargo, se ahondan con un fortuito encuentro que le precipitan sobre su
pasado. Son solo algunas de las situaciones en las que Richard Ford da
protagonismo al americano medio —con ascendencia irlandesa, o no— y le deja
caminar sobre su vida sin más intención que la de permitirle atravesar esa
barrera invisible que le separa de sí mismo. Y, quizá, no haya nada mejor y más
eficiente a la hora de hacerlo que obligarle a enfrentarse a ello en solitario,
a través de la sinopsis del amor.
Ángel
Silvelo Gabriel.
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