miércoles, 7 de octubre de 2020

SYLVIA TOWNSEND WARNER, EL CORAZÓN VERDADERO: EL AMOR ES SUEÑO



Más allá del mito de Eros y Psique, del destino que nos moldea la vida, o del mundo, que día a día nos destruye con sus falsedades, se encuentra la libertad. Y, también, la proeza de hacerla nuestra. Libertad única e inmutable. Perenne y caprichosa. Aduladora y mágica. Libertad como sensación en forma de viento que recorre las campiñas. Acaricia las flores. Y se deposita en nuestro rostro como una leve caricia. Libertad, que llegado el momento, se funde con el amor. El amor que es sueño, o como diría Calderón de la Barca en La vida es sueño: «la libertad del ser humano es la que configura su vida sin dejarse llevar por su supuesto destino». Ese poderoso mensaje, que se superpone a la más sórdida de las tragedias y a nuestro aciago destino, es el que corona la fábula de esta poderosa novela, donde Sukey Bond, la protagonista de El corazón verdadero, renace como una mariposa que lucha contra el viento que gobierna el mundo y le impide poseer aquello que ama. Luz cegadora la del amor y la de la fe que por sí sola es capaz de mover montañas en su lucha. Amor como metáfora de la pureza que les une, como un lazo invisible, Eric y Sukey. Amor que se manifiesta como el más elevado de los sentimientos. Amor sin ataduras ni límites. Amor que no entiende de convenciones sociales ni tapujos. Amor expresado con la fuerza del que no tiene nada que perder salvo su propia alma en el intento. Alma sin fronteras que salta vallas y atraviesa campiñas, marjales y océanos sin explorar. Amor que deja atrás el barro que ensucia nuestras botas. 

Sylvia Townsend Warner maneja el mito de Eros y Psique con el convencionalismo de la rebeldía, porque al hacerlo suyo, le proporciona la dualidad del reflejo y su dureza. Como duro es ese universo gobernado por hombres y dirigido por mujeres sin más alma que la de la envidia y la mentira que se desenvuelve en la Inglaterra victoriana. Y lo hace bajo el prisma de la narrativa de un nuevo Dickens, a la que Townsend también dota de cierta ironía, humor y crítica social, lo que unido al mundo onírico de los deseos de su protagonista, configuran una obra mágica: por su forma de narrarla y su genialidad a la hora de rematarla, dando de ese modo a toda la historia el mensaje más universal posible, el de la intemporalidad. Como intemporal es el amor y su capacidad a la hora de soñar con lo imposible que expresa su protagonista, Sukey Bond, que no desfallecerá en el intento por más obstáculos que se presenten en su camino. Un camino que, además de permitirle a su autora revisar la imposibilidad del amor presente en el mito de Eros y Psique, le proporciona la oportunidad de darle un matiz ambiciosamente feminista a su obra, sobre todo, si pensamos en el año en el que fue escrita (1927), poco tiempo después de que las mujeres consiguieran ganar su derecho al voto; un derecho que en Inglaterra alcanzaron en febrero de 1918. Un ímpetu reivindicativo, de la posición de la mujer en la sociedad del s.XX, que se extiende a lo largo de toda la novela, y que ya viene reflejado en el inteligente prefacio que la autora escribió 50 años después de su primera publicación, y que nos sirve para visualizar mucho mejor el alcance de sus propósitos y parte de los enigmas con los que están fabricados esta historia acerca de la auténtica verdad del corazón. 

El corazón verdadero es una magnífica alegoría del poder de los sueños. Un cuento de hadas recubierto por la naturaleza más viva y agreste de la campiña inglesa, sus tonos ocres y verdosos, y el poder que la naturaleza posee sobre nuestros sentidos. El color, el olor y la preponderancia de ese perenne entorno geográfico en el que se desenvuelve Sukey Bond es un elemento más de una novela que busca una y otra vez la exaltación lírica del amor. Un amor envuelto en la sinrazón del mundo como si fuera un paquete escondido en un pesado cofre que descansa sobre las profundidades del mar. Un mar que, en ocasiones, es el camino a recorrer y salvar y, que en el caso de El corazón verdadero, es sustituido por los vivos matices que impregnan el ecosistema por el que deambula Sukey. Ese camino sin una traza segura es el que nos advierte del gran espacio de aventura que rige a esta novela, porque de alguna forma, el amor es sueño. 

Ángel Silvelo Gabriel  

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