jueves, 6 de marzo de 2025

SÁNDOR MÁRAI, EL ÚLTIMO ENCUENTRO: LA PASIÓN, EL AMOR Y LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD


 

La pasión, esa aliada del deseo y la aventura. De la posesión y la envidia. De la traición y la culpa. Hay ocasiones, en la vida, que el río subterráneo que la recorre no es capaz de contener la furia del destino. Como se nos dice en esta novela: «… es la mayor tragedia con la que el destino puede castigar a una persona. El deseo de ser diferentes de quienes somos: no puede latir otro deseo más doloroso en el corazón humano.» Ese es, sin duda, el sentir de los protagonistas de esta historia donde se dan la mano la pasión el amor y la búsqueda de la verdad. Y, donde la falsa apariencia de sus anhelos, más tarde, se revolverá en su contra bajo el prisma de una amistad que en el fondo no es tal, por estar ésta dañada por la sombra de la deslealtad. El amor, y todo lo que éste engendra, en la novela, es advertido como un mal mayor que a medida que pasa el tiempo se hace soportable por la ayuda de los recuerdos de una memoria que se encarga de aminorar o falsear bajo el prisma de la mentira que nos acoge cuando la vida se apaga y se encamina hacia la muerte. Sándor Márai, en El último encuentro se regodea de un profundo monólogo con el que el general Hendrick nos va desgranando las entrañas del alma humana. Una vida que, al escritor húngaro, le sirve de ejemplo de todas aquellas existencias marcadas por el engaño y un falso destino falso que acaba abocado al silencio. En este sentido, los largos parlamentos de Hendrick se refugian en los silencios que los acogen a él, a su esposa Krisztina y, al amigo de ambos, Konrad. Un silencio que el escritor húngaro confronta con el símil de la llama del fuego de la pasión y las cenizas que ésta genera. Todo ello, servido en un juego de declaraciones y secretos que se hallan muy cercanos al lenguaje del teatro. 

Sándor Márai nos recuerda a Iréne Némirovsky cuando nos habla del orgullo, el honor y el deseo y, hasta la forma de reaccionar de su protagonista, nos lleva a las de los personajes de la escritora ucraniana. Unos y otros víctimas de esa sangre caliente que recorre sus cuerpos por más que aparenten frialdad. Un volcán de sentimientos que al final les pasará factura por más que no lo admitan o declaren. En este sentido, tras una magnífica primera parte, donde se nos muestra el inicio de la amistad entre Hendrick y Konrad, asistimos a una segunda en la que Márai extiende demasiado su argumento sin llegar a una conclusión concreta, por más que su prosa esté poseída por la melancolía y un estilo literario inconmensurable lleno de detalles literarios de gran altura. Sin embargo, esa amplitud de ideas y secuencias de imágenes y hechos deberían estar más justificados. Baste resaltar el largo monólogo del protagonista acerca de la caza, tras el cual se llega a un desenlace que sólo es el inicio del siguiente en el capítulo que va a continuación (como si fuera un acto más de una obra de teatro). Es cierto que, el poder que tienen la venganza y los recuerdos que ésta genera, están sublimados hasta el límite, y que el propio Márai trata de dejarnos una buena muestra de ello, lo que no es óbice para pensar que podría haber recortado esta novela. Bien es cierto que habría que recordar que la novela está ambientada en el año 1941, en plena Segunda Guerra Mundial y que, el sentimiento de un europeísta como él no debería pasar por el más plácido de los estados, ya que, como le ocurrió a Stefan Zweig, nunca se fio del poder devastador de los totalitarismos. Quizá, sea en esa entelequia donde se refugie el último sentido de esta novela, donde la traición de los más cercanos puede llegar a representar la traición de todo un pueblo, el europeo, en este caso, que nunca quiso ver las señales de alarma y peligro que le acechaban. Sea como fuere Sándor Márai nos deja un fiel retrato de las incertidumbres que rodean al alma humana. Sombras en las que la deslealtad y la traición aún son capaces de dejar un espacio a la expiación de la culpa. Una culpa que recorre la pasión, el amor y la búsqueda de la verdad, por más que llegado un cierto momento de nuestras vidas, la verdad ya no tenga más sentido que el descanso de los mártires.  

Ángel Silvelo Gabriel.

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