Fanny, ¿dónde estás?, aunque tú no lo sepas o ni tan siquiera lo
sospeches, para mí ha llegado el momento de guardar silencio. Soy un poeta mudo
que ya no puede escribir y se tiene que resignar al mundo de los recuerdos… y
el tuyo es el más intenso. ¿Recuerdas estas palabras?, hacía mucho tiempo que
no nos veíamos y, sin embargo, te apoderaste de mi corazón como un rayo lo hace
de la tormenta… «Mi dulce niña, me he quedado a vivir en ayer. Durante todo el
día me sentí embrujado. Estoy a tu merced. Escríbeme unas líneas y dime que
siempre serás tan buena conmigo como lo fuiste ayer. Me deslumbraste. No hay
nada en el mundo más brillante y delicado. Me has absorbido. Ahora mismo tengo
la sensación de estar disolviéndome.»
¡Qué
difícil es viajar más allá de los sueños!, justo hasta la pradera que cada
mañana es poseída por el sol en primavera, o hasta ese escondite donde solo se
pueden desposar los enamorados, o a ese último lugar donde no existe nada más
que el amor… ¡Fanny, ojalá pudiera manipular el tiempo y vivir en ayer!, pero
hasta ese deseo se muestra imposible en mi estado. En la vigilia que alimenta
mi desesperación, te busco entre los brezos y en la campiña repleta de flores
por la que paseábamos en el verano que estuvimos juntos en Hampstead; y si con
ese recuerdo no logro calmarla, indago en el eco que nuestros nudillos hacían
contra la pared, cuando nos entreteníamos
descifrando enigmas que solo tú y yo podíamos resolver. No escatimo en
esfuerzos, y estiro mi brazo en el aire con la sola intención de tocarte, mas
no logro engañar a mi tacto. Tengo que buscar una excusa, como entonces, cuando
la excusa fue buscar a la princesa de cuento que, con alfileres, tú dibujaste
en la pared. ¿Recuerdas? «Nos bastaba con escuchar ese sonido en la pared para
saber que estábamos el uno dentro del otro. Moví mi cama para apoyarla contra
la pared y poder tener mi cabeza cerca de la tuya.» ¡Cuánto daría por estar a tu lado!, mas no desearía que me
vieras así, sin luz en mis ojos y postrado en la cama. Fanny, entonces, con mi
pensamiento derribaba noche tras noche la pared que nos separaba, pero solo era
eso, un sueño, como todo lo que ahora me rodea. Yo no soy el que mi cuerpo
acoge, mi yo poético se marchó… en tu busca, pero no te ha encontrado. Él, como
yo, espera un milagro. Nuestro deseo solo anhela una cosa: que tú estés a mi
lado. La única opción que tenemos es que tú te conviertas en un animal alado
capaz de atravesar mares y cordilleras; un sueño imposible, lo sé, pero en mi
vida ya no cuenta nada más que lo imposible. Fanny, vivo de los recuerdos, y el
tuyo es el más intenso… Vienes hacia mí envuelta en una capa blanca que, a modo
de alas de mariposa, te trae a mi lado. Te posas en mi mano y el brillo de tus
ojos y la pureza de tu piel se muestran ante mí como el mayor de los regalos, y
cual dios pagano quiero poseerte, pero tu virginidad me avisa de que no lo
haga, porque si lo hiciera, el aura que desprendes ante mis ojos se disiparía y
dejarías de mostrarte ante mí con la belleza y la verdad que solo posee el
mejor de los poemas posibles. Musa de amor y dolor. ¿Recuerdas cuando le
preguntaste a Brown si musa era lo mismo que idea? Eso era lo que me encantaba
de ti, tu voluntad para romper las barreras que nos separaban. Tu ingenuidad
era, y es, tan pura como el rocío que cada mañana se deposita en la campiña al
amanecer con un propósito nuevo y diferente… «Mi queridísima dama:
Estoy en la ventana de una
casa preciosa, contemplando un bello paisaje por el que se entrevé el mar. La
mañana es espléndida. No sé lo ágil que sería mi espíritu. El placer que me
daría vivir aquí, si tu recuerdo no pesara tanto sobre mí. Pregúntate amor mío
si el haberme aprisionado no ha sido crueldad por tu parte, porque has
destruido mi libertad. Sinceramente no soy capaz de expresar mi devoción por
una criatura tan bella. Necesito una palabra más radiante que radiante, una palabra
más bella que bella. Casi deseo que fuésemos mariposas y viviésemos solo tres
días de verano, tres días vividos así contigo los llenaría de más placer que el
que cabe en cincuenta años.
…¿Vas a confesarte en tu carta? Escríbeme enseguida y haz lo que
puedas para consolarme, que sea tu carta como una adormidera que me embriague.
Escríbeme dulces palabras y bésalas para que mis labios rocen el lugar en el
que se posaron los tuyos.
…Durante mis paseos me deleito con dos pensamientos: tu encanto y la hora de mi muerte. Ojalá pudiera tomar posesión de ambos en el mismo momento. Yo nunca supe antes lo que era un amor como el que tú me haces sentir. Ni siquiera creía en él, pero si de verdad me amas, puede que nos consuma el fuego, ¿pero no es eso mejor que soportar humedecidos con el rocío de los placeres?».
Entonces nos perdimos en el laberinto de los deseos; deseos alimentados por un dulce sueño… como ahora nos atrapan los tormentos; tormentos apenas disipados por los recuerdos. Fanny, gracias a ti regresé a la escritura. Tu amor me llevó hacia el infinito y, hasta tal punto lo hizo, que el miedo se apoderó de mí hasta el límite de pedirte que te marcharas lejos; a un lugar dentro de mi memoria, al que ni siquiera mis recuerdos pudieran pasar… «No puedo dejarte, he puesto tantas esperanzas en tu nuevo libro de poemas. John, son más hermosos que cualquiera del Sr. Coleridge, del Sr. Wordsworth, e incluso que los de Lord Byron», me dijiste, y en ese momento, no cabría en mí mayor felicidad si no me hubiese levantado manchando sangre. Mi alegría se tornó en desesperanza, como cuando tú me confesabas que te gustaría entender la poesía y no sabías por dónde empezar. Yo, ese día, tampoco sabía cómo empezar, pero intuí que todo acabaría pronto. Esa mañana había sido condenado a muerte… y supe que atrás se quedaban para siempre los días en los que soñaba que flotaba sobre los árboles por un tiempo que me parecía una eternidad. Se acabó el tiempo, Fanny, nuestro tiempo... «John, ¿por qué hablas de cosas imposibles?», me dijiste, y para no dejarte con la incógnita que te llevara hasta la amargura, «te confesé que había vuelto a toser sangre, y que temía que este mal ganaría la partida y que no me recuperaría». Fanny, el poeta se borra a sí mismo cuando ya no posee el don de la palabra y se convierte en un poeta mudo. A ese silencio, que poco a poco se apodera de mí, es al que trato de vencer con los recuerdos. Estoy librando una batalla que solo conoce del infinito, como infinito sigue siendo mi amor hacia ti. Al no tener fuerzas suficientes para enfrentarme a mi destino, prefiero vagar por la rendija de un pasado que me llega cargado de emociones; emociones suaves como tus caricias o como esa forma tuya de recitar mis poemas que me hipnotizaba mientras te escuchaba.I
«¿Qué
os aflige, oh caballero andante,
solitario
y pálido vagabundo?
El
junco está marchito en el lago,
y
no cantan los pájaros.
II
¿Qué
os aflige, oh caballero andante,
tan
macilento y tan apenado?
El
granero de las ardillas está lleno,
y
la cosecha ya recogida.
III
Un
lirio veo en tu frente
húmedo
de angustia y de febril rocío,
y
en tu mejilla una rosa desmayada
también
se marchita.
IV
Encontré
a una dama en el prado,
muy
hermosa, doncella de cuento de hadas;
su
cabello era largo, sus pies ligeros
y
sus ojos salvajes.
V
Una
corona tejí para su cabeza,
y
también brazaletes, y un fragante espacio;
me
miró al tiempo que me amaba,
y
lanzó un dulce gemido.
VI
La
senté sobre mi corcel al paso,
y
nada más sucedió en todo el día
pues
a un lado inclinada, cantaba
una canción encantada.»
Extracto de la novela, Los últimos pasos de John Keats, de Ángel Silvelo
Gabriel.
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